La huida hacia adelante de Maduro | El Nuevo Siglo
Foto Xinhua
Domingo, 13 de Agosto de 2017
Giovanni Reyes

Desbocado, actuando a la desesperada,  sabiendo que no puede bajarse del tigre, porque si no la bestia lo devora, así se comporta ahora Maduro.  Sabe que el tiempo lo tiene en contra.  Sabe que el poder real son los militares represores quienes lo sostienen.  Sabe que su desempeño y el movimiento de piezas que ejecuta es la auténtica práctica de un aprendiz de brujo, donde lo intrépido tiene que sostener la esperanza.  Es un impúdico reto por mantener un régimen dictatorial desde Caracas. 

Maduro sabe que está espoleado cada vez más por la realidad.  Es la Némesis que debe enfrentar incuestionablemente.  Esa realidad es la peor enemiga del cacicazgo que se ha conformado.  Allí está lo que ni las arengas, ni los discursos ni la “ideología” pueden ocultar.  La terca realidad rinde cuentas, y expone que en la actualidad, increíblemente, un 82 por ciento de los venezolanos viven en condiciones de pobreza, mientras un 54 por ciento estaría en condiciones de pobreza extrema.

Del desempleo es mejor ni hablar.  Todos mienten.  Las estadísticas no son confiables, y no lo son desde que Chávez –fiel a su formación cuartelera- dio la orden de cambiar los indicadores.  “Esas cifras de desempleo y pobreza no me gustan” había recalcado.

Allí está la inflación, con su galope tendido y sostenido.  Comiéndose los ingresos de los asalariados, de los vulnerables, de los pobres a quienes esta “revolución” dice proteger.  La inflación, como incremento generalizado de precios no discrimina, y se ensaña con quienes no pueden proteger su poder adquisitivo en refugios tales como moneda extranjera o en bienes no perecederos. 

Puede ser que las personas de a pie no se sepan los números, pero sienten que ningún dinero los sustenta, que los ingresos cada vez alcanzan para menos. Ellos saben que allí se enraízan, incuestionables, las consecuencias.  La poca capacidad de compra, pauperizada ya por las medidas económicas del régimen desde hace 18 años -cuesta creerlo- se traduce en hambre, en desespero, en la fuerza para salir a las calles.  Ese es el resultado cuando amplios sectores sociales se sienten al pie de la pared.  Se sabe entonces que es tiempo para morir, para morir civiles que como armas, cuentan con piedras y escudos de cartón o lata. 

Es evidente.  Ha sido implacable el aumento de precios que para diciembre de 2016 llegó, en tan sólo un año, al escalofriante nivel de 826 por ciento.  Se recuerda que el año en el cual la inflación había sido históricamente más alta en Venezuela, fue en 1996, cuando el indicador había trepado al nivel de 103 por ciento.  Esas eran las condiciones de los años noventa, la década durante la cual se ensancharon las velas del populismo de Chávez.  Ahora para 2017, se espera que el aumento de precios llegue a 678 por ciento; se mantienen aquí cifras más bien conservadoras, tratando de resguardarlas del alarmismo.

Se trata de una pesadilla, pero también es una muestra de que la lógica en la vida es inexorable.  Por más riqueza que tiene un país, si no se sabe administrar, invertir, reinvertir, se cae víctima de las verdades y de la realidad que siempre nos alcanza.

Es inaudito que todo esto ocurra en la que es nada menos que la potencia de exportación petrolera de América Latina.  En un país cuya emblemática empresa, Pdvsa, llegó a manejar un flujo de caja de casi 130,000 millones de dólares al año.  En lugar de propiciar la inversión en la economía real y que con ello se fortalecieran los dos pilares esenciales del desarrollo –aumento de capacidades de la población e incremento de oportunidades vía el empleo- el régimen chavista hizo de la ineptitud un doctorado.

Muchas lecciones, nada de aprendizaje

Desde tiempo ha, se han comprado voluntades, ha campeado la corrupción, se centralizaron intensamente las decisiones desde Miraflores, se ha perseguido a opositores o críticos, el poder se mantiene con apoyo de armas legales o bien de “colectivos” armados, esto es, grupos paramilitares pura sangre.  Se destruyó el tejido productivo del país y su infraestructura, se descuidó la formación del talento humano. 

Se proscribió mencionar palabras como productividad, innovación, competitividad, sostenibilidad.  Desde hace  mucho han sido vocablos prohibidos que recuerdan los vetos de expresión y el “nuevo habla” sobre el que ya  nos ilustrara George Orwell (1903-1950) en su obra “1984” (1949).

Mientras se tenía literalmente una inundación de dólares, los recursos alcanzaban para todo.  Las lecciones históricas no se aprendieron, las noticias han tardado en llegar hasta Caracas.  Hace tiempo que sabemos sobre la separación de poderes de Montesquieu, promulgadas en su obra “El Espíritu de  las Leyes” de 1748.  Se insiste: las noticias no han llegado para quienes detentan el poder desde Miraflores.

Se veía venir. Y se insistió muchas veces.  Los precios altos del crudo no serían eternos y era necesario resistir los embates cuando todo cambiara.  Así ocurrió a mediados de los ochenta, así fue en los años noventa cuando se manifestó en México el “efecto tequila” del 20 de diciembre de 1994. 

Pero muchas veces, la ignorancia persiste, se ensancha y se impone. Se desprecia el conocimiento.  No hay diálogo si no se desea escuchar.  Las lecciones no se aprendieron.  En este punto, uno trae a la mente el pesimismo realista del premio Nobel de Literatura 1947 André Gide (1866-1951) cuando insistía: “Todo está ya dicho, pero como nadie escucha, es preciso comenzar de nuevo”.

Maduro puede hacer discursos, apoyarse en las fanfarronadas de siempre.  Los uniformados pueden seguir matando a la gente en las calles.  Pero esas cosas, por más pretoriano que sea el ejército, tienden a desgastar, a erosionarse, a caducar.  Otros dictadores cuya arrogancia y sangrienta prepotencia solo era superada por la crueldad que ejercían y no tenía límites, también cayeron.  No fue de gratis, hubo que poner un inmenso esfuerzo de heroísmo, martirio y torturas.  Pero los dictadores no prevalecieron.

Casos ilustrativos abundan en la desgarrada Latinoamérica: allí está Porfirio Díaz que mandó en México de 1876 a 1911; la dinastía de los Somoza en Nicaragua que cayó el 19 de julio de 1979; en la misma Venezuela el militar Juan Vicente Gómez mandando desde 1908 hasta 1935; el uniformado Leonidas Trujillo, quien dispuso de los dominicanos de 1930 a 1961 dejándoles una herencia de al menos 50,000 asesinados; otro uniformado en Paraguay, también muy encariñado al poder, Alfredo Strossner quien ejerció de 1954 a 1989.  En fin, pare de contar.

La realidad continúa cercando a Maduro.  Él y quienes tienen el poder político en Venezuela lo saben.  Pueden contar mentiras, hacer discursos -lo que constituye una producción industrial en Latinoamérica-, pueden tratar de buscar la legitimidad legal ejerciendo a capricho maniobras bajo la tormenta.  Pero la dinámica social y económica está allí, imparablemente. 

Citando de nuevo a André Gide, resuena un planteamiento de su obra “Sinfonía Pastoral” (1919) “…..y tomando por tierra firme el flotante tapiz de flores, perdió pie bruscamente”.

(*) Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor, Universidad Colegio Mayor Nuestra Señora del Rosario