Ahora, la paz colombiana | El Nuevo Siglo
Lunes, 3 de Octubre de 2016

La histórica fecha de ayer, en la que finalmente se desaprobó el Acuerdo de La Habana entre el gobierno Santos y las Farc, contra todos los pronósticos, es ante todo una demostración palmaria, frente al mundo y el propio país, del vigor y la madurez de nuestra democracia.

Eso es lo primero a rescatar y es a partir de ello que se puede hacer una lectura adecuada de lo acontecido. Y ahí está la respuesta.  

Porque precisamente el plebiscito se trataba de ello: de la manifestación autónoma de la voluntad popular. Y así se verificó en una de las jornadas más pacíficas en la historia de la nación y bajo las garantías impecables de la Registraduría. De modo que hay allí una gigantesca lección para quienes de antemano quisieron tildar, desde el exterior, al país de esquizofrénico si no ganaba el Sí, como en mal momento lo hicieron cierto expresidente uruguayo y algún profesor sabelotodo del extranjero. ¡Ni más faltaba! La democracia colombiana es digna y respetable. Y no por una catapulta de opiniones internacionales, que intervinieron a diestra y siniestra para presionar el resultado, podía desestimarse lo que es consustancial a uno de los sistemas democráticos más antiguos de América y el planeta: aquí el pueblo decide.       

Ser demócrata es, principalmente, un acto de confianza. De nada vale serlo si al contrario de la solidaridad y el sentido colectivo se promulga la rabia y el desencanto. Por el contrario, con un resultado tan estrecho entre ambas posiciones es evidente que para una empresa de la envergadura de la paz colombiana se necesitaba el consenso previo a través de un acuerdo político, que una y otra vez pedimos infructuosamente desde estas columnas hace años. Porque disminuir la paz, como se hizo, a un solo sector; feriarla en el partidismo y abandonar al ciudadano del común como su razón de ser; someterla a un acuerdo ilegible y llenarla de parágrafos e incisos; darla por descontada; sumergirla en el mortero de la polarización; privilegiar el componente del exterior sobre el nacional; irrumpir con encuestas dudosas; plantear falsas dicotomías entre la guerra y la reconciliación; afincar todas las esperanzas en el propagandismo y dejar de lado la campaña de carne y hueso; apropiarse o personalizar la paz, todo ello y más, estaba por supuesto lejos de producir los frutos de bendición que se pregonaban.

Ahora, desde luego, se trata de otra cosa. Hay que dar un salto adelante. Entender, ante todo, que el pueblo votó mayoritariamente por una paz a la colombiana. Es decir, dentro de los instrumentos propios de la Constitución y con un sentido más nacionalista que internacional. El país tiene suficientes insumos para poder adelantar una paz de este tipo. Comenzando porque muy posiblemente el escenario ideal para adelantar las conversaciones ya no sea el exterior sino el territorio colombiano. De nada vale hoy una negociación itinerante y lejana. Hay que buscar la manera para que la paz se pueda hacer aquí, seguramente bajo los auspicios y el aval de la ONU. Eso no se puede desestimar. Pero manteniendo el cese de fuegos y la voluntad de la partes parecería oportuno que en un tiempo prudencial se abra la Mesa en Colombia.

Es claro, por lo demás, que los sectores del No y del Sí tienen que ponerse de acuerdo en el propósito nacional de la paz, sin exclusiones. Y del mismo modo, ya con la necesidad de nuevos convenios diferentes a los del Acuerdo de La Habana, es posible involucrar tanto a las Farc como al Eln en una sola negociación eventualmente con mesas alternas. Una paz en grande, con la totalidad de los sectores políticos, las fuerzas vivas y la sociedad civil, amerita igualmente ambas guerrillas al otro lado de la negociación. De tal modo que la paz no solo requiere una política de Estado, sino de un consenso político y social de amplio espectro.

En principio, parecería que tanto el Jefe de Estado como el Jefe de la Oposición están de acuerdo en generar las condiciones para un avenimiento dentro del mensaje insoslayable que ayer dio el pueblo colombiano. Hay que sanar rápidamente las heridas de la campaña y el batacazo del plebiscito. Por fortuna la Corte Constitucional señaló los derroteros a seguir en caso de que ganará el No y determinó que el resultado era solo vinculante para el Presidente. Pero aun con la derrota, si debilitado, el Primer Mandatario mantiene intactas sus atribuciones y representa la unidad nacional constitucional. A su vez el expresidente Álvaro Uribe, vocero caracterizado del No, ha dado un parte de que todos los colombianos estamos por la paz. Y las Farc casi de inmediato reaccionaron, como era de esperarse a pesar de tantos anuncios en contrario, como una guerrilla en trance de desmovilización y lista a asumir responsabilidades políticas en vez de patrocinar el terror que las aves de mal agüero vaticinaban. De esta manera, como también lo dijimos aquí, el dilema colombiano no es entre guerra y paz, sino entre paz y paz y cómo lograrla.  Entonces también hablamos de que la gran fuerza en el país estaba en las mayorías silenciosas y que ayer produjeron una gigantesca remoción del escenario político colombiano.

Frente a ello, calma y sindéresis. Es el momento de la grandeza. No hubo el salto al vacío de los fatalistas.  Entre todos se puede lograr el nuevo amanecer.