La ciencia ficción en la U. Soviética | El Nuevo Siglo
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Domingo, 15 de Octubre de 2017
José Alejandro Londoño
La Revolución de Octubre cumple cien años, un paradigma  comunista utópico, no necesariamente real. En sus cineastas, como Alexei Tolstoi y Andrei Tarkovski, la distopía marcó su narrativa, demostrando que no todo eran sueños, también había miedos

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EN 1848 se publicó por primera vez el Manifiesto del Partido Comunista. Los autores fueron Karl Marx y Friedrich Engels. El texto, como ya lo han señalado varios intérpretes, entre ellos Jacques Derrida y Michael Hardt, empieza con un enigma: el de un fantasma, un espíritu o un espectro («Gespenst» en alemán). Así inicia el Manifiesto: “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo”.

 

El «Gespenst» hace alusión al Rey Hamlet, que luego de haber sido traicionado, y asesinado por su hermano, se le aparece a su hijo, Hamlet, para decirle: “El tiempo está fuera de juntura” (Time is out of joint). El presente y la historia misma, tanto según las voces de Marx y Engels, como según Hamlet, parecen haber sido transgredidos. Hay un orden desarticulado, brutal. Entonces el espectro “Gespent” irrumpe porque en nuestro horizonte de la realidad, en el presente, hay un desbalance, una usurpación.

 

El “Gespent” busca instaurar en el entramado histórico, en el horizonte de lo presente, una consciencia crítica sobre la causalidad del poder que dé pie para una lucha cuyo fin sea transformar las condiciones de lo real e invitarnos a un nuevo mundo futuro, a otro horizonte mejor. En Hamlet de Shakespeare esto sería derrocar al usurpador, reconociéndolo como infame mentiroso, y reestablecer el orden debido. En el comunismo y el marxismo ortodoxo, en cambio, habría que desnaturalizar la lógica de la explotación capitalista y, a su vez, formar la lucha de clases que posibilitaría el comunismo.

 

Una característica del comunismo, como proyecto político, es su potencial soñador. La operación del «Gespent» es visibilizar en el presente una falla que invite a materializar el futuro soñado. Como lo indicó Walter Benjamin en sus Tesis sobre la historia, este futuro es utópico, imposible de alcanzar. ¿Por qué? Porque las contradicciones y tensiones de la lucha de clases son insuperables.

 

La historia, diría Derrida en Espectros de Marx, ocurre con la problemática del «fuera de articulación, fuera de orden, fuera de aceptación y juntura». Esto es porque el tiempo, el dolor y la violencia nos convocan a soñar con arreglar el tiempo, con actuar bajo la promesa de que habrá mejores tiempos por venir y de que la historia en la que nos vemos arrojados se caracteriza por la usurpación, lo corrupto, etc.

 

En base de cómo fantasiamos con el futuro, nuestras prácticas del presente se modelan, calculan, pues una de las características de la modernidad, muy mesiánica por cierto, es la de imaginarnos en una historia lineal en ruptura y transformación.

 

Distopía en el cine

Exactamente hace cien años, en Octubre de 1917, se cocinaba en los vastos territorios de Rusia un nuevo bloque histórico. La dictadura proletaria que Marx soñó no fue la que se apropió de los medios de producción y los aparatos de Estado. Fueron más bien los campesinos de una economía poco industrializada quienes articularon la lucha que posesionó a la Unión Soviética como el primer gran orden comunista. Hoy todavía se celebra en Rusia la Revolución de Octubre.

"La URSS, sin lugar a dudas, fue en el siglo XX uno de los lugares del mundo en los que más ciencia ficción se creó, y uno de los fenómenos que motivó más ciencia ficción"

Si bien muchos tendrán buenas razones para no llamar a la URSS un orden comunista, lo hago por facilidad, porque estamos más familiarizados a hacerlo así. Pensándola como comunista, me interesa situarla desde su contradicción y desde Walter Benjamin: como un territorio o una historia en la que la lucha de clases y los problemas nunca se acabarían, como tampoco las especulaciones y fantasías del futuro. La URSS, con censura y promoción, con rebeldía y conformismo, sería un magnífico laboratorio de distopías y utopías.

 

La URSS, sin lugar a dudas, fue en el siglo XX uno de los lugares del mundo en los que más ciencia ficción se creó, y uno de los fenómenos que motivó más ciencia ficción. Su propia afiliación al comunismo y a la revolución es un ejercicio utópico. Por otro lado, el proceso de industrialización y tecnificación -la apuesta por transformar toda la base de lo social, por proletarizar a los campesinos, por crear el mejor mundo posible, cúmplase o no- es un existir en convocación por el futuro.

 

La famosa vanguardia modernista rusa del arte  y de la arquitectura del siglo XX tomaría como referente la tecnificación. Esta sería el Constructivismo. Su premisa sería: arte para construir.

 

Como cuenta Fredric Jameson, uno de los temas artísticos que más interesa al público soviético durante su casi siglo de existencia, y al público ruso hoy en día, es la ciencia ficción. En los años setentas, cuando Iván Efremov estaba siendo traducido a muchos idiomas distintos al ruso, por ejemplo, había más de seiscientos escritores de ciencia ficción en Rusia. Imaginar en Rusia el futuro, como especular qué pasa con el modelo ruso, sería un instrumento para inventarse el futuro, como para también evitar tomar pasos o estigmatizar a las izquierdas.

 

Había entre los muchos libros que se publicaban temas de todo tipo: colonizaciones socialistas en Marte (un gran referente sería Alexei Tolstoi, familiar del autor de Guerra y paz), planetas poblados por los atlantes, idílicas revoluciones comunistas mundiales, desastrosos órdenes dictatoriales, guerras nucleares. La fantasía, digamos, se orientaba a imaginarse el mundo que habría. El mundo presente, se entendía, era un tiempo en constante transfiguración. Pero no solo se imaginaba el mundo que se querría que hubiera, sino también el que no se quería ocurriera.

 

A través del cine estaría quizá el más renombrado autor de ciencia ficción ruso: Andrei Tarkovski. En sus películas, sumamente teológicas, y admiradas y premiadas por todo el mundo, el autor se preguntaría sobre cómo sería el mundo en el caso de que hubiera una crisis nuclear, o sobre cómo nos transformaríamos en los viajes espaciales. Sus películas, digamos, se ubicarían más en el distopismo que en el utopismo. Constantemente cuestionarían la apología moderna que se hace a la ciencia, a la suposición de que con más desarrollo tecnológico estaríamos mejor.

 

Para varios críticos literarios, quizá lo más rico de la literatura de ciencia ficción rusa está entre los manifiestos (que invitan a transformar el presente por una ruptura) y el distopismo (la imaginación negativa del futuro). Tal vez estas narrativas son cruciales para pensar en políticas como el desarmamiento, tan necesarias en países como Estados Unidos, Rusia y las Coreas.

 

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