Un ser maravilloso y excepcional: Hernando Liévano Perdomo | El Nuevo Siglo
Cortesía La Nación de Neiva
Miércoles, 18 de Octubre de 2017
Juan Pablo Liévano

Nunca imaginé, ni quise pensar, en el día en que tuviera que decir estas palabras. Los padres envejecen, se deterioran y se cansan, pero los hijos los queremos tener a nuestro lado para siempre. Hernando, mi papá, nació a la orilla del río Magdalena en la ciudad de Neiva, en el Departamento del Huila, el 13 de febrero de 1929. De su madre, María Dolores (Lola), educadora y de estricta disciplina, sacó su temple y tenacidad. De su padre, Luis Arturo, filósofo y homeópata, sacó esa chispa y ese don de la poesía y la palabra. Doña Lola decidió, sin embargo, que había nacido el día 3 en lugar del 13, pues para ella el 13 era un número de mala suerte. Así, algunos años después, siempre se le felicitó dos veces por su cumpleaños. Era enfermizo de niño. Tanto que él mismo decía que su mamá tuvo un ataúd debajo de su cama gran parte de su niñez. Arrojado y extrovertido como el que más, se metía al río Magdalena sobre platanales, sin saber nadar, y nunca salía a correr cuando de adolescente le buscaban pelea, pues aquello de los puños, como el “Basketball”, también se le facilitaba. Siempre trabajó desde pequeño, o limpiando frascos en la Andina, la botica de su tío José Domingo, donde se sentaba a oír las conversaciones de su tío con personajes como Oliverio Lara Borrero, o pasándole agua y comida al elefante del circo de turno, o pasando las bolas en un billar de Neiva.

Todo, siempre, lo hizo con compromiso. Quiso infinitamente a sus hermanos Alberto, Roberto, Ricardo, Cecilia e Inés, la menor que murió muy niña y lo llevó a ser médico. Su infancia fue marcada por la justa austeridad. Una vez graduado del Colegio Santa Librada de Neiva, emprendió sus estudios de medicina en la Universidad Javeriana de Bogotá, donde hizo entrañables amigos, como Jorge Cavelier Gaviria. Siempre fue el mejor y el más destacado estudiante, logrando que lo becaran por sus méritos. Después se especializó en Urología en el San Juan de Dios, donde llegó a ser Jefe de Urgencias. En 1961 se casó con Nelly Vegalara, mi mamá, su gran amor, mujer de insuperables valores, inmenso corazón y entrega a la comunidad. Cuando mi abuelo Gabriel le dijo que se quedara en Bogotá y que él podía ayudarle a ello, le respondió diciéndole que lo que buscaba era esposa y no papá. Llegó a Neiva con deudas y con su profesión. Llegaron sus hijos, Carlos Hernando, Claudia, José Gabriel, Ana María y yo. Para cada uno de nosotros tenía unas palabras, un lenguaje y una anécdota de acuerdo a las necesidades y al mundo de cada cual. Parecía que tenía un corazón para cada uno. Antes de irme a estudiar mi postgrado en Washington me dijo con cariño que lo importante en la vida eran los principios, la educación y la perseverancia y que era deber de cada quien, con esas herramientas, labrarse su propio destino y sobresalir en su actividad. La tenacidad y la responsabilidad siempre fueron el norte en su actuar.

Participó activamente en la política departamental y municipal, siendo Tesorero Departamental del Partido Liberal y Concejal de la ciudad de Neiva por varios años. Fue además miembro de planeación municipal, donde adelantó varias iniciativas para mejorar su desarrollo urbano. Fue fundador y miembro del Nuevo Liberalismo. Nunca pudo superar la muerte de su gran amigo y contertulio, Rodrigo Lara Bonilla. Su asesinato lo devastó. A pesar de ello, sirvió de puente con el liberalismo oficialista para la unidad con el nuevo liberalismo y se lanzó al Senado en 1990, por solicitud de Luis Fernando Jaramillo Correa, faltándole sólo 500 votos para alcanzar la curul. Después descubrió que los “amigos políticos” habían partido los apoyos en varios municipios del departamento, lo cual desembocó en la pérdida de votos y la curul. De toda su vida política, recuerdo una comida en la casa en Bogotá donde Turbay y Galán sellaron la unidad liberal con el compromiso de una consulta popular.

Practicó la medicina durante muchos años, con gran dedicación y éxito. Para él lo importante era el paciente, su atención ética y humana, desarrollando a cabalidad el juramento hipocrático. Muchas veces no cobró por sus servicios, haciendo trabajo comunitario y social. Trabajó incansablemente en el mejoramiento de los servicios médicos en el Departamento del Huila. Fue fundador y director del Servicio de Urología del Hospital San Miguel y del Seguro Social. Trabajó además como médico del Batallón Tenerife de la Novena Brigada, atendiendo militares heridos. La medicina y la política las combinó con su emprendimiento empresarial. Fundó el Hotel Avirama, ahora Hotel Chicalá, institución que se ha destacado por muchos años en la industria hotelera de la ciudad de Neiva, generando empleo y riqueza para sus trabajadores y la región. Ayudó incansablemente al Albergue Infantil de su tía, a la que quiso infinitamente, Mercedes Perdomo de Liévano. Amó la vida como nadie, pero entendía su condición mortal y la tragedia humana de manera excepcional. Tal vez por eso amaba la fiesta brava, un baile de vida y muerte con el toro, pasión que lo deleitó toda su vida. Por ello, fue en algunas ocasiones médico de la Plaza de Toros La Santamaría de Bogotá, por invitación de su amigo Camilo Cabrera Polanía. ¡Cómo no recordar su anécdota de cuando atendió en Bogotá a “Paco Camino”, ese gran torero de los 50`s!

Mi papá también fue un parrandero incansable en sus años mozos, le encantaba cantar y bailar, lo cual hacía con gran destreza y, en San Pedro, siempre sacaba su Caballo King. Amaba los animales. En algún momento mi mamá quiso cambiarse de casa, lo cual no se pudo hacer hasta que hubo una nueva que contara con un lugar para sus adorados pájaros. Amaba también la buena mesa y la buena charla en sobremesa. Amigo de sus amigos y feroz adversario de sus enemigos, pero, ante todo, sus luchas eran con ideales y principios, por lo que aborreció el “amiguismo” político. Nunca ha habido debates de tanta altura y filigrana como los que él realizó en el Concejo de la ciudad de Neiva. Como me dijo Guillermo Plazas Alcid hace unos días en la clínica: “con su papá se podía estar de acuerdo o en desacuerdo, podía estar equivocado o en lo cierto, pero con él siempre se sabía qué esperar”. Su sentido del humor era agudo, sarcástico y mordaz. En sus años maduros buscó la felicidad, dentro de la melancolía y la soledad, como dueño de su tiempo y de su espacio, retirándose de lo público y de la política.

Mi papá simplemente fue un ser maravilloso y excepcional. Todo lo hizo a su manera, como en la canción “my way” (a mi manera) de Frank Sinatra, pero lo de él siempre fue la música de su amado Departamento del Huila y de su amigo Jorge Villamil Cordovez. Deja un legado enorme a sus hijos, a sus nietos, a sus sobrinos, a su comunidad, a su Neiva y a su Departamento del Huila, de valores, principios, trabajo y servicio social. En lo que a mí respecta, como hijo, me enseñó a vivir con su ejemplo. Espero honrar con mi vida su legado. Muchas gracias papá querido, me harás mucha falta. Descansa en paz y ojalá todos tuviéramos esa surte de haber nacido un día 13 como tú.er