Alertas encendidas | El Nuevo Siglo
Lunes, 22 de Noviembre de 2021

Lo sucedido en la Escuela de Formación de la Policía en Tuluá debe llevar a una reflexión que desborda ampliamente las discusiones sobre la necesaria reforma de sus métodos educativos o de la policía misma, respecto de la cual no cabe desde hace tiempo quedarse con el discurso de los hechos aislados o de las responsabilidades individuales.

Ignorar la gravedad de lo allí acontecido o intentar capotear sus efectos, señalando que es simple fruto de la torpeza, de falta de criterio o  aludiendo al posible aprovechamiento electoral del suceso, sin tomar  verdaderos correctivos y hacer reformas de fondo, no sería solamente necio, sino altamente irresponsable  con la institución que requiere con urgencia restablecer los necesarios lazos de confianza con las comunidades  a las que sirve  y en las que juega un papel fundamental para la convivencia.

En realidad, estos hechos tienen implicaciones mucho más amplias y se convierten es una advertencia para toda la sociedad. Por donde se quiera mirar esta situación, enciende alertas que es imposible desconocer: ignorancia inexcusable en agentes del Estado, banalización del horror, avance de posiciones revisionistas de la historia, desconocimiento del significado para la humanidad   de lo que Georges Steiner definió como ejemplo de “tragedia absoluta”, por la criminalización que se hizo del pueblo judío por el simple hecho de ser, de existir. 

A algunas voces en redes sociales que intentan minimizar lo sucedido o incluso reivindicar una supuesta libertad de opinión para explicarlo, vale la pena recordarles las palabras de Linares Quintana: “generalmente al amparo de la libertad del constitucionalismo desarrolláronse los movimientos fascistas que, una vez en el poder, terminaron con la libertad que les permitió surgir y propagarse. Paradójicamente, los totalitarios, mientras se encuentran en el llano, no trepidan en buscar el amparo de la libertad que tanto critican y a la que, desde el gobierno, reputan la fuente de todos los males y suprimen”.

Claro que servirse de la libertad para después destruirla no es, por supuesto, estrategia propia solamente de ese tipo de sistemas. Basta repasar la historia,  o  cerca de nosotros mirar  las tragedias de Cuba, Nicaragua o Venezuela para darse cuenta de ello.

No cabe duda de la carga de inhumanidad que comportan los símbolos utilizados en la parodia de marras. Por ello, que servidores públicos encargados de garantizar la coexistencia perciban como normal y no encuentren inconveniente en que se porten insignias de un régimen de ignominia prototipo de la negación de libertades y derechos no puede sino prender alarmas. Las mismas que hace tiempo también debieran estar llamando la atención sobre la reaparición en diversas partes del planeta de discursos que justifican afectaciones a la dignidad humana, las libertades ciudadanas o la solidaridad social, paradójicamente arropados en el estandarte de la libertad.

Tenía  razón el mismo Linares Quintana al señalar que el precio de la libertad es su eterna vigilancia;  esta que nos corresponde como ciudadanos para no dejar pelechar   ese tipo de discursos o actitudes en la sociedad, y al recordar la  lección que mil veces dio la historia: “que cuando los ciudadanos no vibran por grandes ideales, cuando no sienten el orgullo de ser ciudadanos y no tienen el coraje de   luchar por mantener su dignidad de ciudadanos, la libertad esta a punto de morir y el tirano ya está detrás de la puerta”.

@wzcsg