Populismo al desnudo | El Nuevo Siglo
Viernes, 8 de Septiembre de 2017
  • Principal enemigo de la democracia
  • Riesgos de la deflación institucional

 

“El estallido del populismo” es el nombre de libro que, en un compendio de 16 ensayos de diferentes autores, acaba de lanzarse en Bogotá y está ya en todas las librerías del país. De antemano, pues, tiene un título atractivo porque, a decir verdad, en este se resume todo aquello que no ha podido ser claramente dilucidado ideológicamente dentro de las actuales vicisitudes de la política mundial, pero que todo el mundo sospecha que tiene un fermento nocivo y erosionante de la cohesión social y las posibilidades de acceder al futuro bajo canales sólidos y adecuados.

El populismo, desde luego, tiene diferentes acepciones y aproximaciones. Y cada ensayista, a su modo de ver las cosas en el texto del libro, trata de llegar a una definición más o menos compartida. Lo que está claro, en todo caso y más allá de las características genéricas correspondientes, es que el populismo cobra diferentes caras y matices, dependiendo del país que se analice. Y tal vez sea ello lo más interesante del volumen, por cuanto en el ejercicio de indagar nación por nación es dable llegar a diferentes claves y fichas de las que aquel se compone, de modo que permite estar alerta. Pareciera, entonces, el populismo como un pulpo de brazos múltiples, cuya cabeza y tentáculos se ajustan a las realidades inmediatas en el que se desenvuelve y siempre en el propósito de cumplir su objetivo principal que es, ciertamente, el de erosionar las bases de la democracia liberal, es decir, el flujo de los anhelos populares a través de la libertad y el orden que brindan las instituciones. Para ello el populismo incluso suele disfrazarse de lo que podríamos llamar el “democraterismo”, de suerte que se recurre a los instrumentos democráticos para después falsearlos y adecuarlos a los propósitos del caudillo o la imagen.

Fuere lo que sea, en el libro se evidencia a todas luces que, acabado el comunismo como formulación política redentora y de contraparte ideológica, el populismo ha emergido con rigor y supremacía como el principal enemigo de la democracia liberal. En principio, se muestra, a su vez, como una categoría política y económica capaz de conseguir resultados al corto plazo, pero luego puede comprobarse que estos resultados solo se logran destruyendo el sistema, cooptándolo en beneficio propio y sometiéndolo al gasto y el derroche, así como llevándose en pos de sí las posibilidades para las siguientes generaciones. De ahí su gran peligro y nocividad.

Hoy en día, en un mundo en reverberación constante, puede decirse, asimismo, que el cambio más drástico es la velocidad del cambio mismo. No se trata, entonces, de reparar exclusivamente en los instrumentos del cambio, sino en las consecuencias del mismo, unas veces positivas y otras negativas. Esa velocidad del cambio también parece haber llegado a la política institucional o por lo menos a la estructura de la misma. Y de tal manera el populismo puede ser, precisamente, una respuesta vertiginosa y precipitada al entorno cambiante. Por lo cual es preciso desnudarlo y poner en alerta a los sistemas democráticos tanto en cuanto, como ha sucedido en ciertos países de América Latina, llegue para luego eternizarse, haciéndose indestronable.

De otra parte, hace dos o tres años el populismo parecía un fenómeno exclusivamente latinoamericano. En la actualidad, por el contrario,  se ha incorporado a Europa y Estados Unidos bajo la fachada nacionalista que, bien desde el gobierno bien desde la oposición, está haciendo estragos en la política occidental.

El populismo, de otro lado, suele estallar cuando hay una deflación de las instituciones. No solo ocurrió en países como Venezuela o Ecuador, sino que puede suceder en Colombia fruto de la crisis institucional que se vive, debido a la corrupción y el desmayo de las tres ramas del poder público. La falta de confianza de la ciudadanía en el andamiaje institucional, la división suscitada por el desconocimiento del resultado plebiscitario del proceso con las Farc, la precariedad de la situación económica pese a la bonanza minero-energética de hace pocos años, la erosión de la justicia por cuenta de la compra-venta de fallos y sentencias, el gigantesco e histórico escándalo de corrupción proveniente de firmas como Odebrecht y la ausencia de credibilidad en los partidos políticos y sectores de la dirigencia, se constituyen en un caldo de cultivo para el populismo. Para que ello no ocurra resulta hoy trascendental que operen las instituciones en toda la línea y que el país pueda, así, precaverse de lo que, por ejemplo, ocurrió en Venezuela donde la corrupción llevó a la hecatombe institucional.

“El estallido del populismo” es un libro que merece ser leído. Tanto por sus enfoques agudos, como por las advertencias, de las que Colombia tampoco se libra.                    

   

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