Prolegómeno de la conjura septembrina (I) | El Nuevo Siglo
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Sábado, 16 de Septiembre de 2017
Alberto Abello
En una atmósfera política cargada de odios y tensión se realiza este hecho histórico en el que se intentó acabar con un gran hombre, el Libertador

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Apenas historiadores objetivos y rigurosos que estuvieron al tanto de los acontecimientos decisivos que contribuyeron a la formación de la República, consiguen esclarecer la personalidad de los dirigentes que gobernaron en esos tiempos y superar la visión romántica o sesgada que se ha tejido en el tiempo sobre su gestión política.

Es de anotar que la política en esos tiempos se limitaba a los asuntos que se ventilaban en los cabildos, eran escasas las naciones que como  Inglaterra  tenían un gobierno parlamentario, y reciente el modelo republicano de los Estados Unidos. En la misma España y en otros países europeos el pueblo estaba ausente de las grandes decisiones de Estado.

Una de las premisas fundamentales de la doctrina del Libertador Simón Bolívar es la de sentar las bases de la democracia y la división de poderes en nuestra región. Siendo elegido dictador, jefe supremo, capitán general, generalísimo y otra suerte de títulos militares, prefiere renunciar al mando único que había ejercido por largos años durante la guerra de Independencia, para convocar a en Angostura a colombianos y venezolanos, para que se den en ejercicio pleno de la libertad un gobierno democrático y aprueben en Cúcuta, una Constitución que sea la carta democrática de la forja de la República. 

Bolívar, asume la responsabilidad de crear la Gran Colombia, uniendo, inicialmente, dos países que como la Nueva Granada y Venezuela, se habían desgarrado en guerras intestinas. Apenas unos pocos entienden su política de largo aliento, en tiempos en los cuales el contacto entre nuestros pueblos era mínimo y las distancias a pie, a caballo o en barco, inmensas y los viajes costosos, por lo que el conocimiento entre las gentes del Imperio Español, era mínimo. Por lo general, algunos criollos pudientes establecían relaciones mutuas en Madrid o en París.

Bolívar que había estado varias veces en Europa por cuanta de sus fondos o en misión oficial, tenía una visión más universal que la mayoría de sus compañeros de la gesta por la libertad. Políticos y militares como Páez, Santander y otros, no conocían el exterior, contrastaban por el localismo de sus miras, que nunca los abandona y que determina parte de su actividad política como representantes de las élites o de los grupos localistas en los se mueven, en medio de la lucha que después de la Independencia se da por la integración en la Gran Colombia o la desintegración, para retornar a las patriecitas localistas de la división de los tiempos coloniales.

Para defender esa tendencia se recurre a copiar a rajatabla el modelo del nacionalismo europeo, que allí tenía razón de ser y ninguna entre nosotros. Al fin y al cabo, cuando se desmorona el Imperio Romano se forman diversos pueblos que en el curso de la historia tienen idiomas, costumbres y características propias raizales, así como libran guerra religiosas, lo que determina que se formen estados que responden a la cultura germánica, francesa o hispánica. Aquí, por el contrario todos teníamos una misma religión, idioma, costumbres e intereses comunes, dentro de un esquema geopolítico muy complejo por cuenta de las cordilleras inmensas, las selvas y los ríos que separan las regiones.

Traición a los grandes ideales

El Libertador intenta forjar un pacto general en Hispanoamérica, para que las nuevas repúblicas avancen unidas en política exterior y de defensa, al mismo tiempo que en las capitales y otras ciudades de la región se conspira contra sus ideas. Los intereses particulares y el caciquismo no quieren saber nada de grandes concepciones geopolíticas y el pueblo raso, por  instinto social, apuesta a la involución y la disgregación.

En Bogotá, capital de la Gran Colombia, donde el Libertador deja en el gobierno al vicepresidente Santander, que algunos escritores presentan en la posteridad como el modelo del demócrata liberal, en contraposición del autoritario Simón Bolívar, como el legalista por excelencia y respetuosos de las leyes, resulta que olvidan que Bolívar le puso el calificativo del hombre de las leyes, precisamente por cuanto era un experto en los trucos leguleyos para evadirlas o amañarlas a su voluntad con un Congreso dócil.

Hombres justos y visionarios de la calidad del historiador José Manuel Groot, lo mismo que el eminente general Joaquín Posada Gutiérrez y el mismo historiador José Manuel Restrepo,  conservan la visión real de los próceres. Es bien interesante observar que entre los  granadinos varios habían sido formados en el San Bartolomé, que no estaba en ese entonces a cargo de los Jesuitas, sino de laicos que enseñaban el plan de estudios de la Ilustración a la francesa para formar servidores de la Corona española en la administración. Allí estudiaron algunos de los conspiradores de la conjura septembrina, entre otros, Santander.

Violencia

Recuerda en sus memorias Posada, que Santander estableció aquí un gobierno militar (en su vicepresidencia de Cundinamarca no fue otra cosa, según confiesa Restrepo) Hacía uso de violencias y aconsejaba al Libertador como necesarias. El 3 de diciembre del año 19 le decía: “Fue aprendido el gobernador español del Chocó, Juan Aguirre, y fusilado acto continuo. ¡Cuántos diablos menos tenemos como consecuencia de Boyacá!”  Y al anunciarle nuevas ejecuciones masivas le dice a su jefe: “Me parece que pueblo que presencia la ejecución de un godo, hace sacrifico por su libertad”. Con el mismo pretexto ejecuta al valiente general Barreiro y sus compañeros de Boyacá, cuando el Libertador negociaba con los realistas españoles la liberación y canje por varios patriotas presos. Esos excesos comunes a Páez en la guerra de Venezuela o aquí por cuenta de Santander, en parte tenían que ver con la vocación localista y de legitimar su poder por medio de la contratación con el Estado, las ofertas burocráticas y suscitar el temor entre la población para ser obedecidos. Es así como se tejen los intereses locales y se exacerba el parroquialismo, en contra de la visión bolivariana  democrática y grandiosa de mantener la unidad americana.

Mientras el Libertador Simón Bolívar, junto con el general Antonio José de Sucre, se juega la vida y la fortuna por la libertad de Hispanoamérica, en las capitales de los pueblos liberados se conspira. Es así como en Venezuela los gobernantes locales deslizan su garra sobre el presupuesto y se apuesta a la separación, lo mismo que en la fría Bogotá se atiza la cizaña contra el Libertador y la Gran Colombia. En esa atmósfera política cargada de odios y tensión, se desarrolla la famosa conspiración septembrina, que busca eliminar al gran hombre.