Templo inmaculado | El Nuevo Siglo
Sábado, 16 de Septiembre de 2017

El holocausto del Palacio de Justicia partió en dos la historia de Colombia. Sentimos que todo se derrumbaba al ver eximios magistrados desaparecer bajo las llamas, junto con funcionarios judiciales, empleados, militares y guerrilleros que yacían en un palacio en ruinas.

El poder judicial quedó masacrado, y la democracia incierta en esos momentos. Fue un capítulo de una crisis moral e institucional, nunca imaginada.

Magistrados como Alfonso Reyes Echandía eran catalogados como muy profesionales, dignos de su investidura, admirados y queridos por sus compañeros, y respetados por todos los colombianos.

Quedó a flor de piel la increíble fragilidad del Estado y la urgente necesidad de hacer un nuevo pacto social que cambiara las reglas del juego.

Aún no han sanado las heridas causadas por tan terrible holocausto, permanecen en nuestra memoria la inmensa inteligencia y ejemplo moral de profesionales ilustres que dieron brillo a nuestra República. Ellos sacudieron nuestra historia, abriendo nuevos valores democráticos del Estado de derecho. 

Se reconstruyó entonces un nuevo palacio, adornando su entrada principal con la frase histórica de Francisco de Paula Santander: “Colombianos, las armas os han dado la independencia, las leyes os darán la libertad”.

Creímos que se recuperaría la conciencia jurídica de Colombia con la llegada de nuevos magistrados, magistrados que brillarían por una conciencia libre de toda mácula, y de una ética ejemplar  que sería orgullo de las instituciones colombianas.

Pero no fue así. Algunos magistrados constituyeron el carrusel de los togados, atropellando la imagen inmaculada de ese templo sagrado de la justicia. Ahora, cuando cruzamos por la plaza de Bolívar no observamos un palacio majestuoso, sino una cueva de Rolando, donde se esconden algunos mercaderes de la justicia.

Es una vergüenza que personajes que gozan de una investidura y confianza que recibieron al ser designados magistrados, que tenían la obligación de guardar un comportamiento superior, se convirtieron en figuras siniestras para la justicia colombiana.

Sabemos que la justicia debe ser, sin duda, el valor dominante en las doctrinas promulgadas por hombres dignos, desarrollar un mundo mejor  donde el desempeño en la gestión “cosa pública” sea un valor supremo, como lo imagino Cicerón, que tenía una simpatía por el valor haciendo énfasis en la importancia de las virtudes sociales: la justicia, la humanidad, el valor civil, la devoción y la patria.

Pero como no ha sido así, es necesario llevar al fuego eterno la conciencia de estos individuos violadores de la justicia.

Para combatir estos carruseles, creemos que deberíamos llevar ante la guillotina estos magistrados corruptos, como fueron llevados los servidores de Luis XVI, que había sido depuesto del trono tras la insurrección del 10 de Agosto de 1792.