Agonía venezolana | El Nuevo Siglo
Foto AFP
Lunes, 21 de Agosto de 2017
  • El drama de un pueblo
  • La “melcocha política”

Venezuela fue por décadas, en el siglo XX, el primer productor mundial de petróleo. En 1980 tenía el mayor ingreso per cápita de la región. Es más, mientras el presidente Rafael Caldera tuvo el barril de crudo a la baja, incluso bordeando los 9 dólares, a los pocos años de llegar Hugo Chávez al poder, el barril se trepó a los 100 dólares y alrededor de esa cotización se mantuvo en su gobierno por largo tiempo.

Incluso se llegó a especular que podría superar la barrera de los 150 dólares. Según cifras del Banco Mundial, los ingresos petroleros durante el mandato chavista superaron, en conjunto, los de los 40 años anteriores. Otro dato: el Plan Marshall para reconstruir parte de Europa después de la Segunda Guerra Mundial dispuso en total de 13 mil millones de dólares, en tanto cifras de la banca internacional indican que el fallecido coronel venezolano gastó 15 veces esa suma.

Como todo el planeta sabe, la Venezuela de la abundancia y las oportunidades, a donde migraban europeos y suramericanos, en la actualidad agoniza, abatida por el hambre, la mayor inflación del mundo y una crisis política, económica, social, de derechos humanos e institucional sin precedentes.

La nación que consagró libre el general Simón Bolívar perece bajo la dictadura del régimen chavista -ahora en cabeza de Nicolás Maduro-, la ominosa bota militar y la demagogia socialista, convertida en virtual colonia de Cuba. La angustia aflige al máximo un pueblo que sufre a diario la miseria, en donde aumentan las enfermedades endémicas, la parálisis económica, el desempleo, la injusticia y la degradación en todos sus órdenes. La diáspora de venezolanos que abandonan el terruño nativo afecta ya a muchos países de occidente.

La represión cobra a diario vidas de inocentes que valientemente se enfrentan al régimen dictatorial. Millones y millones sobreviven en condiciones infrahumanas. En el argot popular hay algo a lo que suele llamarse la “melcocha política”, un sector en donde las líneas limítrofes entre sectores oficiales represivos y algunos agentes de la oposición se difuminan y crean un ambiente aún más caótico.

Son marcos circunstanciales y dirigenciales que sacan provecho de la crisis a lado y lado. Una “melcocha política” que todo al que toca lo mancha y deja preso de los arreglos por debajo de la mesa con el régimen. A quienes se ubican en esa zona gris les conviene que subsistan dos asambleas, aquella legítima y valiente en que actúa la oposición y otra constituida ahora por el raponazo gobiernista a través de la espuria constituyente, salida de la farsa electoral y respaldada por las armas para silenciar a los contradictores.

Lo que pretende ahora mismo el régimen es engordar a ciertos sectores ‘amelcochados’ de la oposición con el fin de mantenerla dividida, permitiendo a unos cuantos participar en las elecciones en tanto persigue a otras facciones que son las verdaderas campeonas de la libertad.

Así, Maduro y compañía se mantienen no sólo por la fuerza de las armas y el atropello a la democracia, sino por esa “melcocha” que se reparte furtivamente y por doquier. La anómalamente destituida fiscal Luisa Ortega -hoy a salvo en Colombia-, descubrió que la “melcocha” de la corrupción no se limitó a deslizar las garras y apoderarse de gran parte de los ingresos petroleros para engordar las cuentas en el extranjero de unos pocos, sino que también es la mayor beneficiaria del entramado de coimas de Odebrecht en Venezuela.

Es sabido que se pagaron cuantiosas coimas al gobierno e incluso a la cúspide del poder. Por ello mismo, para impedir que la valiente Fiscal -que se opuso a la constituyente- siguiera la investigación el régimen no sólo la defenestró institucionalmente sino que allanó sus oficinas y su residencia, una persecución que la llevó a escapar de su país para salvar la vida.

La espuria constituyente de Maduro se inspira en el “Comité de Salud Pública” de Robespierre. Ambos sustentados en una cadena sangrienta de asesinatos en las calles. La comunidad internacional y las potencias de Occidente deben presionar el retorno a la democracia en Venezuela. No pueden dejar solos a los millones que en las calles mantienen la resistencia civil y son los escuderos del descontento y el deseo de cambio, con la esperanza de derrocar el régimen. Una lucha que poco a poco suma otros factores de poder y que tendría apoyo ya de poderosos sectores de las Fuerzas Armadas y la sociedad en general.

 

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