¿Estaciones o cárceles? | El Nuevo Siglo
Miércoles, 22 de Noviembre de 2017

“No han sido concebidas para mantener allí capturados”

 

 

Diferentes razones me llevaron a visitar  una estación de la Policía Metropolitana de Bogotá y la verdad no puedo describir la sorpresa que me lleve, ante la complicada situación que se vive en estas dependencias de la institución, generada por los delincuentes y transgresores  que en ellas se encuentran, esperando que las autoridades judiciales les resuelva su situación, bien sea ordenando la  libertad o remitiéndolos  a sitios carcelarios destinados a tal fin. Créanme que se trata de un problema mayúsculo: los detenidos no cuentan con  espacios, el hacinamiento es bárbaro, las filas de familiares llevando comida para estas personas ensombrecen el panorama. Ello sin contar con la responsabilidad que asume la institución, debiendo velar por el orden, aseo e integridad de los allí confinados.  En realidad estas dependencias no han sido concebidas para mantener personas que, por diferentes circunstancias, están inmersas en actividades delincuenciales. Las estaciones de Policía en todo el país fueron diseñadas con sentido institucional, donde se alberga al personal destinado a prestar su servicio en las localidades, que cubren la jurisdicción correspondiente, conformándose por ello el sector de su responsabilidad, donde el comandante, los cuadros de mando  y personal de base desarrollan estrategias reservadas a brindar seguridad en todos los rincones de esas áreas. Las estaciones son el hogar del personal soltero que viven en esas instalaciones, son además las oficinas del personal administrativo. Es decir, no están, como lo venimos sosteniendo, concebidas para dar cabida a la delincuencia. Decía hace algún tiempo un prestigioso oficial: “el policía es el único servidor que captura al delincuente y se lo debe llevar para su casa”. Y eso es verdad.

¿Cómo llegamos a esta situación? Hace largo tiempo  los mandos, impulsados por el ánimo de colaborar con las administraciones y la justica ante la congestión carcelaria, optaron por habilitar calabozos en las estaciones. Una decisión que, de entrada, generó la protesta de los núcleos sociales residentes en el entorno de las instalaciones policiales, quienes percibieron el problema a futuro, el mismo que hoy viven. El problema no es de la Policía, es del sistema carcelario y hay que enfrentarlo. La situación se encuentra sobre-diagnosticada. Las estadísticas muestran que las Unidades de Reacción Inmediatas (URI),  al igual de las instalaciones policiales, se encuentran saturadas, realidad generada por el inusitado aumento de población carcelaria que tampoco tiene salida decorosa a este asunto. De manera que ¿quién le pone el cascabel al gato? Porque se trata de una cascada: las cárceles abarrotadas no reciben remisiones; las Unidades de Reacción Inmediata  saturadas y los cuarteles convertidos en cárceles. Es una bomba de tiempo que el Gobierno debe afrontar y los candidatos a la primera magistratura no pueden olvidar en sus futuros planes de gobierno.