EDITORIAL. Laberinto de las soluciones | El Nuevo Siglo
Foto archivo El Nuevo Siglo
Miércoles, 2 de Agosto de 2017

*¿Limitar periodos a congresistas?

*El derecho a elegir y ser elegido

 

El recambio de la política, base fundamental de la democracia, no se produce necesariamente porque así lo obligue una ley. Limitar la participación en el Congreso de la República a solo dos períodos o cualquier recorte en tal sentido, más bien afecta el derecho fundamental de elegir y ser elegido. Es tanto, ciertamente, como impedir la participación en plebiscitos, referendos o consultas populares.

En general en todo Congreso existen veteranos, que han participado en varios períodos legislativos y muchas veces son ellos, precisamente, los que ocupan las presidencias de las plenarias o las comisiones. El caso típico de ello se produce en los Estados Unidos, donde los senadores llegan a cumplir más de 90 años de edad en sus curules y son las figuras más respetadas de la nación norteamericana. De hecho, los voceros del Congreso suelen, en muchas ocasiones, ser los que más tienen experiencia.

No quiere decir, por supuesto, que no se requiera la alternación. En ese sentido, se suelen presentar disputas, en las diferentes justas electorales, en las que los más jóvenes compiten con los mayores. La noticia no es, en ese caso, cuando un congresista es reelegido, lo que suele ocurrir, sino cuando alguien logra saltar de la Cámara al Senado o existe una figura nueva en el ámbito político. Pero no es ello, de antemano, una imposición constitucional, sino producto del libre luego democrático.

Lo mismo sucede en otras latitudes, como Francia, Italia, Alemania y Gran Bretaña, donde los resultados se suelen dar por el desempeño partidista y no porque se recorte la posibilidad de participación en el Congreso. Recientemente, por ejemplo, en Francia se produjo todo un revolcón legislativo, incluso a partir de personas novatas en la política, cuando así se ofreció a los electores por parte de Emmanuel Macron. El fenómeno, como se sabe, hoy está en regresión, porque la inexperiencia está cobrando factura al gobierno recién elegido. Pero, al momento de los comicios, los franceses quisieron producir un recambio político, no por obligación institucional, sino porque así lo determinaron las circunstancias del momento.

Del mismo modo, en Gran Bretaña, Theresa May quiso conseguir un voto de confianza del electorado británico, luego del Brexit, pero la respuesta fue equilibrar las cargas, escogiéndose un porcentaje importante de socialistas, muchos de ellos veteranos de la política y de sus distritos. De suyo, históricamente, recurrir a la limitación para poder participar en el Congreso hubiera sido tanto como impedirle a Winston Churchill que se presentara al hemiciclo, habiéndolo hecho tantas veces para aliciente de la democracia mundial.

En Alemania, a su vez, es muy factible que sean elegidos al legislativo, próximamente, quienes se han mantenido férreos en la coalición pro-europea encabezada por la conservadora Angela Merkel. La gran mayoría de ellos son parlamentarios de vieja data, que han sabido sacar avante al país en medio de la crisis económica europea y situarlo a la vanguardia del continente.

En Colombia, por su parte, existe la idea añeja de que si se recortan las posibilidades de ser elegido al Congreso, a solo dos o tres periodos, van a mejorar las condiciones de la política y, en particular, de ese importante organismo. No obstante, como en otros lados del mundo, la calentura no está en las sábanas. Si se trata de atacar la corrupción hay que hacerlo directamente, con la acción determinante de las autoridades correspondientes, e igualmente, de otro lado, mejorando los mecanismos de financiación que es, en realidad, donde está el cuello de botella del recambio político. Así mismo, la corrupción en el Congreso colombiano se combate poniéndole coto a lo que la origina y crea el fermento para su desarrollo, como los llamados “cupos indicativos” y todas aquellas circunstancias que permiten el reciclaje de las corruptelas. De lo que se trata es de limpiar la política, no con evasivas, sino directamente y en toda la línea, tratando de poner en orden el laberinto de las soluciones.

Habría sido, por descontado, una sandez haber privado al Congreso colombiano de grandes parlamentarios, como Laureano Gómez.

En su momento, incluso, Simón Bolívar pensó en un Senado hereditario a fin de darle estabilidad a la República incipiente. Hoy, claro está, no es dable pensar en lo absoluto en ello, mucho menos cuando ese tipo de figuras están tan desuetas como la Cámara de los Lores en el Reino Unido. Pero tampoco es bueno irse al otro extremo en cuanto a pensar que la renovación se da única y exclusivamente por el cambio de figuras en el Parlamento. De hecho, hoy en el Congreso colombiano se trabaja por bancadas parlamentarias, de modo que se toma una línea de acción conjunta y por partido. Está bien, por supuesto, brindar todas las posibilidades para que cada día exista mayor competencia democrática, sin que ello suponga, de ninguna manera, como se dijo, coartar el derecho a elegir y ser elegido.

 

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