Las brujas y la pandemia | El Nuevo Siglo
Domingo, 25 de Octubre de 2020

A propósito de la celebración del “día de las brujas” que tendrá lugar próximamente, vale la pena reflexionar sobre su origen y su moderna comprensión.

Se dice que no es universal la creencia en las brujas, “pero de que las hay las hay”.  Existan o no, lo cierto es que el origen de los ritos y la persecución de la “brujería” se remonta a la época de los pueblos celtas ubicados en lo que hoy se conoce como Gales, Escocia e Irlanda, incluyendo a Francia, Bélgica, Holanda, parte de Alemania y Suiza, donde se encontraban asentados los pueblos galos.

Por esto, a las brujas se las representa inicialmente como mujeres pelirrojas con poderes mágicos.  Ubicadas en los bosques de Caledonia, se les atribuye un conocimiento de las plantas naturales que son utilizadas para cocinar sus pócimas en grandes ollas humeantes que servirán para producir efectos de los que no se tiene noticia.

Para entender este misterio de las brujas, debe revisarse también el efecto de la pospandemia fruto de la peste negra del siglo XIV, que ha sido una de las mayores epidemias en la historia europea, pues se calcula que dejó un saldo de más de veinte millones de muertos.

Ese fue el escenario que, a partir de una serie de miedos que surgieron hacia lo desconocido, hacia la falta de seguridad, hacia lo nuevo y diferente que trajeron otras culturas que fueron insertándose en el viejo mundo, alimentó las ideas supersticiosas y, si se quiere, la acción persecutoria contra aquello que no encontraba explicación lógica en la ciencia universal.

Todo aquello que pudiera ser entendido a la luz del saber conocido era parte del mundo del bien, mientras que lo que resultaba “misterioso”, se clasificaba como “oscuro” y por tanto al servicio del “mal”.

Muchos años después, cuando se produce la conquista del nuevo mundo y los anglosajones trasladan su cultura, particularmente al territorio de Norteamérica, esas costumbres y ritos para conjurar el “mal” se van transformando para convertirse en celebraciones donde los niños entran a ser los protagonistas.  La utilización de sonajeros, instrumentos, matracas y juegos pirotécnicos, tuvieron un primigenio sentido de alejar a los malos espíritus.  La ofrenda de dulces a los niños y la costumbre de disfrazarse fueron modificando el sentido de la conmemoración, que pasó a ser una fiesta alegre, para la que el misterio y la alegoría a espíritus y fantasmas constituye un ingrediente pintoresco más que el objeto de una lucha por preservar el mundo de la luz. Esa es la razón por la cual no son pocos los que en los tiempos modernos se refieren al Halloween como la “fiesta de los niños” y no como la “noche de las brujas”.

Con misterio o sin él, lo cierto es que, al menos en occidente y particularmente en el nuevo mundo, el 31 de octubre está concebido como una fecha en la que tradicionalmente los niños, disfrazados, alegres y sonrientes, recorren los hogares, entonando cantos y pidiendo dulces que normalmente son ofrecidos con generosidad por quienes abren sus puertas para recibir a los pequeños visitantes que van llenando sus bolsas con los premios recibidos.

Actualmente, en medio de una nueva pandemia, resulta importante mantener el espíritu infantil cuidando que, al menos en esta ocasión, esa fiesta se celebre al interior de los hogares y no por fuera de ellos para que siga siendo la celebración de los niños y no la conmemoración del “día de todos los muertos” que tiene lugar el 1 de noviembre.

@cdangond