Escocia y Reino Unido en el laberinto de la ruptura europea | El Nuevo Siglo
Foto archivo AFP
Sábado, 11 de Agosto de 2018
Giovanni Reyes

Como es ampliamente conocido, cuando el Reino Unido tomó la decisión de abandonar la Unión Europea en junio de 2016, los escoceses sin dudarlo optaron por poner distancia ante esas determinaciones. Ellos votaron por continuar ese tratado de integración.  De hecho, la salida británica, conocida popularmente como el “brexit”, no tuvo mayoría entre los escoceses, quienes votaron por quedarse como integrantes de Europa basados en el voto más joven, urbano, y de mayor nivel educativo.

No es de olvidar que producto de campañas en donde no faltaron mentiras, embustes y desinformaciones -hoy llamadas “post-verdades” en un rapto de genuino malabarismo lingüístico que pretende conceder más “abolengo” al orador- los ingleses votaron por el brexit.  Y al día siguiente saturaron las búsquedas en google en el intento por averiguar que significaba este término, esa opción por la cual habían votado.

Se trata de un caso digno del texto “Dialéctica de la Ilustración” publicado originalmente en Alemania, en 1944, escrito por los investigadores Max Horkheimer y Theodor Adorno.  Uno de los argumentos vitales de la obra es cómo a pesar de que en esta modernidad o post-modernidad tenemos tanto acceso a información, estamos sedientos de conocimientos y cómo –a pesar de estas condiciones, o como resultado de ellas- hemos pasado de “la aurora a la decadencia” parafraseando a Jacques Barzun.  Cómo persistentes actitudes y escenarios propios de barbarie se acentúan en estos tiempos contemporáneos.

El caso es que ahora, la Primer Ministro de Escocia, Nicola Sturgeon, pide a Theresa May, su homóloga en Londres, que se definan cuáles son las condiciones mediante las cuales, de manera específica, se llevará a cabo el brexit.  Todo esto ocurre en un clima en donde tanto Bruselas como el gobierno británico no han dado a conocer los planteamientos fundamentales de la negociación, ni los plazos, ni los temas cruciales de la agenda.

Se hace evidente cómo este tipo de secretos chocan frontalmente con la aspiración democrática en el tratamiento de asuntos públicos. Algo que debería estar en el corazón de la transparencia; tema que ya a fines de los ochenta era motivo de gran preocupación para el último líder soviético Mihail Gorvachov (1931 -).  Producto de esto último, escribió su obra “Perestroika and Glasnot” (reestructuración y transparencia) como parte esencial de su política, una vez llegado al poder en Moscú, en marzo de 1985.

El caso es que la posición de Escocia ha mantenido distancia de las decisiones de Londres, con ello trata de evitar una imposición desde el centro del poder británico.  Es más, Escocia ha estado desarrollando nexos diplomáticos con Bruselas, a fin de continuar perteneciendo a la Unión Europea.

El camino para esta aspiración, como se comprende fácilmente, es por demás escabroso. La Unión Europea no puede aceptar que una unidad política integrante de un Estado, se vincule de manera directa, a la vez que el estado que la contiene se separa de la Unión. 

Esto no conviene ni pensarlo en Bruselas, aún más ahora que otros separatismos constituyen amenazas latentes o potencialmente explosivas, como lo demuestran varios casos. Los ejemplos los tenemos muy a la mano: Padania en el norte de Italia, País Vasco y Cataluña -este último con serias esperanzas de forjar por fin una república en el suelo medieval y monárquico de España-, el citado caso de Escocia, para no mencionar la relativa separación que existe entre flamencos al norte y valones en el sur, del territorio belga.

May sabe que un Estado que resuelve el problema económico, fácilmente resuelve un 60 por ciento de las dificultades.  Con ello trataría de retener el “brexit interno” del Reino Unido, es decir haría prevalecer la cohesión del estado británico.  De allí el anuncio que hiciera referente a ambiciosos planes de inversión que den empleo y con ello oportunidades. 

Es de tenerlo presente: mientras Gran Bretaña optaba por el brexit, en el citado junio de 2016, los escoceses manifestaban su deseo de continuar en la Unión Europea por un nada despreciable margen de 62 por ciento.  El punto central a destacar en todo esto es que Escocia ha manifestado, de manera vehemente, que se reserva el derecho de establecer un referéndum propio, sobre su independencia o permanencia como parte del Reino Unido.

Si se lleva a cabo ese referéndum es probable que Escocia -en ese caso independiente- se adhiriera a la Unión Europea.  Una trama y urdimbre que ya se tiene en Cataluña y que constituye -en realidad es un rasgo para ambos casos- un desafío para las monarquías, esas anacrónicas instituciones que impiden la llegada plena de la Ilustración.

En todo esto, un tema, además del empleo y vinculado a él, es el del comercio internacional.  Es claro que los escoceses en este punto, entre otras consideraciones, actúan con mayor perspectiva: se percatan que el mercado natural de toda la isla británica es precisamente Europa. 

No serán los arranques emotivos, fuera de sensatez, los que fundamenten el bienestar.  No se confunda.  La lógica económica en la vida de las personas y de las sociedades es inexorable, inapelable.  Se impone la necesidad de manejos coherentes y estratégicos.  Eso como mínimo. 

De lo contrario, los espejos están allí a la vista, en esos inhumanos escenarios donde lo que sí abunda es escasez en forma químicamente pura. No se requiere mucho esfuerzo para ver esto: el inhumano y angustioso caso de Venezuela, nos lo recuerda todos los días.

*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor, Facultad de Administración de la Universidad del Rosario. El contenido de este artículo es de entera responsabilidad del autor por lo que no compromete a entidad o institución alguna.