Naciones Unidas, los riesgos de la inutilidad | El Nuevo Siglo
Foto Agence France Press
Domingo, 23 de Octubre de 2016
Juan Carlos Eastman

Desde el inicio de la crisis económica global del capitalismo, en la década de 1970, con su desigual impacto regional y nacional gracias a las formas de inserción en el sistema, muchos ciudadanos, activistas y dirigentes, sin armas y con armas (en especial, los movimientos de liberación nacional y anticoloniales afro-asiáticos), encontraron en Naciones Unidas el escenario ideal para exponer sus causas y agendas, y una plataforma de acción, en todos los ámbitos de existencia social e individual de los seres humanos, que facilitaron sumar esfuerzos e intereses que se tradujeran en resoluciones, declaraciones e instrumentos de acción a su favor. Así, muchos temas de nuestros días se fueron abriendo camino, de la mano con nuevos actores sociales y políticos internacionales, hasta conquistar el sitio que hoy tienen en la agenda global. Aquellos años resultaron ser, en nuestro concepto, los años más sensibles y cercanos de Naciones Unidas con la humanidad.

Esta confianza colectiva se fue diluyendo a partir de la década siguiente, cuando la versión degradada de la guerra fría, entre 1981 y 1985, liderada por gobernantes neoliberales y agónicos dirigentes comunistas, golpeó a Naciones Unidas y transmitió su debilidad a todos aquellos que habíamos contado con su influencia política y moral de años anteriores.

Aquellos golpes comenzaron con la desfinanciación selectiva de programas no euro-estadounidenses de la Unesco, porque les parecieron hostilmente anti-occidentales. A partir de entonces, se convirtió en un observador de tragedias globales, recogiendo datos y acumulando lamentos, y en testigo notarial de decisiones nacionales que, a su vez, fueron sentando las bases del fin del orden geopolítico bipolar, y el salto al vacío con la agenda sin resistencias efectivas a la globalización capitalista corporativa.

Las sombras de nuestro siglo

Nuestras críticas pueden parecer inmerecidas para el sistema de Naciones Unidas. Quizás la trascendencia como foro de y para la humanidad que le otorgamos, no formaba parte de los intereses y necesidades de sus fundadores. Es cierto que no ha tenido la accidentada existencia del esfuerzo organizacional anterior, a partir de 1919, con la Sociedad de las Naciones, a la que el mismo país promotor y fundador, Estados Unidos, su congreso le impidió ser parte, a pesar de descansar sobre un ideario liberal y capitalista propio de los intereses económicos y político-militares de los empresarios y dirigentes estadounidenses. También es cierto que la celosa jerarquización del funcionamiento del sistema ofrece, de hecho, interferencias y parálisis a decisiones sensatas para los ciudadanos; en este sentido, el enemigo de Naciones Unidas está adentro, el Consejo de Seguridad, y lo controlan aún cinco países que juegan de forma mortal e irresponsable con la credibilidad de la organización y sacrifican la confianza del resto del mundo.

Esta ausencia de percepción de beneficios nacionales y sociales puede pasarle factura dramática al sistema, como sucedió en la década de 1930 -aunque con otras intenciones característicamente perversas-, como fue retirarse de la Sociedad de las Naciones. ¿Sería posible que esto comenzara a suceder en nuestros días y en lo que resta de la década con la integración de Naciones Unidas?

La creciente imposición de la voluntad personal y gubernamental en el tratamiento de ciertos asuntos humanamente sensibles, que forman parte de la agenda global reciente, deja a la organización en una situación de relativa inutilidad, y en consecuencia, progresivamente, innecesaria. El mal aqueja a otras organizaciones regionales, tales como la OEA, la UA y la Liga Árabe, entre otras más. Para algunas de ellas, la gravedad de los problemas sociales y políticos nacionales y vecinales las han marginado en la interlocución pública y privada; para otras, la crisis humanitaria que agobia a algunos de los países que las integran, debido a su incapacidad e invisibilidad efectivas, exigen su transformación o su desaparición.

En el caso de las Naciones Unidas, la reciente designación de un nuevo Secretario General, que además forma parte de la burocracia del sistema desde hace una década, en Acnur, no anuncia cambios sensibles. Algunos dirán que fue acertada porque conoce el sistema y ofrece confianza a todas las partes con intereses nacionales amenazantes. Para otros, tal designación es parte del problema, no una esperanza de redención y restauración de la credibilidad institucional.

Mientras los tiempos de las necesidades humanas requieren acciones urgentes y ejecutivas, los tiempos de estas organizaciones, por la complejidad de los actores involucrados y la inherente contradicción de sus intereses, resultan laberínticos en su tratamiento y paralizantes cuando se trata de tomar decisiones y acordar intervenciones. Desde los tiempos de la guerra fría, en especial durante la década de 1950, y entre 1981 y 1986, no percibía esta especie de “asfixia” institucional, gracias al trabajo de diplomacias cautivas por sus renacientes intereses nacionales o como respuesta a la inercia de la decadencia de la última potencia global conocida.

¿Hacia el colapso institucional?

Esta dramática combinación de inutilidad e incompetencia que registramos frente a los desafíos globales de la humanidad, como percepción colectiva creciente, y peligrosamente administrada por los poderes nacionales más influyentes interesados en conservar una especie de “limbo institucional”, anuncian un pulso necesario –pacífico pero con carácter- en la arena política nacional e internacional, entre organizaciones ciudadanas y poderes públicos.

La primera pregunta que debemos formular es sobre la salvación o entierro de Naciones Unidas. La segunda, ¿cómo incidir, de forma efectiva, con Naciones Unidas o sin ella, en la contención del desastre global que nos lleva a padecer un “hogar planetario” no sostenible e implosivo en el futuro cercano? Y la tercera, entre otras posibles, ¿Aún hay oportunidad de inspirarle o devolverle (según los pareceres políticos y analíticos), el sentido y servicio humano a Naciones Unidas? Recordemos algunos de estos temas que son desafíos mortificantes para muchos colectivos sociales.

El espectáculo más bochornoso para la sociedad internacional, desde lo moral y lo humanitario, lo constituye la tragedia siria: una expresión radical del cinismo de las llamadas potencias y de la impotencia global. Las fotografías de aquel niño aturdido y desorientado, perplejo frente a la curiosidad mediática y el despojo violento de su entorno, no tuvo el efecto necesario y deseado; en otros tiempos, habría provocado tal indignación que los ciudadanos hubiéramos cercado a las sedes de Naciones Unidas, en New York, Ginebra y La Haya, y hecho plantones ruidosos frente a las sedes de nuestras Cancillerías y de las embajadas de los gobiernos más involucrados en la tragedia.

De igual forma, el drama de los migrantes en varias partes del mundo, y con especial atención mediática, en el Mediterráneo, ha superado la capacidad política y administrativa de gobiernos y organizaciones para evitar que los escenarios marítimos se conviertan en cementerios de agua, y las balsas y embarcaciones sigan siendo “ataúdes flotantes”.

Pero también debemos recoger las advertencias de aquellos que denuncian la decadencia de la democracia y el ascenso del aventurerismo político y la debilidad o ausencia de instrumentos efectivos que verdaderamente inquieten a presidentes y jefes de gobierno, blindados gracias a las argucias legales domésticas, a la interpretación y aplicación de incisos o artículos constitucionales y a las convocatorias de apoyos partidistas y ciudadanos, reclamando mandatos metafísicos, cuyo ejercicio de la libertad de opinión termina favoreciendo su erosión y, a mediano plazo, su desaparición.

¿Y qué podemos esperar después del desastre de credibilidad dejado por los Cascos Azules en algunos países en donde se asignaron para proteger a miles de civiles despojados y violentados de diversas formas? ¿Y frente a las soluciones reales y efectivas, sistémicas, a favor de la siguiente generación, sobre la amenaza común proveniente de la crisis ambiental y de la cercanía de una nueva fase de extinción de las diversas formas de vida, por el impacto del concepto de desarrollo ejecutado hasta la fecha? ¿Y frente a las promesas y sentidas expectativas de millones de seres humanos sobre la coherencia y eficacia de la Corte Penal Internacional?

Muchas preguntas que colocan la organización frente a una ciudadanía cada vez más abandonada por partidos políticos, instituciones públicas y Estados acosados por el vértigo globalizador.

*Historiador y Especialista en Geopolítica. Docente e investigador del Departamento de Historia y Geografía y miembro del CEAAMI (Centro de Estudios de Asia, África y Mundo Islámico), Pontificia Universidad Javeriana.

 

ANTONIO GUTERRES asumirá como secretario de ONU con el gran reto de hacer una reingeniería para recuperar la credibilidad y efectividad en sus decisiones./Foto AFP