Presidenciales en EEUU: desacreditada elección | El Nuevo Siglo
Foto Agence France Press
Domingo, 6 de Noviembre de 2016
Pablo Uribe Ruan @UribeRuan

Faltan dos días para las elecciones presidenciales en Estados Unidos, pero la impopularidad de los candidatos hace que muchos norteamericanos quieran que el reloj se paralice el martes. Una proporción grande del electorado siente decepción,  miedo e incertidumbre, ante la inminente llegada de Hillary Clinton o Donald Trump a la Casa Blanca.

Nunca antes dos aspirantes habían enfrentado tasas tan bajas de popularidad: 60% tienen una opinión desfavorable de Clinton, 58% de Trump. El elector desconfía del magnate y la ex secretaria de Estado por igual.

A pesar de la diatriba en que se convirtió la campaña de Trump, acusando de manera despectiva a centenares de personas, la ex secretaria de Estado es más impopular que él, generando miles dudas sobre su candidatura. ¿Qué tan ciertas son sus palabra, su sonrisa, su cercanía con los grupos minoritarios –negros, hispanos-? 

No sólo ha habido interrogantes sobre el copete de Trump -que finalmente Jimmy Fallon lo dejó al descubierto cuando removió su peluca-, estas elecciones han estado marcadas por la incertidumbre. 

Tras varios intentos, Clinton se convirtió en la nominada demócrata, “argentinizando” el país más importante del mundo; se vistió de Cristina Kirchner. No le bastó llegar al cargo que maneja la política exterior de Estados Unidos: el Departamento de Estado. Quería poder, más poder (no voy hablar de la manoseada serie House of Cards para explicar este fenómeno). 

Algunos dicen que si Clinton no hubiera tenido a Trump de rival, no ganaría en las encuestas. Y es cierto. El peor enemigo de Donald ha sido Trump, como se dijo en este espacio. Cada vez que subió en las encuestas, volvió a bajar por un comentario desafortunado: atacó a los mexicanos, musulmanes y mujeres; anunció que las fuerzas armadas podían torturar y  burló la imagen de un héroe de guerra por su religión.  

Al final de esta maratónica recta final, los jefes de su campaña decidieron ponerle teleprompter  en cada acto público para que no se dejara llevar por esa fogosa retórica que, presuntamente, está llena de verdades que sus seguidores quieren escuchar. En realidad, mucho de lo que dice son mentiras. Es cierto que el desempleo golpea a las poblaciones blancas de antiguas zonas industriales norteamericanas, pero es mentira que la principal causa de esto sean los latinos, por citar alguna de ellas. Esta población, por el contrario, reactivó regiones abandonadas del cinturón de hierro, como cuenta un reportaje de la revista The Atlantic. 

Velo de duda, Clinton

¿Esperanza?, a partir de esta palabra Barack Obama construyó su campaña en 2008. Aunque ha logrado ser vista como la defensora de las minorías  -una huella de Obama-, la investigación del FBI sobre sus correos y los documentos revelados por WikiLeaks, han hecho que la gente no crea en el genuino “altruismo” de Clinton, dejándole claro que no es Obama. 

En las últimas semanas su plan fue mantenerse alejada de las polémicas, tras el escándalo que generó no haber hecho público su estado de salud. Buscó el desgaste de Trump, su autodestrucción, pero a él le llegó un salvavidas: James Comey, director del FBI, envió una carta al Congreso anunciando nuevos correos electrónicos que se suman a la investigación en contra de Clinton.  

El momento de la carta, por supuesto, hace parte de la miles de dudas que deja esta campaña. Comey, siendo republicano, ¿por qué mandó esa carta a tan sólo 11 días de las elecciones? ¿Lo hizo por miedo a prevaricar o por juego político?  

Estas dudas, sin embargo, no son más que simples suposiciones. En cambio, sí  existen pruebas que, en caso de Clinton llegue a la Casa Blanca, se pueden convertir en material para abrirle un juicio político sin antecedentes. 
Charles Krauthammer, columnista de The Washington Post, se pregunta  qué tan pertinente “¿sería elegir a una presidenta que posiblemente entre en al cargo bajo investigación por la policía?”. Además, anota que “las audiencias del Congreso serían inmediatas e interminables. Una crisis constitucional en algún momento no está fuera de cuestión”. 

Si Clinton llega a la Casa Blanca, los interrogantes que plantea Krauthammer pueden volverse realidad. Rudy Giuliani, ex alcalde de Nueva York y uno de los mayores seguidores de Trump, le dijo a CNN “que en un año será acusada y enjuiciada", y añadió, “vamos a votar por un Watergate”, haciendo referencia al escándalo político que salpicó a Richard Nixon en 1974 y lo obligó a dejar la presidencia. 

Es cierto que lo dijo Giulani, un  fanático del magnate, pero igualmente es verdad que un Watergate II está a la vuelta de la esquina, en caso que Clinton sea elegida. Además, la eventual investigación contra Clinton no es lo único que pesa en su contra. Los 30.000 correos publicados por WikiLeaks la ponen contra la pared, como lo demuestra el portal Huffington Post, que tituló “los correos de WikiLeks muestra el monstruo que es Clinton”. 

En los años ochenta este tipo de pruebas en contra de un candidato, posiblemente hubieran impedido que aspirara a la Casa Blanca. Pero en 2016 todo se vale o todo valió. 

El “corajudo” Trump

Donald Trump es la principal arma contra la política, la mayor damnificada de estas elecciones. Su candidatura fue leída como una expresión legítima de la democracia norteamericana en la que un hombre que no había ejercido la política aspirara a la nominación republicana (Carter era granjero, Reagan actor), o, como la imagen de un multimillonario enloquecido por acumular más poder.   

Trump, en realidad, es la mezcla de ambas cosas. Se presentó como un outsider por fuera del establecimiento republicano, cautivando el interés de millones de norteamericanos que vieron en él una propuesta fresca y diferente. “Una luz de esperanza”, como dice una mujer entrevistada por The Guardian, en una pequeña ciudad de Pensilvania. 

Pero tuvo una campaña llena de mentiras y acusaciones y dejó claro que puede hacer lo “que se le dé la gana”, como no publicar sus declaraciones de renta. En cualquier elección, y más en un país como Estados Unidos, esto es prerrequisito para presentarse a cualquier cargo público; a Trump no le importó: nunca se supo su declaración de renta. 

Es cierto, por lo general en cualquier parte del mundo los candidatos dicen mentiras, pero ese porcentaje no sobre pasa el 50% de sus afirmaciones. Trump casi toda la campaña citó cifras que no eran ciertas y creó un escenario de zozobra en el electorado, copiando la estrategia de Richard Nixon en el setenta: un ambiente de miedo y desesperanza para reestablecer “la ley y el orden”.  

¡Mentiras!, dijo Trump. Estados Unidos no sufre la peor tasa de homicidios de su historia. Al revés, como dice Paul Krugman en The New York Times, en 2015 llegó a mínimos históricos. La peor época, según el diario neoyorquino, fue en 1980 (10.2 por cada 100.000 habitantes) y a comienzos de los noventa (9.8). El magnate, igualmente, ha mentido sobre la tasa de desempleo, el calentamiento global, el PIB (miles de temas). 

Sus verdades a medias han sido, en parte, un mecanismo de defensa ante su desconocimiento e inexperiencia. Esto quedó claro durante los tres debates con Clinton, en los que patinó en uno y otro tema, perdiendo cada una de las veces en que se enfrentó con la demócrata.  

Sin duda, Trump desconoce el sistema internacional; quizá es el campo en el que se hace más evidente su ignorancia. Busca romper los tratados de libre comercio, los acuerdos nucleares y las alianzas estratégicas, como si en un abrir y cerrar de ojos Estados Unidos pudiera cambiar su política exterior y reacomodar el mundo. ¿Proteccionismo del Siglo XXI?

La irrefutable elección

A pesar de la impopularidad de los candidatos, Estados Unidos tendrá nuevo presidente el próximo martes. Según el conteo de Real Clear Politics, Trump aparece 3 puntos por debajo de Clinton en la media de todas las encuestas nacionales.

Ante este estrecho margen, los candidatos le apuestan a ganar en los estados swing, caracterizados por su volatilidad electoral; unas veces votan republicano, otras demócrata. En especial tienen puestas sus miradas en Pensilvania, Ohio, Carolina del Norte y Florida, que no han mostrado tendencia por ninguno de los dos. 

Entre estos estados se destacan Carolina del Norte y Florida. Carolina del Norte tiene 15 jueces electorales, siendo uno de los principales estados indecisos para llegar a 270, número necesario para ser declarado ganador. Allí hay una población de blancos de clase media y afroamericanos, que varían sus preferencias electorales. 

Esta vez, de acuerdo a un desglose de los partidos, varias personas ya han votado (en 2012 el 61% lo hizo antes de la elección general). La mayoría de ellas han sido blancas y la participación de la población afroamericana ha sido muy baja, tendencia en contra de Clinton.  

El otro estado que resulta fundamental para las intenciones de los aspirantes a la Casa Blanca es Florida. Desde 2000, cuando se presentó un voto finish entre George W. Bush y Al Gore, sus residentes han sido determinantes. 

¿Batalla final? Efectivamente en la Florida habrá un codo a codo entre Clinton y Trump, que están prácticamente empatados, con una leve ventaja por la demócrata. Con 29 votos electorales, una población latina diversa –muchos son republicanos-  y ciudades densamente pobladas, los expertos estiman que Florida, una vez más,  va decidir quién será el próximo presidente de Estados Unidos. 

Escenarios

Se cree que más de 150 millones de norteamericano votarán en las elecciones presidenciales (en 2012 votaron 144 millones). En realidad estos votantes elegirán a los electores, demócratas o republicanos, algunos de los cuales ya se han comprometido con un aspirante. 

En total hay 538 jueces electorales. El vencedor necesita 270 de ellos para declararse nuevo presidente. En casi todos los estados, excepto Nebraska y Maine, el que gana se lleva todos los jueces. Así el que triunfa en Nueva York se lleva los 29 jueces, pese a que muchos de ellos hayan apoyado otro candidato. 

Lo complejo de este sistema es que un candidato puede obtener más votos generales y perder las elecciones. Trump, por ejemplo, puede lograr 76 millones de votos y  Clinton 74, sin embargo, la candidata demócrata puede ganar en estados que tienen más jueces electorales, pasando la barrera de los 270. 

Si se presenta un fenómeno de este tipo es probable que el republicano no reconozca las elecciones, ya que  en reiteradas ocasiones ha dicho que están “manipuladas”. Pero, por lo general, el candidato que gana las elecciones obtiene más jueces electorales y más votos generales, quitándole fuerza a esta posibilidad. 

Igualmente hay que tener en cuenta el “voto oculto” no registrado en las encuestas. Como pasó en Reino Unido, muchos votantes no respondieron por qué opción votarían, por miedo u otras razones, generando un escenario el que se creyó que el Sí a permanecer en la Unión Europea arrasaría. Finalmente ganó el No. En Estados Unidos puede ocurrir lo mismo, favoreciendo a Donald Trump. 

Después de un año de campaña se elige el sucesor de Barack Obama. Las alternativas, como se ha dicho, no son las deseadas. Trump y Clinton carecen de calidades éticas y morales para dirigir el país más importante del mundo. Pero es un hecho irrefutable que llegaron a donde están porque ganaron las nominaciones de sus partidos. Esta es la democracia del Siglo XXI.