De la pasión a la reflexión | El Nuevo Siglo
Domingo, 9 de Octubre de 2016

Pasados los acontecimientos de vértigo de esta semana, donde en un abrir y cerrar de ojos se modificaron las realidades nacionales, el país volverá por los fueros de lo que quedó pendiente, pero en un nuevo escenario, con un Presidente Nobel de Paz, y un plebiscito que obligó a la modificación concertada del acuerdo de La Habana.

Será, entonces, ese Presidente Nobel de Paz, lo que adquiere una dimensión desconocida en el panorama de la historia administrativa y política colombiana, el que deberá enfrentar, al inmediato plazo, por ejemplo, la obligada reforma tributaria a fin de superar la crisis fiscal y dejar tranquilas a las calificadoras de riesgo. Por igual, esta inédita circunstancia tendrá connotaciones clave hacia el futuro por cuanto es posible que la protesta social, para tomar solo un caso, enfrente a un Mandatario que, por el contrario, ha sido galardonado por sus esfuerzos en la pacificación del país y la generación de un nuevo ámbito para los colombianos.

Pero más allá de ello queda, desde luego, pendiente el viento de cola del plebiscito, cuyo dictamen fue leído finalmente, por todas las fuerzas vivas y sociales del país, como la necesidad de mantener el proceso de paz, pero ajustarlo dentro de nuevos parámetros.

¿Hasta dónde llegará el reajuste? Esa es la pregunta y es lo que debe resolverse en los próximos días, pues ya está claro que tanto los voceros autorizados del Sí como los del No, al igual que las Farc, mostraron disposición para llegar a un consenso. Pudo haber ocurrido exactamente lo contrario. Y de hecho el propio presidente Santos dijo en su oportunidad que si ganaban las fuerzas del No en el plebiscito, eso significaba el regreso al terror y la guerra.  A ello contestaron las Farc, hace ya meses, que eso no sería así, mientras que las fuerzas del No venían anunciando que su propósito no era acabar con el proceso, sino producir la renegociación.

Eso que parecía tan distante hace tan solo unos días, se hizo presente la semana que termina. Por fortuna, dentro de un ambiente de cordialidad, aunque de mantenimiento de las convicciones propias, se impuso la serenidad y el juicio, y en ningún momento los sucesos negativos que se vaticinaban tuvieron cabida en el país.

Ahora el tema es manos a la obra. Para todos es sabido que no será fácil. La readecuación de la justicia transicional, los elementos de la favorabilidad política, el Fondo de Tierras y todos aquellos acápites de las 297 páginas que configuraron el denegado acuerdo de La Habana serán todavía motivo de polémica y acercamiento entre los diferentes sectores. Pero, por lo pronto, vale reseñar que dos fueron las cosas más importantes de lo ocurrido la semana que culmina, aparte de la noticia del Nobel de Paz para el presidente Santos: primero, el reconocimiento de los resultados del plebiscito y, segundo, la inmediata recomposición del escenario colombiano a los efectos. Esto no se logra fácilmente y es una demostración, como lo hemos dicho, de la madurez de la democracia en nuestro país.

Son muchas, pues, las emociones que ha vivido Colombia en los últimos días, casi como nunca en la dinámica política nacional, pero al mismo tiempo hay que llamar a la cautela para que ese teatro esperanzador que ha logrado configurarse, sobre la base de que la paz es de todos y cada uno de los colombianos, no vaya a darse al traste por los primeros tropiezos que se pudieran presentar.  Ya, de antemano, se dejó avizorar que algunas fuerzas del Sí pretendían, a través de ciertos partidos políticos, disminuir el resultado de las urnas, mientras que por otro lado, uno de los gerentes promotores del No dejó destilar, en una entrevista, una cantidad de insensateces que por fortuna fueron superadas de inmediato con la reprimenda y su renuncia.

Lo importante, ante todo, es preservar el espacio para el optimismo. El fatalismo que pudo darse, a raíz de la debacle del plebiscito para el Sí, se conjuró con el Premio Nobel de Paz otorgado en cabeza del Presidente de la República, para todos los colombianos, y con ello pudo recuperar su sitial como Jefe del Estado y su carácter de timonel insustituible para que el proceso de concertación salga avante.

Muchas veces la política sale por dónde menos se piensa. Lo mismo sucede con la historia que se va deshaciendo y haciendo de acuerdo con el movimiento, en ocasiones, inentendible para sus propios protagonistas. Es lo que, en resumidas cuentas, ocurrió la semana que termina, bajo el pasmo de los colombianos y de la comunidad internacional en general. Pero la reacción fue muy superior al desconcierto y la sorpresa y, por el contrario, emergió un espacio de mucha mayor magnitud y más retador para hacer grandes cosas.  

Como lo dijimos hace ya bastantes meses, la alternativa en Colombia no era entre la guerra y la paz, sino entre la paz y la paz, concepto que de la teoría hay que llevar ahora a  la práctica.  Para ello, llega la hora de las discusiones y las convicciones, en las que nadie pierda la cara, sino que por el contrario cada quien quede medianamente satisfecho con lo logrado.  Es nada menos que el justo medio aristotélico, tal vez la plataforma más difícil de lograr dentro de las vicisitudes humanas.

No tenemos duda que Colombia y sus estadistas sabrán estar a la altura del momento. Frente a la pasión que hemos vivido en los últimos días, es el instante de la reflexión, cuando verdaderamente, y no por la consigna trajinada, se definirá  el futuro del país y de las generaciones por venir.