Sin palabras | El Nuevo Siglo
Jueves, 29 de Diciembre de 2011

 

* Tragedias absurdas por balas perdidas

* Irresponsabilidad, ignorancia, crimen…

 

… Indignación, rabia, dolor, estupefacción, incredulidad, impotencia… Son muchos los sentimientos que se generan ante la muerte ayer de MaycolAntonio Zárate, el menor de 9 años que fue impactado por una bala perdida la madrugada del 25 de diciembre cuando salió a una calle del barrio San Bernardo, en el centro de Bogotá, a mostrarle a sus amiguitos el regalo que el Niño Dios le había traído.

Una tragedia absurda producto de una irresponsabilidad sin límite de esas personas que siguen creyendo que disparar armas de fuego es un complemento adecuado de los festejos. Una familia sumida en el más profundo de los dolores, interrogándose a qué hora su esfuerzo por darle a su hijo el juguete que tanto anhelaba y que le produjo una inmensa alegría, fue frustrado de la manera más vil y cobarde por una persona desadaptada, irracional, quizá alicorada e indolente, a la que no le importó en lo más mínimo accionar indiscrimidamente un revólver o una pistola pese a que hasta el más ignorante sabe que hacerlo es prácticamente que un intento de asesinato.

No hay palabras para describir lo que puede sentir un padre, una madre, un hermano, un tío, un abuelo o cualquier otro familiar o allegado al ver a su niño tirado en una calle, herido, al borde de la muerte... Tampoco hay palabras para explicar cómo es posible que pese a tantas tragedias por las balas perdidas y tantos llamados de las autoridades a que quienes portan armas se abstengan de usarlas sin necesidad apremiante, hoy se sigan presentando estos casos.

Lamentablemente en un país con el lastre de varias décadas de una guerra que ha superado todos los límites de la sevicia y la inhumanidad, alimentada además por el narcotráfico y otros delitos derivados, la cantidad de armas, la mayoría ilegales y no en poco porcentaje hechizas, que circulan en zonas urbanas y rurales es muy alta. Por lo mismo, el problema no se reduce a restringir el porte de armas de fuego con salvoconducto, pues estadísticamente está comprobado que la participación de éstas en la mayoría de los delitos que se cometen a diario en el país es muy baja. Así las cosas, por más que las autoridades redoblen operativos, retenes y requisas, la posibilidad real de reducir en el corto plazo el número de armas en manos de particulares no es mucha. Incluso, pese a que en la Ley de Seguridad Ciudadana aprobada este año quedó tipificado como delito el disparar un arma sin necesidad y determina que el culpable debe pagar cinco años de prisión, los casos de personas impactadas por balas perdidas no han disminuido drásticamente. Este año han producido una muerte semanal y ya son 700 en la década.

Todo ello nos lleva, como en el caso de la prohibición a la compra y uso de la pólvora por parte de particulares -cuyo número de víctimas también aumentó este año- a que estamos frente a un problema cultural, una desviación de comportamiento individual y social por parte de personas que se resisten a dejar atrás actitudes que antes eran vistas como normales o, por lo menos, gozaban de algún tipo de tolerancia colectiva. Conducir ebrio, usar artículos pirotécnicos, disparar al aire en señal de festejo o bravura son, hoy por hoy, infracciones penales graves que fácilmente pueden llevar a quien en ellas incurre a muchos años de cárcel. Sin embargo, pese a ello y a las múltiples campañas mediáticas para que no se recaiga en esas actitudes socialmente peligrosas, todavía persisten quienes se resisten a abandonarlas. Sólo en la medida en que el borracho que maneja, el comprador o vendedor de pólvora o el que dispara un arma al aire se conciencien un minuto antes de que el potencial atropellado puede ser hijo, hermano o padre, que el quemado sería su hija, tía o esposa, o el blanco de la bala perdida alguno más de sus seres queridos, habrá alguna posibilidad de que Colombia y familias como las de Maycol Antonio no tengan que sufrir y llorar tragedias tan absurdas.