Así viven surcoreanos la amenaza nuclear | El Nuevo Siglo
Foto archivo Agence France Press
Domingo, 17 de Septiembre de 2017
Pablo Uribe Ruan
En medio de los ensayos nucleares de Corea del Norte, que llegaron a 16 el viernes pasado, Jinbo Heo, un habitante de la otra Corea, cree que no habrá guerra. Élsale a comer, trabaja y es reservista del ejército, pero no ha sido llamado. A unos kilómetros al oriente, Junki Matsushita, en Japón, tampoco ha modificado su estilo de vida

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EL DÍA que Kim Jong Un lanzó un misil balístico intercontinental capaz de llegar a la costa de Alaska, Estados Unidos, el recién elegido presidente de  Corea del Sur, Moon Jae-In, se fue de vacaciones. Era pleno verano y quería –al modo surcoreano: poco sol, buenos mariscos- disfrutar la playa.

De regresó a Seúl la gente no le exigió su renuncia por negligencia ante un evento de interés nacional. El Presidente descansó, comió y volvió, sin miedo al escrutinio público, del que era objeto su antecesora, Park Geun-hye, investigada por sus conexiones con la multinacional Samsung; finalmente fue enviada a la cárcel.

No es que a Mon Jae-In haya sido negligente. Tampoco que prefirió irse de vacaciones y dejó a la deriva a su país. Se trata, más bien, que los surcoreanos han aprendido a vivir con la constante amenaza nuclear del régimen de los Kim –abuelo, papá e hijo- y no ven otra alternativa que seguir con su vida, como si fuera un día más,  a pesar de las alertas de la comunidad internacional  y el cubrimiento especial de los medios.

Simulacro

La normalidad no significa indiferencia. En lo que va de 2017,  Corea del Norte ha lanzado 14  misiles balísticos. En cada prueba,  sus vecinos han implementado un plan de contingencia para manejar un eventual estallido nuclear.

Jinbo Heo, desarrollador de softwares de 33 años y habitantes de Seúl, le contó a EL NUEVO SIGLO  que mensualmente hay un simulacro para entrenar a la gente ante un posible ataque del vecino. “Tenemos que hacer que cada coche se detenga  y cada uno vaya a dentro de los edificios”  o subsuelo.

A las 6:57 del viernes pasado (hora coreana) un misil despegó desde las costas de Corea del Norte sobrevolando la isla de Hokkaido, Japón. Tan pronto el artefacto fue identificado, ejército y defensa civil de Japón le pidieron a los habitantes de la isla que huyeran hacia “un edificio o un subsuelo”, pero, “no pudimos hacerlo rápidamente”, le contó Yoichi Takahashi, de 57 años, a la AFP. “Nos sucedió dos veces en los últimos tiempos... Vamos a tener días agitados a partir de ahora”.

Se trata de un nuevo desafío de Kim Jong Un tras la aprobación de nuevas sanciones contra su país a comienzos de esta semana, cuya intención es detener la escalada nuclear de Pyongyang, que respondió el viernes pasado lanzando un misil que voló casi 2.3000 millas al este y cayó al este de Japón, en el Pacífico.

El régimen de Kim, al menos ahora, no está dispuesto a ceder en sus planes nucleares. Tras el cierre de la reunión del lunes en el Consejo de Seguridad de la ONU, que por decisión unánime incluyó a China y Rusia, Corea del Norte insiste con más y más misiles. Intenta, pues, mejorar los términos de negociación y llegar en igualdad de condiciones –supuestamente-  frente a sus enemigos ante un eventual diálogo, estiman algunos expertos.

Fuertemente sancionado, Kim se hace el de los oídos sordos. Ríe –como un niño- rodeado de los generalísimos que acompañaron a su papá, Kim Jong Il. Ni China, su aliado y promotor/sostenedor, lo puede detener. ¿No hay, malpensándolo, una complacencia silenciosa de Pekín? Difícil creerlo, después de ver  su comportamiento en el Consejo de Seguridad, pero difícil negarlo: es un juego de disuasión.

Poco a poco, ese juego va cambiando de tono, de forma. Antes no había respuesta de Corea del Sur, ahora sí. Unos segundos después de comprobar que Pyongyang ejecutaba una nueva prueba balística, Seúl respondió con un misil Hyunmoo-2 frente a su costa en un simulacro preventivo, de acuerdo a un comunicado del Ministerio de Defensa.

 
“Creemos que no habrá guerra. Así que todo el mundo está actuando como de costumbre”: Jinbo Heo

Los ejercicios militares, sobre todos los surcoreanos, se ejecutan sin mucha antelación. La televisión pública y privada trasmite el recorrido del misil norcoreano pero después vuelve a los debates   y nocturnos entre conservadores y socialistas. La obsesión de algunos países de extremo Oriente, como Corea del Sur y Taiwán, por el debate político en televisión, se comprueba cada día.

En Corea del Sur el principal tema en pantalla es la economía. El mal gobierno de la encarcelada presidente retrocedió la capacidad productiva del país e  hirió, sobre todo, el sentimiento de rectitud en la administración pública y la empresa privada, al comprobarse una corrupta relación en favor de intereses personales.

Mientras, Kim amenaza con misiles balísticos. Pero los surcoreanos siguen viviendo, como si nada, desde la óptica occidental. “La gente de Corea del Sur ha perdido totalmente su sensación de inseguridad”, explica Kim Kisam, ex funcionario del gobierno, a Choe Sang Hunaug, corresponsal de The New York Times en ese país.

La vida sigue

La vida sigue en Corea del Sur, pese a la amenaza nuclear. La gente, como los rusos o los estadounidenses, cuando sus países amenazaban con lanzar una bomba capaz de acabar con millones de personas, trabajan y de vez en cuando se preguntan si sobrevivirán ante el lanzamiento de una eventual bomba 16 veces más potente que Hiroshima y Nagasaki (según el centro de estudios, North 38, con sede en Washington).

“Corea del Sur lleva con  la amenaza de los misiles de Corea del Norte mucho tiempo. Creemos que no habrá guerra. Así que todo el mundo está actuando como de costumbre”, dice Jinbo, cuando se le pregunta sobre el miedo y la tensión que genera los habituales ensayos de Pyongyang.

Ver el recorrido de un misil balístico en la televisión surcoreana se ha vuelto costumbre.  Por eso, afecta muy poco la vida diaria de los surcoreanos, preocupados por el consumo y las novelas televisivas (que también pasan en Colombia).

Un día después del penúltimo ensayo balístico, Choe Sang- Hunang, corresponsal de The New York Times, describió el ambiente en Seúl. “La gente los viernes por la noche es tan alegre como siempre, impasible por el hecho de que su ciudad de 10 millones se encuentra dentro de la gama de artillería de Corea del Norte, cohetes y misiles”, escribe.

Han sido 14 las pruebas este año, pero Jinbo no ha optado por tomar medidas que modifiquen su estilo de vida. Sigue trabajando en el mismo lugar y frecuenta los mismos sitios, más allá de que tengan un buen sótano para resguardarse en caso de un ataque.  “Todo coreano del sur sigue normal.  Todo el mundo sigue trabajando. Sigue comiendo como siempre”, cuenta.

A unos kilómetros al oriente, en un país que decidió abandonar la guerra por 60 años –ya empezó armarse y construir ejército-, Yunki Matsushita, de 27 años, explica que en Japón su vida tampoco ha cambiado.

“No hay cambio en mi vida. Debido a que Japón no puede interceptar ningún misil  por la Constitución, no hay manera de pensar en ellos”, le relata a este Diario, demostrando  su resignación, en lo militar, para enfrentar la amenaza nuclear norcoreana.

Pie de guerra

Corea del Sur lleva 60 años en pie de guerra ante la amenaza latente de un enfrentamiento con su vecino. El desgaste, de generación en generación, es perceptible en los testimonios de hombres que, como reservistas, no quieren saber nada de guerra.

“Tenemos que ir al ejército durante dos años y hemos estado en el ejército de reserva durante siete años después del alta. Esto significa que puedo ser llamado en cualquier momento desde el ejército surcoreano por un total de nueve años si tenemos la guerra”, explica Jinbo Heo.

“La gente de Corea del Sur ha perdido totalmente su sensación de inseguridad”, explica Kim Kisam, ex funcionario del gobierno

Como reservista sabe que lo pueden llamar en cualquier momento, así esté en el extranjero o tenga un alto cargo. “No he sido llamado desde el ejército. pero en el caso de una guerra de reserva del ejército debe ir al ejército. Hasta el momento, esto no ha sucedido”, dice.

Los surcoreanos recuerdan que el momento de mayor tensión con Corea del Norte ocurrió en 2010, cuando Kim bombardeó la isla de Yeonpyeong el 23 de noviembre de 2010. Esa vez, Jinbo tampoco fue llamado a filas, pero por unos momentos creyó que se repetiría la historia de 1952, año que se partió la península en dos tras una sangrienta guerra.

Algunos creen que el comportamiento de los surcoreanos está guiado por una apatía temerosa; otros que representa una certidumbre constituida por hechos fácticos. Tal vez, es la mezcla de ambas cosas, aunque la aparente indiferencia se justifica en que, por ahora, no hay indicios de guerra ni de Estados Unidos, ni de Corea del Sur, por lo que hay que guardar la calma.

Aquellos indicios pueden ser, por ejemplo, la evacuación de más de 200.000 ciudadanos norteamericanos; la llegada de varios buques de guerra  –no uno- norteamericanos; la elevación del estado de emergencia. Y tampoco, han bajado “los precios de las acciones de Corea del Sur”, dice Choe Sang- Hunaug.

Hermanos

El peso de una guerra que dejó más de 600.000 muertos coreanos (sur y norte) también juega en el imaginario colectivo. A sólo 56 kilómetros de Seúl está la Zona Desmilitarizada que divide ambos países y de lado y lado hay familias que un día estuvieran unidas y por efectos de la guerra llevan 60 años sin verse.

Al menos los surcoreanos “quieren evitar la guerra”, dice Sang- Huanaug, porque detrás hay una historia compartida que va mucho más allá de la división territorial. Enfrentaron juntos invasiones japonesas y chinas y comparten las mismas tradiciones.

Pero Kim seguirá enviando señales de enemistad. Jinbo, su familia y sus amigos, entonces,  seguirán pensado en la economía y las vacaciones, para pasar el rato. Las vacaciones en la isla de Guam (también base de Estados Unidos), donde Corea del Norte apunta sus ataques mientras los surcoreanos veranean.

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