Ojo con el Chiribiquete | El Nuevo Siglo
Lunes, 19 de Septiembre de 2016

La razón por la cual el Parque Nacional Chiribiquete fue ampliado a las dos millones ochenta mil hectáreas en 2013, mucho más allá del territorio inicial, fue precisamente para crear un símbolo de protección ambiental en el Amazonas profundo. Así se hizo, justamente, en reacción a la devastación de la Amazonia en Brasil, Perú y Ecuador. Y con ello se logró concitar una gigantesca cantidad de solidaridad universal y poner los ojos en el pulmón del mundo.

Ello permitió, ciertamente, que países como el Reino Unido, Noruega y Alemania donaran una ingente cantidad de recursos, para los próximos años, a fin de impedir la deforestación y lograr mantener intacta la biodiversidad en donde muy pocos humanos han llegado. De hecho, la Serranía del Chiribiquete se mantiene prácticamente en los mismos términos de su morfología vernácula. Y está demostrado que allí, en esos dos millones de hectáreas viven al menos nueve poblaciones aborígenes no contactadas. Lo cual quiere decir que hay manifestaciones indígenas en su carácter original y a las que no les ha llegado la civilización, tal cual como la conocemos nosotros.

De esta forma, hay en la zona no solamente una portentosa riqueza en biodiversidad y una cantidad inverosímil de fuentes hídricas intocadas, sino que igualmente hay expresiones atípicas apenas estudiadas y que en los perfiles montañosos dejan entrever una cultura que idolatró al jaguar. 

Ello es demostrativo, así mismo, de la formación de los ricos ecosistemas colombianos cuando se unieron las placas geológicas del norte y del sur, justamente  en esa zona del territorio colombiano.

De acuerdo con informes recientes del Ideam, sin embargo, los lugares aledaños al Parque Nacional Chiribiquete tienen ya graves síntomas de degradación ambiental y se confirma una creciente deforestación. Es lo que, de alguna manera, se viene constatando desde hace décadas en el sentido de que se crea una zona de protección para que de inmediato y paulatinamente se vayan generando ejes de presión en torno de ellas. Inclusive, hoy es fácil corroborar, por ejemplo, que en al menos doce Parques Nacionales hay cultivos ilícitos que se camuflan en la especial protección ambiental de estas zonas y la ineficacia del Estado para controlarlas.

Cuando el Chiribiquete se amplió hasta configurarse en una de las zonas protegidas más grandes de América del Sur, se pensó en todo caso que debía crearse un extenso corredor como área de desarrollo sostenible hasta La Macarena, con el fin de unir ambos ecosistemas y ordenar debidamente el territorio. El reto estaría sobre unas 250 mil hectáreas en las que podría generarse ganadería silvopastoril y otras alternativas agrícolas, con la infraestructura y la tecnología adecuadas.

Así se pensó precisamente para evitar la presión deforestadora y el desbrozamiento de reservas forestales a favor de la ganadería extensiva, lo mismo que de la agricultura desordenada. Por desgracia, comienza a confirmarse que la tala de bosque y la creación de predios a partir del incendio de las reservas es cosa común y corriente en las zonas aledañas del Chiribiquete. Todavía peor lo que ocurre en zonas de la serranía de La Macarena, en donde los sobrevuelos han permitido registrar, con todo detalle, el drama que allí sufre el medio ambiente.

El mayor regalo que puede producir el posconflicto al país, aparte de terminar la guerra, está en recuperar aquellas zonas ambientales perdidas por la inconciencia y la cultura infausta, no solo de sembrar los cultivos ilícitos, sino de  no entender la gran importancia ecosistémica de las reservas forestales. 

Irrumpir de inmediato con una política pública para mejorar las condiciones ambientales de esas regiones es indispensable. Para ello hay que convertir al campesino en el principal protector del medio ambiente. Y por lo tanto lo ideal sería que  la creación de una política de compensaciones, de modo que se pague al campesinado por proteger y cuidar las reservas, en vez de hacerse el de la vista gorda con la tala y el incendio de los ecosistemas. 

El Parque Nacional Chiribiquete debe ser la más grande expresión de la paz en el país. Para que ello sea así es menester poner el ojo avizor en las amenazas que se ciernen. Lo mismo cuenta para la serranía de La Macarena y el símbolo ambiental de Caño Cristales.  En tanto, crear la zona de desarrollo sostenible presupuestada entre los dos parques sigue siendo la mejor alternativa para que, hacia el futuro, la región se vuelva un foco de progreso dentro de criterios ambientales.