Ross revolucionó el periodismo desde el anonimato | El Nuevo Siglo
Foto archivo
Domingo, 24 de Septiembre de 2017
Cindy Johana Serrano
Las páginas del New Yorker ya no estarán cargadas de la poderosa perspicacia de la icónica columnista.

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LÁPIZ, papel y una mirada profundamente humana, específicamente frente a la simplicidad que existe entre los complejo,  fueron los instrumentos que por más de seis décadas acompañaron a Lilian Ross en un trabajo que no sólo fue su pasión, sino que la llevó a gestar una escuela impensable años atrás: el nuevo periodismo.

Su recorrido como reportera del New Yorker, en la gran manzana, estuvo repleto de historias que se perfilaron dentro del “nuevo periodismo”, un género tan profundo como extenso, y que hoy tiene gran cabida en el mundo gracias a propulsoras como ella. Pero ¿cuál era la singularidad de Ross, cuando en el escenario periodístico personajes de mayor relevancia con Gay Talese, Truman Capote o Hunter S Thompson también desarrollan sus temas con una alta intuición, ingenio y sagacidad?

A diferencia de estos reconocidos cronistas, Ross tenía como filosofía el anonimato, lo cual le permitió mantener la historia como el eje central y así sus opiniones sólo podían inferirse o interpretarse según el tono de sus palabras, dado que nunca expresaba abiertamente sus pensamientos. Ese principio re4ctor de su labor periodística lo dejó plasmado en el  prefacio de su libro “Reporting”: "Su atención en todo momento debe estar en su tema, no en usted. No llame la atención”.

Sin embargo, el punto diferenciador de esta reportera neoyorquina fue la inclusión de la literatura en sus escritos durante una época en la que la información era lo único valioso, lo que desataría en los 60’s el movimiento de el “nuevo periodismo”. Y si bien sus textos eran sumamente ricos en vocabulario, fue precisamente la cantidad de detalles sobre sus personajes lo que marcó la diferencia en todos y cada uno de sus párrafos. Pero no sólo eso, se convirtió ese estilo periodístico en la inspiración de grandes plumas como Truman Capote.

Lillian Ross  se caracterizó además porque no hacía muchas preguntas, sólo escuchaba y tomaba nota, con el lápiz y la libreta que siempre la acompañaron porque desechó de plano las grabadoras, aduciendo que eran para los “perezosos”..

Desde su primer acercamiento con el periodismo durante la secundaria,  hasta minutos antes del accidente cerebral que finalmente la llevó a la eternidad,  la semana pasada, su aguda observación se plasmó en las cientos de hojas de papel en la que hacía finos bocetos de las realidades de todos los que rondaban la gran manzana.

"La amante de la escucha y visualización selectiva, de capturar el único momento que ilumina por completo la escena, de fijarse en la única cita que dice todo". Así la describió en una oportunidad el novelista del New York Times, Irving Wallace. 

Cientos de personajes, tanto desapercibidos como famosos,  pasaron por los ojos de esta jubilosa escritora, por  lo menos en “¿Cómo te gusta ahora, caballeroso?”–publicado en los 50’s- en la que habla de su amigo, el reconocido escritor Ernest Heminway, a quien lo describió de una forma muy novedosa, pues nunca usó eufemismos o disipó la persona que era realmente: un ser vulnerable, grosero y bebedor.

Él nunca le reclamó pues era verdad, de hecho dijo que era "una historia mejor que la mayoría de las novelas".

Ross, quien era hija de Edna y Louis Rosovsky, inmigrantes rusos, fue contratada en 1945 en la revista New Yorker por el mismísimo William Shawn, legendario editor y con quien en años posteriores mantendría una relación amorosa a escondidas –por casi 50 años- pues él era casado, y sobre el cual ella escribió su libro titulado "Aquí pero no aquí: una historia de amor” en 1998, seis años después de que Shawn muriera y su esposa siguiera viva. En estas memorias ella resalta que su vínculo "Nunca se deterioró, no obstante a nuestras antiguas arrugas, manchas y cicatrices de la edad".

Éste, que fue uno de los más controvertidos libros de su carrera, fue calificado como “desleal” e “impertinente” y fue blanco de duras críticas realizadas por influyentes personajes del medio. No obstante, ella con su habitual tranquilidad respondió "La controversia no tiene ningún sentido para mí" y que además ella simplemente había hecho un desglose de una versión real del editor neoyorquino.

Contribuyó con más de 400 piezas de estilo conversacional al New Yorker, en la que sus primeras estaban hechas para ayudar a la brecha que se creó después de la segunda guerra mundial. Aunque su carrera fue un ejemplo para un periodismo más cercano a la vida de la ciudad, la verdadera joya de Ross fue “Picture”, una  serie de cinco partes  sobre la película de John Huston "The Red Badge of Courage", calificado por muchos críticos como "el mejor libro de Hollywood jamás publicado".

Aparte de sus columnas en la revista norteamericana, escribió varios libros, como “El jugador” realizado en colaboración con su hermana Helen en 1962. “Vertical y Horizontal”  publicada en el 63 fue su única novela y en la que particularmente mantiene una mirada satírica frente a la medicina como se practica en Manhattan. “Reportando”  (1964) y “Reportando siempre” (2015) son los dos libros que recogen lo mejor del historial literario y periodístico de esta reportera, dentro de muchos otros impresos.

Dejó de publicar en su casa editorial periodística después del despido de William Sawn en 1987. Reapareció ocasionalmente en  2011 cuando publicó  una charla que tuvo con el actor Robin William. Y, su última aparición periodística, fue en un blog donde escribió un perfil sobre J.D. Salinger, en el 2012.

A la juventud en formación solía decirle: “Trata de ser original. Sigue tus  propios instintos, tus propias ideas, tu propio pensamiento. Encuentra el humor en todo lo que veas, oigas o sientas. Si tienes algo que decir sobre el mundo, sobre la vida, busca una manera de decirlo sin hacer un discurso”.

Como una de las grandes precursoras de una revolución del periodismo, Ross publicó su libro "Reportaje de regreso: Notas sobre el periodismo" (2002) en el que asegura a la nueva generación de reporteros y escritores: “El acto de un profesional es hacer que parezca fácil. Fred Astaire no gruñe cuando baila para hacerle saber lo difícil que es. Si eres bueno en eso, no dejas huellas dactilares”.

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