El trancón presidencial | El Nuevo Siglo
Foto archivo Agence France Press
Martes, 29 de Agosto de 2017
  • Dicotomías de la campaña
  • Decantación de las candidaturas

 

Pese a la proliferación de precandidaturas es, en realidad, poca la cantidad de opinión política que se está creando durante la campaña electoral. A estas alturas, cuando faltan pocos meses para los comicios, deberían estar claramente delimitados los conceptos frente a los principales problemas del país. Pero, por el contrario, el trámite político se ha diluido en procedimientos, entre ellos el de si avalar las aspiraciones presidenciales por firmas o por partidos. Ante el desprestigio de las diferentes colectividades los candidatos han huido de ellas, dejando acéfalo el motivo por el cual existen que es, ciertamente, la vocación de poder y su expresión máxima que es llegar a la primera magistratura para poner en marcha unas ideas y unos programas taxativamente señalados de antemano.

       Los partidos políticos, pues, han quedado relegados a ser apenas el escenario para tramitar la pugna parlamentaria. Es decir, dar los avales y emitir el orden de las listas. De resto, tampoco hay allí un mayor componente ideológico puesto que no es muy grande la diferenciación. Hay esfuerzos, ciertamente, por modificar la política, como ocurre con el Centro Democrático, donde la lista cerrada obliga a mantener una sola línea. Ello supone, aparte del liderazgo del expresidente y senador Álvaro Uribe, una acción unificada y la movilización de unas convicciones encarnadas en aquel. Se espera, por descontado, que exista una clara carta de navegación en la que, más allá de la figuración personal, pueda verificarse el pensamiento exacto y una plataforma ideológica puntual en lo que evidentemente vienen trabajando con un equipo a cargo. Desde luego, ya se sabe lo que allí se piensa, de modo genérico en referencia a la orientación del Estado, pero en los tiempos contemporáneos es menester desarrollar la ideología en políticas públicas.

        Entre tanto, en los demás partidos, no se hace nada o bastante poco por llegar a un programa unificado que permita señalar cuál es el pensamiento exacto de la colectividad. El problema, en ese sentido, no está, entonces, en adoptar el voto preferente como método eleccionario, sino en que los aspectos ideológicos y de políticas públicas son absolutamente secundarios a la mecánica electoral. Con ello los sufragantes se ven prácticamente impelidos a la política uninominal, tan de moda desde hace unos años, mientras que hay un desmayo evidente en todo aquello que tiene que ver con las ideas y los mecanismos concretos para mejorar al país y encontrar un mejor futuro frente a la incertidumbre y el pesimismo actuales. Habría, por tanto, que exigir más ideas y menos mecánica proselitista, de manera que el elector pueda seleccionar, efectivamente, entre diferentes posibilidades. Y no someterlo, simplemente, a la coyunda de los nombres y el clientelismo. No hay, pues, compromisos verdaderos, respuestas a las ingentes necesidades sociales, propuestas frente a la crisis económica, programas claros para mejorar la educación y la salud, documentos precisos para generar las condiciones de una reforma pensional apremiante… En fin, la campaña electoral, tanto la parlamentaria como la presidencial, avanza completamente vacía de políticas públicas, enredada, por lo demás, en un laberinto emocional que si bien hace parte de la política no debería, por supuesto, copar la totalidad del escenario.

       Visto lo anterior se da entonces un teatro político bastante curioso en el que, de una parte, los candidatos dejan de lado la colectividad a la que pertenecen, a fin de superar ante la opinión pública el desprestigio que ellas padecen. Y, de otro lado, las mismas colectividades tampoco logran una vocería fehaciente, fruto de perder a sus voces más caracterizadas, mientras que tampoco se ocupan del sector programático. Parecería pues haber una dicotomía entre la campaña presidencial y la parlamentaria aunque, como se sabe, ambas se necesitan: los congresistas para ser arrastrados en sus aspiraciones y los candidatos a la Casa de Nariño para la ayuda posterior hacia la primera vuelta.

       Está claro, de esta manera, que con una buena parte de los aspirantes presidenciales recurriendo a las firmas para avalar su aspiración lo que queda sobre el tapete es el programa político. Si han decidido separarse de sus partidos y buscar directamente el favor del pueblo lo que interesa es, de un lado, las propuestas y, de otro, la capacidad demostrada para llevarlas a cabo. Es, precisamente, en ese sentido que el listado de 29 aspirantes suena sumamente extenso. Entre ellos habrá tres o cuatro que cumplan verdaderamente la facultad de llevar una política pública adelante. Y se espera, en esa dirección, que la misma democracia vaya decantado el listado. Porque pocas veces como hoy, cuando el país está en un punto de inflexión, se necesitan verdaderos pesos pesados y no experimentaciones como la francesa que ya demuestra su declive súbito a muy poco de iniciado el mandato.            

 

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