Democracias amenazadas en América Latina | El Nuevo Siglo
Foto archivo Agence France Press
Domingo, 12 de Noviembre de 2017
Giovanni Reyes
Factores son muchos y van desde los populismos hasta los elevados índices de desempleo. 

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No se trata sólo de Venezuela, cuya infraestructura política general y de participación democrática en particular se encuentra en posición de cuasi-postramiento.  No, son también los sistemas de Centroamérica atenazados por el crimen callejero, por las redes criminales de la droga, mismas que también han roto, con mucho, el tejido social mexicano.  Quizá, como de costumbre, sea Costa Rica la excepción, un país que junto a Uruguay, Trinidad y Tobago, y hasta cierto punto Chile, son las naciones más funcionales de la región, o las menos disfuncionales.

La Argentina de Macri se debate ahora por un “ordenamiento de las cuentas en casa” que redunda en números alentadores en lo macroeconómico, pero que se cobra los dividendos en inequidad y como mínimo, en estancamiento de las cotas de pobreza.  También Brasil tiene inestabilidad con un trapecista como mandatario, con un Temer, que en dos meses, mediante maniobras, ha evitado que lo tengan detenido por escándalos de sobornos y la sombra siempre acechante de Odebrecht.

La era de las “posverdades”, léase de las mentiras públicas alentadas con nutrido entusiasmo por Washington, caldea los climas latinoamericanos.  Es el “se vale todo”, el de no principios, ni fundamentos ideológicos de partidos en la conducción de las sociedades.  Decir ahora que un político no tiene coherencia, es como expresar que el agua no ejecuta por gravedad, un movimiento ascendente.

El chavismo, mientras tanto, espera afianzar su poder en todo el andamiaje institucional del país, con los poderes plenos.  Es un secuestro de la “democracia”.  Lo hace de manera impúdica, mientras Latinoamérica y la comunidad internacional miran para otro lado, en su tradicional letargo.  Hoy sacudida por un escándalo, mañana tapado éste por otro.  Lo último, que incluso la monarquía del Reino Unido, siempre tan “compuestita” habría no pagado impuestos con los “papeles del paraíso”.  Aún la Ilustración, el Siglo de las Luces, el Siglo XVIII, no ha llegado a muchas latitudes por más “sofisticadas” que traten de parecer.

En otras regiones más al norte, México comprueba que los “desarrollados” no compiten donde pierden.  No lo hacen y de ello Trump se encarga de recordarlo todos los días.  El PRI de México en su esfuerzo de “actualización”, prácticamente va diluyendo las diferencias con el PAN, otro partido de ese país caracterizado por sus creencias acérrimas en los fundamentalismos de mercado y en desatender los mecanismos de “apalancamiento social” que en particular son necesarios para los sectores pobres o sea los estratos más vulnerables de la sociedad mexicana.

Y el recuento de estos rasgos políticos podrían continuar copiosamente: allí esta el manejo de política económica de Colombia, o Perú, países que casi no fueron golpeados por la crisis financiera. Pero cuyas cifras de desempleo, especialmente en Colombia, persisten es ser altas.  Eso amenaza la democracia como sistema abierto cuando las personas no ven una legitimidad concreta que les mejore sus posibilidades y oportunidades de vida.

 

Tipos de gobierno

Ante el panorama que ofrecen las circunstancias políticas más actualizadas en Latinoamérica uno podría preguntarse ¿Qué tipos de gobiernos en general se pueden evidenciar en la región, en función del desarrollo sostenible y sustentable, en función de ser incluyentes y de posibilitar mayores oportunidades para la población?

Es posible identificar tres grandes tipos de gobiernos que se han instalado en América Latina: (i) los fundamentalistas del mercado; (ii) los populistas que con base en recursos abundantes han bajado índices de pobreza e indigencia; y (iii) los que aún se orientan por el crecimiento económico que se traduzca también en oportunidades sostenibles de inclusión para los sectores más vulnerables.

Entre los gobiernos que siguen una orientación más basada en el mercado se mantiene la perspectiva de disminución, o al menos estancamiento de las funciones y alcances de las instituciones de gobierno.  Allí se ubicarían México, Colombia, la mayor parte de los centroamericanos -en donde el acoso de la violencia del narcotráfico está dejando al borde del fracaso a estados enteros como el de Guatemala-.  En cierto grado, también estarían en este grupo: Perú y Paraguay.

En estos países con “fundamentalismo de mercado” se impone la lógica de los recortes en egresos sociales por parte de los gobiernos, lo que va acompañado por lo general de disminución de impuestos para los sectores más poderosos.  Se tienen aquí regímenes fiscales en los cuales predominan los impuestos regresivos, los indirectos, aquellos que terminan pagando más los sectores pobres. 

Para colocar un caso ilustrativo, en Colombia el impuesto al consumo es de 19 por ciento, se paga a más de cuatro dólares el galón (3.75 litros) de gasolina, y la nueva reforma tributaria recién aprobada, disminuye las tasas impositivas a capitales. México podría mostrarse como un ejemplo complementario en ese sentido, especialmente y desde ya, con las reformas que ha implementado el gobierno de Enrique Peña Nieto.

 

Populismos

Entre los países que han naufragado en los populismos insostenibles, desde luego que el caso emblemático es Venezuela -aunque cerca se pueden encontrar Bolivia y Nicaragua.  Es cierto que se ha apalancado el apoyo social a los sectores más necesitados en términos de salud, vivienda, educación y alimentos.  Los hechos han desmentido el populismo de izquierda en la patria de Bolivar, hoy al borde de una crisis humanitaria sin precedentes en la historia inmediata del país: “para la verdad el tiempo, para la justicia, Dios” como acostumbran decir los indígenas mayas guatemaltecos.

El problema con este populismo de izquierda -no se confunda pues los hay de derecha también, como el estrepitoso caso de Trump desde Washington- es la sostenibilidad del modelo.  Caracas podía repartir, distribuir e ejecutar una diplomacia de chequera, mientras el país llegaba a tener una práctica y nociva, inundación de dólares.  Un conjunto de fuerzas que para 2017 amenaza con llevar la inflación a la escalofriante cifra de casi 600 por ciento.  El problema aquí, pues, es la sostenibilidad del “modelo”.

Finalmente están los gobiernos que han fomentado más el crecimiento con sostenibilidad.  En este caso son más evidentes las inversiones en especial en términos de infraestructura física y de infraestructura humana,-educación y capacitación que toma en cuenta importantes coberturas, pero que no debe descuidar los niveles de calidad.  Aquí está Chile y Ecuador, además de Uruguay.  Lo que aquí se hace evidente es que el crecimiento económico se ha traducido no sólo en ayudas de asistencialismo, que en determinadas condiciones son imprescindibles -caso de la ayuda humanitaria de emergencia- sino también en aumentar capacidad productiva e inclusión social en los países.

(*) Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor de la Universidad del Rosario.

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