Obsesión y agresividad política | El Nuevo Siglo
Martes, 17 de Octubre de 2017

Lo que antes se denominaba a mucho honor como "militancia política', con su respectiva inscripción  y carnetización en los partidos ante los cuales se guardaba lealtad y disciplina según lo dictaban los estatutos basados en  principios ideológicos, se fue descomponiendo en un sectarismo aberrante que  terminó en violencia partidista por muchos años.
Luego de derramarse mucha sangre en una confrontación fratricida por alcanzar el poder,  esta se mitigó repartiendo por igual el acceso al gobierno cada cuatro años a través del  llamado "Frente Nacional", acentuándose el gamonalismo regional con representación nacional y la distribución de los auxilios parlamentarios.
Entre tanto, apareció la guerrilla más estructurada y mejor financiada luego de haberse conocido como "bandolerismo y chusma"; los narcotraficantes y los paramilitares cada cual en su momento como organizaciones criminales también con pretensiones de poder.
Con la Reforma Constitucional de 1991 se crearon empresas electoreras con el remoquete de movimientos o partidos y se multiplicó el clientelismo.
Vino el transfuguismo y cada quien se acomodó a donde más le conviniera.
Se perdió la vergüenza y se pasó a buscar el interés personal entre delincuentes de cuello blanco o asociaciones para delinquir de alto nivel especializadas en saquear el Estado, tal como lo demuestra la realidad que se vive ahora en Colombia por cuenta de la corrupción y la inmoralidad.
Luego se acordó permitirle a la guerrilla hacer política; es decir, a participar de lo mismo a ver si "así dejaba de disparar y secuestrar".
La  verdadera realidad es que ahora no se sabe qué va a pasar y en las urnas tendrán que enfrentarse unos con otros al veredicto de las mayorías.
Los partidos políticos dejaron de actuar en función de su inspiración original y dieron cabida a personalizamos enfermizos, ante los cuales hoy día la gente se inclina y subordina apasionadamente, inclusive atacan con mucha emoción y beligerancia a quienes piensen diferente.
Los que se atrevan a hacerle alguna observación al gobierno de Santos se les tilda de  "uribistas"; no hay otra opción. Igual si se cuestiona a Uribe, inmediatamente se les califica de "santistas".
Es absurdo que ni siquiera acepten los errores, pero más grave aún que el país se haya encasillado en dos individuos inclinándose a sus pies con la cérvix casi a ras del suelo.
Lo malo no está en compartir las ideas de un líder y apoyarlo para que las desarrolle y aplique, sino en endiosarlo y pretender endosárselo a los demás por las malas y a como dé lugar.
Es esa una conducta que raya en lo patológico. 
"Los amigos de mis amigos son mis amigos; los amigos de mis enemigos son mis enemigos...."

Consultados los expertos, esta sintomatología es la de una marcada  obsesión relacionada con temores e inseguridad; trastorno que dificulta su relación con los demás, llegando a volverse compulsiva mediante comportamientos repetitivos, rígidos e intransigibles.

El país necesita, de la reflexión, la serenidad, la inteligencia de sus ciudadanos, y no de mentes enfermas agresivas e irrespetuosas.