El debate sobre la paz | El Nuevo Siglo
Lunes, 8 de Octubre de 2012

*Poder real del gobernante

*Guerra fratricida y fuero militar

Por  estos días en los cuales a diario se  habla de la paz, de las conversaciones de paz, del compromiso por la paz, de amigos y enemigos de la paz, el lenguaje juega un papel trascendental. Pocos son los que hacen claridad al respecto, las palabras se usan sin reflexión y los asuntos más complejos tienden como a banalizase. Lo primero que se debe aclarar es que estamos en unas conversaciones para definir unos diálogos en torno de unas conversaciones por ahora muy generales. El ministro del Interior, Fernando Carrillo, es de los pocos que se refieren al tema de las negociaciones con la subversión con el lenguaje apropiado, por lo que aclara que una cosa es negociar la paz y otra es que la misma se consagre de inmediato. Por la misma razón de utilizar un lenguaje inapropiado se hacen respuestas que no esclarecen las cosas, que tienden más a la confusión. Es el caso de la pregunta, ¿usted quiere la paz? Es raro que alguno conteste que no. Es como si preguntan, usted quiere a su país, casi todos responderán que sí. La pregunta seria cuánto debe sacrificar Colombia por la paz, puesto que la misma en todos los países tiene un precio, no es algo que llega por generación espontánea. La pregunta y la respuesta, si se hacen con la debida propiedad semántica en ambos casos, implican en el que la hace y en el que responde un cierto grado de cultura política y madurez.

A diferencia del ministro Carrillo, las masas colombianas consideran que la paz está de un cacho, a la vuelta de la esquina. Y lo que es más curioso, algunos consideran que la llave de la paz la tiene en exclusiva el presidente Juan Manuel Santos. Quizá, por lo mismo, cuando la población se enteró de que lo operaban de la próstata, se sensibiliza más la opinión, puesto que muchos pensaron que la posibilidad de paz se esfumaba en caso de un fatal desenlace durante la cirugía. Lo que explica que casi de inmediato su popularidad subiese a un 80 por ciento. Y se viesen tantos rostros aliviados cuando el gobernante salió a la ventana de su dormitorio en la Fundación Santa Fe para dar parte de la positiva operación y mostrar buena cara, después de la misma. Eso solo se explica por la mentalidad presidencialista que prevalece en nuestra sociedad, en donde todavía se cree que el gobernante lo puede todo. Que asuntos tan complejos como la paz o la guerra dependen en exclusiva de su decisión.

Si se examina con más cuidado la historia colombiana podría decirse que ninguno de nuestros presidentes quiso hacer la guerra como un deporte, sin excepción nuestros presidentes han querido ganar la guerra cuando les ha correspondido enfrentarla, sin ir a la guerra total. Entre otras cosas, porque se da  una circunstancia elemental, la guerra entre nosotros es fratricida, lo que de manera inevitable conduce a  que se la libre con cierta repugnancia, con dolor, con infinita tristeza al saber que se elimina al hermano, al coterráneo, seres de nuestra misma sangre.

Factores geográficos, de atraso cultural y estructural, telúricos, atávicos, políticos, económicos, nacionales e internacionales, conspiran a favor de la violencia en Colombia, una nación que depende de los hidrocarburos y ricos minerales que se han encontrado en nuestro suelo. En casi todos los países petroleros y mineros  del mundo en donde no existe un Estado fuerte o una democracia eficaz, campea la violencia. Así que el Gobierno puede llegar a pactar la paz con fundamento en los cinco puntos que negocia con las Farc, quienes pueden aceptar un acuerdo, como levantarse de la mesa a la manera de frustrantes  ocasiones famosas. Lo que significa que si esa fuerza  subversiva se desmoviliza, que ya sería un gran logro, puesto que la estructura de la violencia sigue en el 70 por ciento del territorio nacional. Y para combatirla necesitamos desarrollo, fomentar grandes inversiones e infraestructura. Y, muy en especial, cumplir el compromiso de devolverles el Fuero Militar a las Fuerzas Armadas.