El liderazgo ético de Luis Carlos Galán | El Nuevo Siglo
Foto Procuraduría
Viernes, 23 de Agosto de 2019
Redacción Nacional

Después de 30 años su legado está más vivo que nunca. Nueva entrega de la alianza de EL NUEVO SIGLO y la Procuraduría General

______________________________________

Escrito por: Fernando Carrillo Flórez, Procurador General de la Nación.

El pasado 18 de agosto conmemoramos treinta años del magnicidio de Luis Carlos Galán Sarmiento. No puede pasar en vano esta fecha para los ciudadanos que trabajamos por la justicia y la ética pública, pues su figura fue, justamente, un ejemplo de compromiso radical con estas causas, hasta el punto de sacrificar su vida por ellas.  

Después de 30 años su legado está más vivo que nunca, y esto no es un lugar común, justamente porque él fue un visionario que tuvo la capacidad de anticiparse a los problemas y los retos que, frente a la defensa de lo público, debemos enfrentar hoy. Eso lo convierte en un líder auténtico y fuera de lo común, que se alza como un líder ético de los colombianos.

Lea también: 30 años del magnicidio de Luis Carlos Galán

La marcha del silencio, que tuvo lugar una semana después de su asesinato, fue la antesala del movimiento que marcó el acontecimiento político más significativo de los últimos tiempos: la Constitución de 1991. Esa marcha recogió el afán de fortalecer la justicia como tarea central del Estado. Figuras de la talla de Alfonso Gómez Méndez y Alfonso Valdivieso, que, motivados por el pensamiento de Luis Carlos Galán, lucharon por el fortalecimiento de herramientas centrales en la guerra contra el narcotráfico, fueron cruciales para inspirar lo que después fue el movimiento estudiantil de la Séptima Papeleta. La propuesta de reforma a la justicia fue y sigue siendo la motivación más profunda del quehacer político de mi generación y debe ser también la de las nuevas generaciones.

A través de las mesas de trabajo estudiantil, realizadas en 1990, se consolidaron las bases de la reforma constitucional que tuvo una meta muy ambiciosa: la instauración de una cultura política y democrática que invitara a la ciudadanía a asumir plenamente su responsabilidad frente a lo público y la construcción de una ética desmarcada de la confesionalidad religiosa, que fungió como referente de la anterior carta constitucional. La Séptima Papeleta llevó impreso el sello del galanismo y su triunfo abrió el camino para la Asamblea Nacional Constituyente.

Reforma y ética pública

El pensamiento de Galán puede ser leído en su totalidad como una gran propuesta de reforma a la justicia en el marco de la ética pública. Para él la principal misión del Estado es garantizar la justicia. Esa concepción fue integral. Galán la definía como reforma política, como factor de igualdad, como pacto para sacar al país de un estancamiento con matices de autoritarismo, despotismo y de desconocimiento de los derechos de los colombianos.

La ética pública fue un elemento transversal en el pensamiento de Luis Carlos Galán que, ante la fragilidad ética del país, representó un nuevo paradigma: la dignidad humana y los derechos humanos como núcleo de la limitación del ejercicio del poder del gobernante.

Galán se esmeró por demostrar, durante dos décadas, que el presidencialismo había ahogado las funciones de las otras ramas del poder público y que la preponderancia del Ejecutivo había llevado a una centralización poco favorable frente al ejercicio de la justicia. Por ello trabajó para una descentralización en pro de la justicia local, que tuviera como prioridad al ciudadano y que permitiera bajar la justicia de las altas Cortes para entregarla a quienes más la necesitan.   

Su legado nos deja grandes tareas, pues hoy tenemos una justicia que un día responde y al siguiente nos avergüenza. Debemos romper el karma de los vaivenes en las decisiones judiciales. Hoy tenemos decisiones ejemplares, en las que la Procuraduría General de la Nación ha tenido un papel central, como las sanciones impuestas en el caso Odebrecht. Pero, por otro lado, existen decisiones judiciales que deben ser controvertidas, como, por ejemplo, la investigación disciplinaria que hemos solicitado recientemente para los funcionarios judiciales y los abogados que intervinieron en el proceso que le dio la libertad a uno de los protagonistas centrales del “Cartel de la toga”.

El legado político y social de Luis Carlos Galán es un modelo de ética y construcción de lo público que nos recuerda que ser particulares no nos exime de la responsabilidad cuando hay servicios y recursos públicos o derechos fundamentales de por medio. Esta defensa es la base genética de la Constitución del 91 y nos recuerda que la justicia debe ser la razón de ser del Estado.

Su enfoque territorial y sus propuestas de descentralización son referentes ineludibles si queremos salir del cuello de botella que representa el ordenamiento territorial actual, pues en ellas identificó con claridad que la presencia del Estado en los territorios es la garantía de una justicia real y efectiva.

La visión de Luis Carlos Galán fue la de alguien que creyó en las instituciones, una visión que permite comprender que, en sus palabras, “son más importantes las ideas, que los hombres”; es decir, siempre son más importantes los escenarios de gobernabilidad que permiten la defensa de los derechos ciudadanos, que los caudillos políticos o los héroes de turno.

Esa sigue siendo la apuesta ética treinta años después: consolidar liderazgos éticos que nos permitan repensar los estándares de la política, frente al gran déficit que tiene Colombia en materia de ética pública. Galán le devolvió el pudor, la grandeza, la majestad al ejercicio de la política.

Con su legado, nuestra tarea es pasar de un ejercicio del poder jerárquico, vertical y autoritario a uno participativo, horizontal e igualitario. Las nuevas generaciones deben rescatar esta herencia y no solo comprender lo que perdió Colombia con su muerte, sino asumir el compromiso que supone hacer Política con P mayúscula. Se trata de ejercer la política en el sentido aristotélico del término: como el arte del bien común. Galán nos enseñó que se puede hacer política sin ensuciarse las manos.