Refrendación vergonzante | El Nuevo Siglo
Miércoles, 30 de Noviembre de 2016

El golpe mortal dado ayer por el Senado de la República, sobre bases deleznables, a los mecanismos de participación popular en la supuesta refrendación del Acuerdo del Colón, es la demostración fehaciente de que la Constitución de 1991 ha dejado de existir en sus propósitos esenciales.

Imponer de nuevo la democracia indirecta sobre la directa, pretermitiendo la voluntad popular, es ponerse de espaldas a la primavera colombiana que alcanzó a sentirse hace unos meses en el transcurso del plebiscito y los esporádicos diálogos posteriores.

Se ha vuelto a encerrar la política en el hemiciclo, bajo el temor demostrado durante el debate de ayer a la voz del pueblo, pero ella sigue siendo prevalente y propia de quien quiera conquistarla para dar respuesta democrática a sus inquietudes. Es, ciertamente, lo que está pasando en el mundo, cuando en vez de la sintonía indirecta que significan los partidos políticos y la representación parlamentaria, la voz popular viene manifestándose directamente en cada una de las decisiones trascendentales.

Pudo, en el Reino Unido, el parlamento británico haber reversado los resultados del Brexit, teniendo incluso todas las facultades para ello por cuanto allí está claramente establecido que  la Cámara de los Comunes, dentro de la monarquía constitucional existente, prevalece sobre cualquier decisión popular. No lo hicieron, desde luego, y por el contrario el primer ministro prefirió apartarse del cargo y dar curso a la voluntad popular. En la actualidad se adelantan, en el Parlamento británico, los requisitos para salirse de la Unión Europea y nadie puso en duda los resultados del referendo, salvo por algunos estridentes que no tuvieron mayor impacto. La voz del pueblo es sagrada, mucho más en un país donde se inventó la democracia moderna, y así quedó patentado para la historia.

En Colombia, por el contrario, se recurrió al primer inciso con el que tropezó algún secretario del Congreso para desconocer la voluntad popular y el consenso político necesario para sacar avante un tema de gigantesca importancia como la paz en el país. Ya clausurado ese consenso, que estuvo a punto de obtenerse en unas pocas semanas y que el país miró con el mayor optimismo, se pasó repentinamente e incluso por un capricho gubernamental de última hora a la repolarización nacional, por lo demás con un acuerdo de paz colgado de los incisos y de mecanismos equívocos. Lo cual volvió efímero un ejercicio que se suponía para una paz estable y duradera y con la mayor cantidad de legitimidad democrática posible.

En los Estados Unidos, igualmente, el pueblo norteamericano  dio una sorpresa similar a la del plebiscito en Colombia. Con todas las vicisitudes que encarna una presidencia impredecible como la de Donald Trump a nadie se le ocurrió desconocer el resultado de los colegios electorales. Por ahí andan algunos, en particular la candidata Verde, en asocio con la derrotada Hillary Clinton, pidiendo reconteos extemporáneos. No habrá en ello nada más que un derecho al pataleo porque allí también la voluntad del pueblo es sagrada.

Se da, en los dos casos anteriores, que el pueblo ha votado por expresiones conservadoras. Tanto en la campaña del Brexit, liderada por ministros de la centro derecha, como en algunos casos las ideas de Trump, se produjo un viraje que tomó por sorpresa a aquellos que pensaban que el mundo siempre es el mismo y que nadie pide cambios.
Es lo que acaba de pasar, así mismo, con la nominación conservadora a la presidencia de Francia. Para enfrentar a la extrema derecha se hizo una consulta popular en la que de modo sorpresivo triunfó, de lejos, Francois Fillon, un católico conservador cuya idea es la de restaurar la autoridad y hacer que el Estado funcione. Para ello ha prometido reducir 500 mil empleos burocráticos y generar las condiciones para elevar la competitividad y productividad nacional, a partir de dar garantías a la iniciativa privada.

Los atentados a la voluntad popular, en cambio, se vienen planteando por los populistas. Caso patético el de Venezuela, donde para impedir la voz del pueblo, el presidente Nicolás Maduro se ha dado mañas para soslayar el referendo revocatorio constitucional. Es obvio que desde el solio presidencial es fácil torcer las constituciones, a partir de las prebendas y las canonjías, pero al final se impondrá la voluntad popular, aún con todas las extravagancias temerarias que se están produciendo en el país vecino.

La Constitución de 1991, en Colombia, fue enmarcada por la Corte Suprema de Justicia de entonces como un tratado de paz. Hizo bien el presidente Juan Manuel Santos en interpretar esa doctrina a partir de someter a plebiscito lo que había acordado con las Farc y decir que el pueblo tenía la última palabra.  

Con el resultado negativo de aquel lo conducente, por supuesto, era renegociar el acuerdo y, como sugirió la Corte Constitucional, volverlo a consultar popularmente en virtud de respetar los canales democráticos en los que el primer mandatario se había soportado para darle curso legítimo a un tema de semejante trascendencia.  

Ahora, el primer resultado cierto de la democracia participativa fue evadido tanto por el Gobierno como por sus aceitadas maquinarias en el  Congreso. Pero la democracia del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, según la definición clásica, y que trató de afianzar  la Constitución de 1991,  sabrá imponerse frente a la supuesta refrendación, vergonzante y vergonzosa, hecha precisamente a espaldas del pueblo.