El Cielo y el Infierno | El Nuevo Siglo
Miércoles, 15 de Agosto de 2018

Las escuelas filosóficas han tenido serias controversias con respecto al predicado del libre albedrío. Creer que el ser humano es libre de obrar sin determinismo es una falacia, sostienen. La discusión no es elemental, es un debate que pone en duda las doctrinas teológicas y, contrariamente, deduce que no es posible lograr lo que se desea y muchos de los deseos no son producto de la voluntad consciente, sino instintiva, resultado de una epigenética y situaciones sociales que esclavizan, entre ellas el pecado.

Los trastornos síquicos atentan y afectan la voluntad, si ella es una opción de actuar conscientemente y ¡he ahí el problema! Constatar la capacidad consciente del sujeto no es examen fácil de resolver. No obstante, en el campo penal se sustenta, sin incertidumbre, que quien realiza una conducta contraria a la ley lo hace libre y conscientemente y por esa razón debe sufrir las consecuencias de sus actos.

El tema llega a cuento provocado por la promesa que el gobierno de turno hace acerca de la penalidad de los abusos sexuales con respecto a menores: la cadena perpetua. Por supuesto que es un proyecto que, obviamente, reclama una reforma constitucional, que no extraña, pues la historia de los últimos años enseña que la Carta política se convirtió en una improvisación, en un orden jurídico inestable y pasajero y por lo mismo no hay institucionalidad trascendental.

Desde el punto de vista de las teorías del derecho penal, el sentido de la pena, se enseña, es la resocialización del rematado judicialmente y por supuesto porque se sostiene que la rehabilitación del sujeto es posible si se le somete a un científico tratamiento. Y esto, tratándose de quien incurre en los delitos que se propone sancionar con la pena capital, hay que reconocer que es una conducta cuya causa, comúnmente, es una perturbación mental originada en una dislocada evolución de la sexualidad, motivada, generalmente, por una educación malformada en muchos aspectos, uno de los cuales, quizás el más frecuente y “corruptor” de la emoción, es la propagación de impactos estimulantes del instinto, para la promoción del consumo económico, a tal grado que en la campaña presidencial reciente se valieron de mujeres exhibicionistas para invitar al apoyo de un candidato.

Dios y el demonio serían los autores míticos del comportamiento, quiere decir que no existe una libertad consciente, la publicidad de comportamientos que en el pasado fueron prohibidos, por ejemplo “los amores masculinos”, en la antigüedad griega fueron libres y consentidos; en otras épocas se definieron como delito: el Código Penal de 1936 en su artículo 323 tipificó el delito: “el acceso carnal homosexual, cualquiera que sea su edad”. Hoy dejó de serlo e incluso se ha legalizado. Estos cambios han incidido en la costumbre instintiva y de ahí los comportamientos que se quieren, por su aberración, castigar con la cadena perpetua. Hay que reprimir las causas últimas y no las consecuencias. Trastornos que se inculcan en la infancia y la adolescencia.