Mínimo un 10% | El Nuevo Siglo
Jueves, 23 de Noviembre de 2017

“Pobreza e inequidad se combaten con salarios que alcancen”

 

UN reajuste no inferior al 10% para el salario mínimo de los trabajadores colombianos en 2018, sería apenas justo y necesario.

Esa debería ser la apuesta de Gobierno y empresarios si ambos quieren reactivar la menguada economía nacional.

Elevar el ingreso de los más necesitados siquiera en ese porcentaje es vital para reanimar el consumo de los hogares.

También sería fundamental para recobrar la esquiva confianza nacional.

Sería además un gesto de solidaridad social con los más pobres del país.

Equivale a asumir un precio por la recuperación de la economía, del empleo digno y bien remunerado, y del mejoramiento de la calidad de vida de los asalariados.

Si el Ejecutivo quiere reacomodar las cargas y dar un nuevo impulso a las locomotoras del desarrollo, deberá incentivar el pago de la clase trabajadora.

Los patronos, a su vez, tendrán que poner su parte. Signos de tacañería con sus servidores solo prolongarán la mala racha de la economía.

La productividad mejora cuando las compañías pagan mejor a sus gentes.

La competitividad aumenta en la medida que los jornales son más decorosos.

El rendimiento de los operarios se optimiza cuando éstos reciben buen jornal.

Un clima laboral propicio tiene mucho que ver con el sueldo de la nómina.

Un buen ambiente en la fábrica o la oficina se relaciona mucho con el ingreso.

Ni los trabajadores serán ricos por recibir un alza al menos del 10% en sus salarios ni los empresarios perderán control por ser generosos.

Ante esta situación viene una reflexión: ¿qué tan obsoleta luce hoy la vieja mesa de concertación salarial?

La reunión anual tripartida entre Gobierno, patronos y sindicatos no tiene sentido ni enfoque social si es para más de lo mismo: a trancazos y regañadientes poner sobre la mesa un tacaño incremento salarial.

Se concerta para ceder entre las partes. Se negocia para al final tender la mano a la otra parte. Sin arrogancia ni posiciones insolidarias.

Si hay un gesto amistoso de los empresarios y el Gobierno con las centrales obreras, gana el país. Se va a reflejar en mayor consumo, más ventas, pedidos y facturación.

Pagarles bien a los empleados es parte del contrato social. No se puede seguir administrando un salario de hambre que se pierde en la gorda canasta familiar.

Quienes definen el reajuste del mínimo para 2918 deberían ir mochila en mano a mercar cada semana. Ir a indagar el costo de la educación, tener conciencia sobre las tarifas de servicios públicos, los arriendos, la precaria salud, el transporte, el vestuario, el esparcimiento y los impuestos.

Quienes tienen y disponen deberían ponerse en zapatos de la clase trabajadora. Y ni se diga de los desesperados desempleados, hoy al borde de un ataque de histeria.

Los colombianos debieron soportar la catarata de impuestos con un IVA del 19% para la mayoría de artículos básicos. Es justo que las autoridades bonifiquen ese esfuerzo a través de un salario decente por lo menos.

Si se quiere levantar el ánimo de consumidores, generar ahorro y mayor inversión, es fundamental mejorar el ingreso de las familias.

La pobreza extrema y la inequidad se combaten con salarios que alcancen.

Hay que tomar uno de dos caminos: pagar sueldos miserables y que la economía siga de cada caída, o subir decorosamente el mínimo para que los trabajadores ayuden a impulsar el crecimiento.

Lástima, muy seguramente el aumento será menor al 10%.