Salir del fracaso, primero reconociéndolo | El Nuevo Siglo
Viernes, 6 de Octubre de 2017
  • El ingreso de Colombia en la OCDE
  • Uno de los peores momentos para el examen

 

En medio de la polarización reinante, donde lo que aparentemente cuenta es la mecánica política y el griterío como formulación proselitista, no sobraría, en modo alguno, que el país pudiera encontrar puntos en común sobre los cuales soportar su futuro y generar las propuestas indicadas para hacer una mejor nación. Nos referimos, en concreto, al virtual ingreso de Colombia a los países de la OCDE, una organización establecida entre las naciones desarrolladas a fin de crear índices de progreso y calidad de vida sobre los que se hacen evaluaciones permanentes con el objeto de examinar los avances o los atrasos de los asociados.

El resultado de los exámenes de ingreso a la OCDE, para Colombia, no ha sido ciertamente halagador. Muchas son las materias con rubros ampliamente negativos que demuestran el nivel de subdesarrollo en el que se encuentra el país frente a las potencias europeas o las naciones de mejor nivel, en América Latina. No hay, pues, un solo frente en el que no estemos obligados a mejor considerablemente. Y la situación debe servir tanto de reproche como de acicate.

Por lo pronto, está claro que las políticas públicas no han servido para sacar avante un país que tiene una cantidad importante de recursos a fin de crear una sociedad más productiva, consistente y homogénea. No se trata, ciertamente, como lo dice uno de los agentes de la OCDE, de salir de la “fracasomanía”, epíteto supuestamente atractivo, sino de señalar las causas del fracaso. Que, a nuestro juicio, proviene de varios elementos que deben ser modificados si se quiere llevar al país a buen puerto. Uno de ellos, por supuesto, la gran ineficacia del Estado como organismo encargado de generar la plataforma de estabilidad suficiente para que la sociedad pueda realizar sus actividades. Es un concepto reiterativo decir que en el país los factores de inseguridad, tanto física como jurídica, no colaboran en modo alguno para generar un hábitat favorable de desarrollo, productividad e innovación. Por el contrario, Colombia, pese a la publicidad en torno al proceso con las Farc, sigue constreñida por agentes delincuenciales de toda índole, tanto en los campos como en la ciudades, lo que ha impedido y pone en evidencia la falta de supremacía del Estado y la difusa soberanía colombiana. Un descalabro superlativo que sigue obligando al combate decidido contra la inseguridad y el desorden. En tanto, no puede presentarse al país como un Estado en las mismas condiciones de los miembros de la OCDE.

Del mismo modo, en los últimos tiempos se ha venido gestando un concepto contrario a los beneficios que encarna, para cualquier país, una empresa privada sólida, vigorosa y con vocación de futuro. De hecho, mientras la OCDE piensa que debe acoplarse el sistema tributario a montos de mayor envergadura, lo cierto es que hoy Colombia es uno de los países de más grandes tasas impositivas, lo cual ha minado gravemente el empuje y la fuerza de la empresa privada como promotora sustancial e irremplazable del empleo y la inversión. El “castigo” ha sido mayúsculo sobre la base de llenar el hueco fiscal producido por la caída de los precios del petróleo, lo que a su vez dejó palmariamente en claro la excesiva dependencia económica de las actividades extractivas y la calamitosa subordinación a la bonanza minero-energética, llevando irremisiblemente a la nociva “enfermedad holandesa” que se dio en los tiempos recientes y de la que no hemos salido. Nunca se supo, en realidad, en que se “sembró” el petróleo, pero en cambio sí es clara la pesada carga que se transfirió a la empresa privada, además de acrecentar el IVA a la ciudadanía, confinándola a la parálisis y la incertidumbre.

De otra parte, basta con revisar los rubros del presupuesto nacional para comprender que Colombia es una sociedad fundamentada casi exclusivamente en una ingente cantidad de subsidios. He ahí una de las grandísimas debilidades de la economía, en general, y de la incapacidad ciudadana para salir adelante. El asunto es todavía peor si se entiende que el Estado ha mantenido y acrecentado los ingresos, pero ha sido totalmente ineficaz en cerrar la brecha de la desigualdad social, lo que señala su chasco. No solo por su inhabilidad para llevar a cabo las políticas públicas, sino también por la incidencia de la negligencia y la corrupción, en medio, por lo demás, de una desinstitucionalización sin precedentes. La recuperación del Estado de manos de parásitos y corruptos, así como el salvamento de las instituciones, son tareas impostergables.

Entre tanto, y ante semejante panorama, el ingreso de Colombia a la OCDE podría tomarse, no solo como una ventana de oportunidades, sino como la política de Estado que no se ha querido adoptar. Todo ello sería positivo y viable: ¡con los pies en la Tierra!                       

      

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