Llegó el día: Clinton enfrenta a Trump | El Nuevo Siglo
Foto Agence France Press
Sábado, 24 de Septiembre de 2016
Pablo Uribe Ruan @UribeRuan

En 1960, Jhon F. Kennedy y Richard Nixon se enfrentaron en el debate presidencial más recordado de la historia. Esa vez los electores vieron por primera vez  a los candidatos en televisión; Kennedy sonreía, Nixon sudaba. A partir de ese momento, los debates cambiaron.

La radio, que era el principal medio de comunicación, dio un empate, pero los que vieron a Kennedy por televisión dijeron que lo había hecho mejor. Unos meses después, el demócrata ganó. Lo anecdótico  -el color beige del traje de Nixon, sus nervios y el terno negro de Kennedy-  se volvió un parámetro en los siguientes debates, hasta hoy.

Cinco décadas después, Hillary Clinton y Donald Trump protagonizarán el primer debate presidencial  2016 en Nueva York. Su tarea será explotar las debilidades del otro y reforzar sus cualidades, frente a 100 millones de televidentes que verán dos formas de hacer política.

Las caras de Donald

Gestos y más gestos, Donald Trump es un hombre que se ha destacado por como se muestra ante las cámaras. Con el pulgar arriba o la lengua afuera como si estuviera atragantado, ha creado una imagen compuesta por muchas expresiones. Donald, el hombre de las mil caras.

En el debate Trump mostrará, una y otra vez, sus gestos faciales; aprobará con su pulgar, reprochará con su boca, se reirá a carcajadas como León. No se sabe, sin embargo,  qué faceta política va asumir frente a su oponente. ¿Será igual a la que usó durante la nominación republicana o tendrá un tono más tranquilo alejado de los ataques?

Hasta el momento el candidato republicano ha sido un hombre predecible en su discurso. Salvo en contadas ocasiones, optó por el verbo contencioso y agresivo. Su campaña ha girado en torno a sus polémicas declaraciones sobre los migrantes, el Islam y el comercio internacional. 

Pero se espera que por primera vez emplee un tono presidencial. ¿Qué se entiende por ello? Que funja como tal,  como aquel que se dirige a un público diverso, moderando sus palabras y siendo certero en sus propuestas. Si logra eso, la noche del lunes podría ser el vencedor. Porque la tiene más fácil en el papel.

Trump representa la imagen del cambio. La expectativa que genera es positiva. No tiene  que luchar contra una visión negativa de la política sino reforzar, por el contrario, que él es diferente a su rival. Sin embargo, durante la campaña ha dejado la sensación de que le faltan cualidades y experiencia  para ser presidente de Estados Unidos.

Según la revista de derecha, National Review, el 60 por ciento de los estadounidenses piensa que Clinton está más preparada para ser presidente, frente a un 30 % que considera lo mismo de Trump. Más allá de los partidos, aquellos que no cree en él deben convertirse en su principal objetivo.

Trump tiene que convencer al elector indeciso y opositor que es capaz de cumplir como mandatario. Más allá de sus propuestas, la manera cómo hable y se dirija a Clinton será determinante. Si usa el mismo estilo de la nominación, no obtendrá un gran apoyo; será derrotado.

Debe entender que ya pasó la campaña por la nominación. Al frente no tendrá a Cruz, ni a Rubio, con los que jugó y pisoteó hasta que declinaron en su aspiración. Estará al frente de una mujer, a quien ha atacado, que cuenta con una vasta experiencia de 30 años. Si la espera contra las cuerdas, en vez de atacar,  el resultado le podrá ser favorable.

¿Estrategia de Trump?

El tono -aunque también le ha representado millones de votos-– y la falta de experiencia, son los dos puntos débiles de Trump. Se sabe que siendo  moderado tendrá un margen más amplio para ganar. Pero la incertidumbre está en cómo va afrontar su falta de experiencia. Callado no se va quedar, es un debate.

Podrá adoptar la estrategia del “ignorante” - denominación mía - .  Consiste en errar sobre un concepto, tratado, cifra o país con intención. Aún no se sabe, nunca se sabrá, si Trump, de aposta, dijo que el Tratado Trans-Pacífico incluía a Rusia y China, o que tropas rusas invadieron Ucrania. La intención del candidato tal vez fue distanciarse de la experiencia de Clinton y mostrarse como algo totalmente nuevo, diferente. O, quizá, si se equivocó.

Esta es una vieja estrategia en los debates presidenciales en Estados Unidos. En 1976, Gerard Ford dijo, cuando disputada la presidencia con Jimmy Carter, que Polonia no era parte de la Unión Soviética. Frente a él, al instante, apareció un letrero que le pedía que cortara, pero se extendió para hacer eco en la afirmación.

Ford no estaba errado, como dice la revista The Atlantic. Graduado de Yale y conocido por su capacidad empresarial, trató de resaltar el espíritu combativo de los polacos y la invasión que afrontaban de los soviéticos. Le salió mal, como dice James Fallow, pero demostró que muchas veces el velo de ignorancia que imponen los candidatos tiene intenciones que van más allá del desconocimiento. 

Trump puede apelar al comentario ignorante como una estrategia populista. Decir frases como la de Ford o las suyas tienen efectos positivos en una parte importante del electorado norteamericano que quiere escuchar algo distinto; no más comercio internacional, no más multiculturalismo. O, ¿fungirá como eventual presidente?

Borrar Obama, Clinton

La ex secretaria de Estado tampoco es inofensiva. Cuando ha tenido que levantar la voz lo ha hecho y no ha dejado de atacar a su rival republicano. Pero se caracteriza por las propuestas más que la permanente confrontación.

Esa es su gran virtud: parecer tranquila sin dejar de enfrentar a su rival cuando le toca. Nunca es vista como una mujer que apela a la agresividad. Es un tipo de “abuela” que eleva el tono cuando debe, pero no se sale del papel. Además, está calificada y tiene experiencia, virtudes que su rival añora o desprecia.

Hillary Clinton, sin embargo, es para muchos la continuidad de Obama. Pese a su discurso incluyente, representa el status quo del partido demócrata y el este de Estados Unidos. No ofrece algo nuevo, sino la continuidad de políticas criticadas por los seguidores de Sanders y los republicanos de Trump.

A diferencia de Trump, la ex secretaria de Estado tendrá que cumplir el mismo rol que mostró durante los debates demócratas. Cuando la atacaba Sanders, esperaba y respondía con argumentos, no contraatacaba. El ex candidato a la nominación sirvió como medidor de su paciencia; ataque tras ataque no la hizo salirse de casillas.

Clinton tendrá que convencer a los norteamericanos que sus propuestas son diferentes a las de Obama. La migración, por ejemplo, puede ser un buen camino. El presidente norteamericano deportó más de tres millones de migrantes durante su mandato, según Los Angeles Times. Si la candidata crítica esas cifras y muestra que su política será diferente, posiblemente podrá asegurarse la victoria.

No quiere decir que deje a un lado su discurso por la unión del país. Distanciándose de Trump, deberá apelar al multiculturalismo y la inclusión como principios básicos de la democracia norteamericana. Mostrar un futuro esperanzador para que su rival, que habla del peor momento de la historia del país, se quede con un menos argumentos.

También puede hacer que Trump comience a atacarla. Él, de acuerdo a sus últimas declaraciones, parece que va intentar acorralarla con las presuntas prácticas ilegales de sus fundaciones, los correos, Benghazi. Si Clinton logra aguantar y lanzar dardos en el momento indicado, los resultados se inclinarán a su favor.

Buenos momentos

“Los buenos momentos pueden ser más importantes que los buenos argumentos”, dice Karl Roove en The Wall Street Journal. Esto en este debate presidencial es totalmente cierto. Trump ni Clinton son grandes estadistas ni ideólogos de sus partidos. Sus argumentos, por eso, serán secundarios frente al manejo del momento: cómo atacan, cómo se ríen, cómo se comportan con el moderador.

Esto no es nuevo en las elecciones presidenciales de Estados Unidos. George W. Bush, en 2000, ganó un debate contra Al Gore por un momento. ¿Cuál? Hizo un movimiento de cabeza extraño cuando su rival intentó invadir su espacio. El lenguaje o apariencia corporal jugaron un rol determinante a tal punto que, un mes después, lo llevaron a la presidencia.

Eso sí, perder el primer debate no significa la muerte de las aspiración presidencial de Clinton o Trump. Los últimos dos presidentes de Estados Unidos tuvieron salidas en falso en esa ocasión y después repuntaron. Pero a siete semanas de las elecciones, con una diferencia en los sondeos de tan sólo cuatro puntos a favor de la demócrata, ya va siendo hora que la tendencia se incline por alguno de los dos. La noche dirá quién manejó bien los momentos y, bueno, los argumentos.