Tristán e Isolda llegan al país con 151 años de atraso | El Nuevo Siglo
Foto cortesía Teatro Mayor
Viernes, 30 de Septiembre de 2016
Emilio Sanmiguel

No se equivoca el exministro de Cultura Ramiro Osorio, director del Teatro Mayor de Bogotá, cuando afirma que no existen los medios en el país para poder producir en el país Tristán e Isolda, el drama musical del polémico compositor Richard Wagner. También acierta al aprovechar la ocasión para que la construcción del montaje la realicen los operarios del teatro bajo la supervisión de una de las casas de ópera más prestigiosas del mundo, la Ópera de Hamburgo, tan prestigiosa que hasta Händel está ligado a su pasado.

Pocas son las obras que pueden recibir el calificativo de indispensables en la trayectoria musical de un país, por su trascendencia y consecuencias, la Pasión según San Mateo de Bach, la Novena Sinfonía de Beethoven, la Consagración de la primavera de Stravinski, quizás la Noche transfigurada de Schönberg y Tristán e Isolda de Wagner, ojo, independientemente de los valores estrictamente musicales.

Con Tristán e Isolda, escrita entre los años 1857 y 1859, Wagner estremeció los cimientos de la música, porque como bien afirman los expertos, llevó la tonalidad al límite, y puso en entredicho lo que fue un dogma de siglos, abrió nuevos rumbos a la expresión y despejó el camino para que la música pudiera abordar la atonalidad, que es uno de los principios de la música moderna.

El estreno de Tristán, ocurrido en el Teatro de la Corte de Múnich el 10 de junio de 1865 tuvo, pues, repercusiones trascendentales, no sólo para el desarrollo del melodrama, sino para toda la música. Fue el resultado de una conjunción de circunstancias extremadamente particulares. Por una parte, luego de vivir el fracaso de su incursión en la política, Wagner se vio obligado a exilarse en Suiza; allí su vida personal hizo crisis con el desmoronamiento de su matrimonio con la actriz Minna Planer y experimentó la realidad un amor imposible por Mathilde, la esposa de quien en ese momento era su más importante mecenas, Otto Wesendock; pero sobretodo su vida dio un giro con la lectura y el estudio a fondo de El mundo como representación y voluntad del filósofo alemán Arthur Schopenhauer, que le proporcionó el andamiaje intelectual para sus preguntas existenciales que pudo plasmar en Tristán.

Lo que me diferencia de todos los compositores y los hace superiores a mí, es que no puedo componer nada sin tener inspiración declaró Wagner, y la verdad es que su inspiración escaló cumbres que lindan en lo sublime, el Dúo de amor del acto II, por ejemplo, es una de las páginas más inspiradas de la historia.

 

Una obra de semejante complejidad, requiere, como afirma Osorio, la experiencia de una organización como la Ópera de Hamburgo y un montaje a la altura de la obra misma. Un elenco en condiciones de resolver con solvencia y profundidad la, quizás, más exigente ópera escrita para la voz de soprano drammatico y tenor heroico. Una orquesta con la experiencia y ductilidad suficiente. Y sobre todo, un director experimentado, que la noche del martes 4 de octubre será el norteamericano Kent Nagano, porque hay un doble discurso de cuya unión surge la realidad total, el escenario narra la pasión desencadenada a causa de un filtro mágico que lleva a los amantes a la muerte, pero, la orquesta a la manera del coro del drama griego, se encarga de decir la verdad de lo que ocurre al interior de los personajes, y aclara que la tragedia que conduce a la muerte, sino a la búsqueda consciente del no-ser: Shopenhauer.

Suena complejo. En realidad no lo es, porque: la música es sublime.