La atonía venezolana | El Nuevo Siglo
Sábado, 14 de Octubre de 2017
  • Dilema electoral perverso
  • La bipolaridad política

 

Los medios de comunicación, las encuestas, los comentarios de las gentes en las calles evidencian la apatía electoral de los venezolanos frente a los comicios regionales de mañana. Saben que este Gobierno en diversas oportunidades ha burlado el estado de Derecho, modificado a su antojo las reglas de juego proselitistas, desconocido los principios esenciales de la Constitución e incumplido los compromisos democráticos, por ejemplo el que el año pasado lo obligaba a convocar la cita a las urnas que sólo se realizará este domingo. También fue este Gobierno el que incumplió con el mandato constitucional de convocar el referendo revocatorio promovido por la oposición y que es seguro habría dado al traste con la dictadura.

Los partidos antichavistas no tienen ninguna garantía ante el poder electoral cooptado por el Ejecutivo, ni siquiera la certeza sobre la cantidad de votos que  obtengan en las urnas mañana. Adolecen también de testigos en las mesas de votación. Milagrosamente han acudido a algunos mecanismos de vigilancia e información alternos que evitan que les birlen sus mayorías, pese a que en ocasiones les anulan los votos y desconocen los resultados en sus fortines políticos. Incluso cuando ganaron los comicios de la Asamblea Legislativa, ello fue porque ni los propios agentes de la burocracia electoral oficial imaginaron que concurrirían tantas personas a votar, haciendo imposible montar un fraude.

Hoy la crisis institucional venezolana es más grave por cuenta del funcionamiento de una asamblea constituyente de corte gobiernista y de origen espurio. Asamblea que sigue ciegamente las instrucciones de Miraflores y que en la práctica ya borró cualquier resquicio de separación de poderes. Se ha dictado un sartal de disposiciones claramente ilegales para dificultar el proceso electoral de mañana, sobre todo con el objetivo de bloquear a los candidatos de la oposición, muchos de los cuales se inscribieron a sabiendas de que no cuentan con garantías y de que, por el contrario, corren el riesgo de prestarse a una dudosa estrategia oficial que quiere mostrar, artificiosamente, que en Venezuela sí hay democracia. Ello mientras el chavismo maniobra para favorecer a sus aspirantes por todos los medios, lícitos o no.

Pero lo más grave es que el presidente Nicolás Maduro ahora insiste en exigir que todos los candidatos que sean electos, sin excepción, deben juramentarse ante su asamblea constituyente de bolsillo, reconocerle legitimidad y someterse a sus criterios y mandatos, que son claramente los del oficialismo.

La insólita movida de Maduro generó un dilema electoral. La opinión pública no sabe qué hacer. Agobiada por el hambre, el desplome de sus salarios y una casi nula capacidad adquisitiva, millones aún no deciden si acudirán a las urnas para escoger a los 23  gobernadores. Saben que abstenerse sería dejarle el campo abierto a los minoritarios aspirantes chavistas, pero también temen que si votan convalidan la farsa electoral y la dictadura de Miraflores.

Como ya se dijo, el dilema para la oposición evidencia la perversidad gubernamental. Es más, no se permitió a los más fuertes representantes de la oposición inscribirse, con miras a desanimar a sus seguidores y, por esa vía, conseguir que el grueso de la ciudadanía contradictora del chavismo no participe en la justa electoral y que las administraciones estatales queden, de nuevo, en manos del gobierno.

Como el sistema electoral está bajo completa sospecha, se teme que se les permita a los críticos del Gobierno quedarse con algunos cargos de poco peso, pero mediante maniobras non sanctas se manipularía el resultado para que las gobernaciones que más le interesan al oficialismo sigan bajo su control. Es claro, también, que hay un juego doble de Miraflores dirigido a dividir la oposición, consciente de que ésta carece de un jefe capaz de unirla y liderar la ofensiva política para forzar la caída del chavismo.

De otro lado, no pocos analistas hablan ya de una bipolaridad en la política venezolana. Nadie se explica a las claras cómo se terminó en las últimas semanas en una campaña electoral ‘normal’, si no hace mucho se venía de cuatro meses de lucha frontal -con más de 100 víctimas mortales- en las calles contra el régimen, asomos de división en los cuarteles, denuncias diarias contra la corrupción oficial y ardorosos debates de la oposición en la Asamblea Nacional, exigencias indeclinables de renuncia inmediata… Y menos aún se explican en las calles cómo la oposición aceptó la contienda en las urnas a sabiendas que sigue el mismo Consejo Nacional Electoral espurio y parcializado.

 

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