¡No a los atajos! | El Nuevo Siglo
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Viernes, 7 de Octubre de 2016

Aunque muchos, en este momento coyuntural de Colombia, traen a cuento el Brexit del Reino Unido para compararlo con el descalabro del plebiscito, algunas son las diferencias en ambos eventos. La primera, desde luego, el monto de la votación y, en consecuencia, la participación electoral que en Gran Bretaña fue del 73% y en nuestro país del 35%.

En ambas naciones, sin embargo, el porcentaje de sufragantes fue más o menos el tradicional. En nuestro país la abstención, por su parte, tuvo dos componentes: quienes no suelen, por tradición, asistir a las urnas y los que no lo hicieron por no participar de la polarización.

Una de las características más evidentes del Brexit estuvo en que los voceros del Sí y del No terminaron, después del referendo, por hacerse a un lado. Como se sabe, el primer ministro inglés David Cameron, renunció inmediatamente y hoy está dedicado a pequeños negocios familiares. Asimismo, uno de los grandes triunfadores de la jornada, Boris Johnson, se abstuvo de cobrar la victoria y se retiró de la contienda para ser Primer Ministro. Con ello, volvió a esa posición una mujer, Theresa May, que prácticamente no había tenido labor  destacada en la campaña y en ese transcurso se había dedicado a las labores técnicas de su ministerio.

En Colombia sucedió exactamente lo contrario y el escenario ha sido copado por los voceros caracterizados de ambas posiciones, en busca de un consenso para conciliar el tema. Entre ellos se cuentan varios candidatos presidenciales. Esto, desde luego, porque en Gran Bretaña el resultado estaba dado en términos absolutos y no quedaba ninguna alternativa intermedia entre quedarse o salirse de la Unión Europea, acorde con la voluntad popular.

En nuestro país, en cambio, se apoyaba o no, según la pregunta explícita del plebiscito, el acuerdo de La Habana, ratificado en Cartagena. La negativa, como está ocurriendo, no terminaba el proceso de paz con las Farc, pero sí lo reorientaba y permitía los ajustes correspondientes. Tanto así que la propia Corte Constitucional, en el control jurídico de la figura plebiscitaria, dejó absolutamente en claro que el proceso podía seguir, bajo las facultades presidenciales, y que incluso podría adelantarse un plebiscito posterior, una vez reajustado el pacto.

Como en el Reino Unido, el plebiscito colombiano era vinculante para el Presidente pero allí era exclusivamente “indicativo”. Podía el primer ministro Cameron recurrir entonces a la Cámara de los Comunes, como máximo poder soberano, pero prefirió darle vía libre a la voz del pueblo y asumir el resultado electoral con todas sus consecuencias.

En medio de un “mar de ideas creativas”, típicas de quienes quieren copar los reflectores en Colombia, se ha dicho que el acuerdo puede desarrollarse integralmente por iniciativa del Congreso. Aunque por supuesto el Parlamento conserva sus atribuciones intactas, el mantenimiento del orden público y los procesos de paz son de órbita exclusiva del Ejecutivo. El Presidente puede, pues, darle curso a iniciativas tendientes a sacar adelante y fortalecer el proceso de paz con las Farc, como lo ha dicho, pero a los efectos no puede basarse en el acuerdo denegado y mucho menos pedir facultades extraordinarias a los efectos, lo que fue desaprobado.

Por fortuna, el Presidente está mirando es el futuro y no hacia el pasado, como algunos políticos adscritos al Sí o al No. Es un estropicio, claro está, pedir la repetición del plebiscito, inclusive como algunos lo pretendieron en el Brexit o referirse a la campaña como lo hizo el gerente del No, en el Centro Democrático, de modo tan torpe y truculento.

La ruta que se viene siguiendo por el Jefe del Estado y el jefe de la oposición es la conveniente y la que responde a los altos intereses de la patria. Se trata de mantener el proceso y hacer una oferta conjunta para llevar a la mesa de La Habana, bajo la premisa insoslayable de que el Presidente de la República representa y es el símbolo de la unidad nacional. Cualquier propósito en quebrantar ese dictamen sacrosanto de las instituciones colombianas sería funesto para el país. En las marchas estudiantiles, particularmente de Bogotá, en los últimos días lo que se pide es que se pare y no se vuelva a la guerra, como en efecto es el propósito mancomunado del Primer Mandatario y el expresidente Álvaro Uribe, lo mismo que lo dicho por las Farc. En ese escenario, no puede enredarse el país en propuestas tan inconducentes para este momento como una asamblea constituyente, que no es del caso aquí y ahora, ni tampoco recurrir a otros elementos de participación ciudadana hasta que no esté debidamente acordado el nuevo documento de paz.

Lo que interesa, ya, es preservar y afianzar el consenso. Lo demás bordea la insensatez y es un vicio propio de la cultura del atajo. Con la patria no se juega.