La polarización y las bases republicanas de Trump | El Nuevo Siglo
Foto archivo Agence France Press
Jueves, 9 de Noviembre de 2017
Pablo Uribe Ruan
Un año después de que fue elegido, el Presidente de Estados Unidos sigue igual. No ha cambiado nada. Porque sabe, sin lugar a dudas, que el éxito de su gobierno está en la polarización, no en el consenso, y en la lealtad que tiene de aquellos que lo eligieron 

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EL CONSENSO o la polarización son dos formas de hacer política. Dicen que los grandes líderes, en el marco del debate público, se inclinan por el primero. Pero no siempre ha sido así. En la Historia, algunos han hecho de las posiciones antagónicas e irreconciliables una manera de hacer política. Tras un año de ser elegido en las elecciones presidenciales en Estados Unidos, Donald Trump es uno de ellos, al menos hasta ahora.

La polarización es a Trump lo que a Churchill le era el debate. Existe una relación necesaria, intrínseca, que guía su mandato. Luego de ser elegido, se creyó que, moldeado por las “formas” de la Casa Blanca, el Presidente dejaría la polémica a un lado y encontraría un tono más “presidencial”. No fue así.

Cargado de frases contra sus contradictores, no ha cambiado en nada. Se le ve, después de un año, igual en el trato, en lo que dice, en sus aproximaciones. No es, sin embargo, una manera de ser; es, más bien, una estrategia.

A diferencia de lo que se cree, Trump sabe que en la polarización está el éxito. Dice exactamente lo contrario de lo que piensan sus contradictores. Los demócratas, por ejemplo, y algunos republicanos, le han pedido regular las armas. En respuesta a ello, Trump, desde Asia, ha dicho que las armas no son las culpables de la oleada de ataques, sino “los enfermos mentales”.

En uno u otro tema siempre tiene la respuesta contraria. Nunca, desde que asumió la presidencia, ha coincidido con la oposición. Tal vez es así porque piensan muy distinto, pero no sólo es eso. Mordaz y a la espera, Trump reacciona casi siempre después de sus opositores, teniendo claro qué y cómo tiene que atacar.

Parece impensable que en los próximos tres años el Presidente, bajo la amenaza de una supuesta destitución, deje de gobernar como lo ha venido haciendo. Las estadísticas demuestran que, pese a sus regulares números –sólo 40% de los estadounidenses apoyan su gestión-, Trump mantiene las bases populares republicanas, por las que fue elegido.

Republicanos, de base

Dos países diferentes. Así David Leondhardt, periodista político de The New York Times, define el contexto en que viven republicanos y demócratas durante el gobierno de Trump. Los primeros, salvo algunos subgrupos del mismo partido, creen que las cosas van mejor que con Obama; los segundo, críticos de la actual administración, no le dan el visto bueno a nada.

Según el análisis de ese diario, los republicanos se siente que la economía y la seguridad han mejorado sustancialmente, al contrario que los demócratas que, por más de que el PIB de Estados Unidos haya subido, no confían en la supuesta recuperación de las finanzas norteamericanas.

Con una recuperación del PIB (2.2%), después del 1.8% en el último año de Obama, la economía parece ir por buen camino. El leve repunte de Estados Unidos se debe en parte al fomento de la industria nacional y el recorte de gastos internacionales que ha implementado Trump, medidas que han sido criticadas por sus detractores.

No sólo el crecimiento ha sido objeto de diferencias. Otro tema que ha generado profundas discrepancia ha sido las armas y su posible regulación. Tras numerosos tiroteos masivos -el más reciente en Texas-, los demócratas, tanto políticos como electores, han dicho que ya no hay más razones para no controlar la industria armamentista.

Los republicanos, sin embargo, no creen que sea necesario adoptar controles. De hecho, asimilan que los actos de intolerancia racial, religiosa o el terrorismo, deben ser manejados con más armas privadas. En un reportaje de The Atlantic, al comienzo de esta semana, un texano fue inquirido sobre lo que había pasado en su estado. Franco y certero, respondió: “demuestra que no había armas en el lugar para defendernos”.

Experto en leer la mente de sus seguidores, Trump sabe que debe/tiene que defender a esa enorme grupo poblacional, cuyas costumbres e intereses están por encima de cualquier iniciativa. Por más lujos que tenga, por más desconocimiento del Estados Unidos del centro (midwest), el Presidente logra esa coincidencia ideológica con sus seguidores, en una especie de relación causal.

Es tan el nivel de conexión que  los seguidores del Presidente le pasan todo. Para ellos la falta de aprobación de proyectos cruciales como el desmonte del Obamacare o la reforma tributaria es culpa de los senadores. ¿Cuáles? Los de ambos partidos, no de Trump.

Con más de 1.189.000 empleos (de febrero a agosto de 2017), la gente adepta al líder republicano cree que sus políticas de empleo son correctas y en otros frentes, como el climático, las decisiones han sido válidas.

Consciente de su impopularidad entre los demócratas, Trump no intenta atraer a sus detractores. Al revés, gobierno contra ellos, generando divisiones que le convienen y, al parecer, le son naturales.

En este primer año, Trump ha demostrado que nunca llegará al 80% de popularidad. Puede que al principio de la campaña presidencial dijera que quería “ser el presidente más popular de la historia”. Pero, en realidad, no es así.

Lo que realmente le importa,  una especia de obsesión comprobada en cada uno de sus mensajes, es contar con la lealtad de las bases republicanas que lo eligieron y hoy siguen respaldando su gestión, así sea imputado por la supuesta colisión con Rusia o le renuncien más funcionarios. Sus defensores dicen que hay una especia de conspiración demócrata que está intentando que termine igual que Richard Nixon: destituido.

Al conocer eso, Trump gobierno para las bases. Eso ha quedado comprobado en su primer año. No es que no le importen sus contradictores, sino que de ellos se alimenta para hacer política. Sin una oposición férrea, crítica y permanente, no podría lograr lo que mejor sabe hacer: polarizar, dividir. Esa es su forma de gobernar. Y por eso llegó a la presidencia.

 

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