Adaptación del cautiverio humano | El Nuevo Siglo
Foto Agence France Press
Domingo, 28 de Agosto de 2016
Juan C. Eastman

Hace  pocas semanas, los colombianos fuimos protagonistas de uno de los dramas humanos más aterradores que en las décadas transcurridas de nuestro siglo XXI azota diferentes regiones del mundo, y frente al cual, Colombia no ha sido una excepción: la llegada masiva de cubanos a la región de Urabá, mientras que, en el sur del país, se advertía el tránsito de migrantes africanos, todos buscando su paso hacia el norte del hemisferio.

Ninguno aspira a quedarse en Colombia; tampoco tenemos la disposición ni la organización para convertirnos en una alternativa atractiva de estadía y de inserción a nuestra sociedad. Por su parte, y a diferencia de los grupos migratorios anteriores, los venezolanos se desplazan a nuestro territorio cada vez más, huyendo de la ausencia de futuro en su país, algunos de ellos, con la esperanza de quedarse, de forma regular o irregular, como se informa sobre la situación en la parte norte de la frontera colombo-venezolana.

Después de días de padecer una especie de “limbo de reconocimiento migratorio o como refugiados”, en medio de versiones oficiales contradictorias sobre el ejercicio de intimidaciones y acosos contra individuos y familias, abandonamos a los migrantes cubanos a su suerte. Es imposible no sentir un mal sabor sobre las limitaciones institucionales y sociales que tenemos para enfrentar este tipo de desafíos, más aún cuando, observadores y organismos regionales, advierten de la nueva condición que ha adquirido nuestro país: zona de tránsito de migrantes, y que lo peor del asunto, denunciado meses atrás, el crimen organizado regional en Colombia, y los traficantes de personas, han intervenido de manera decisiva en la construcción de rutas y estadías temporales entre Ecuador y Panamá. No solamente cientos de nuestros conciudadanos salen de nuestro país movilizados por redes de traficantes, con destino a la trata, sino que, también, articulamos las redes locales con las internacionales para trasladar, en condiciones oprobiosas y miserables, a personas y familias de distintos orígenes nacionales.

Preguntas sin respuestas

En medio de las discusiones colectivas propias de seminarios, coloquios, conferencias y grupos de trabajo, dedicados a la identificación y comprensión de las formas contemporáneas de esclavitud, una inquietud surge cuando se ofrece un balance de la experiencia humana en su relación y lucha contra las formas de cautiverio humano. ¿Por qué se somete a otro ser humano? ¿Por qué, a pesar del paso de los milenios y los siglos, no hemos logrado erradicar estas prácticas perversas de abuso, sometimiento y explotación? ¿Qué tipo de anomalía humana individual y social, tolerada y difundida, caracteriza nuestro tiempo, a propósito de la demanda de seres humanos –convertidos en materias primas por el mercado global-, con destino a diferentes actividades y sometimientos?

Después de 5.000 años de historia, la diversidad de respuestas y explicaciones sigue siendo insatisfactoria. Lo más perturbador de su balance consiste en el reconocimiento de que cumplen una función y, por lo tanto, su irrupción como necesidad sistémica. Y este es el telón de fondo de la preocupación surgida en algunos colectivos de la sociedad civil, cuando enfrentan este balance y se preguntan con ansiedad: ¿No podremos, entonces, erradicar esta práctica condenable? ¿En qué estamos fallando cuando denunciamos la problemática, rescatamos y protegemos a sus víctimas? ¿Para qué ha servido la nutrida legislación global contra la trata y el tráfico de personas (desde 1815) y contra la esclavitud contemporánea?

Son preguntas válidas y necesarias, formuladas desde estas valientes organizaciones de la sociedad civil. Sin embargo, la respuesta trasciende sus esfuerzos humanitarios y requiere de un involucramiento colectivo e institucional. Más aún: exige una revisión de su lógica en el sistema económico global del siglo XXI.

El desafío actual

Las formas variadas de cautiverio humano no son nuevas en la historia de la humanidad. Desde las primeras formas de organización humana, y la adopción de los mecanismos de diferenciación y desigualdad en cada formación social, la diversidad de los cautiverios adquiere expresiones más visibles o más encubiertas al interior de las sociedades. No se dieron excepciones en su ejecución: niñas y niños, jóvenes cuya edad ofrece posibilidades distintas de aprovechamiento, o por géneros, cuyo aprovechamiento es proporcional a las potencialidades de sus respectivas condiciones biológicas. No ha sido una experiencia asociada exclusivamente al color de la piel, o a la identidad religiosa, ni a la adscripción política partidista, tampoco corresponde a una forma de civilización.

Ahora, sin duda, la nuestra, la llamada civilización occidental, ha hecho del cautiverio, en sus variadas formas, una experiencia inédita en la historia humana. Su capacidad de racionalizar la deshumanización, de construir relaciones de dominación esquizofrénicas y patológicas, donde lo humano del no humano sigue siendo provocadoramente humano, le ofrece a nuestra forma de ser, de relacionarnos y de hacer, como civilización, un rasgo distinto frente a las experiencias previas de esclavitud, servidumbre y demás formas de cautiverio.

Una primera apreciación del fenómeno, a escala global, nos lleva a dimensionar su amenaza, la complejidad en sus causalidades y manifestaciones, y su peligrosidad para la integridad física y moral de los seres humanos. Las expresiones del cautiverio humano no son propias de una etapa de su historia, ni caracterizan a una formación social en particular. Alimenta sí, fortalece coyunturalmente también, se adapta de forma extraordinaria a los modos de producción de cada tiempo.

Nuestras dos grandes eras humanas, los tiempos de las sociedades tributarias, metafísicas e imperiales, y los tiempos de las sociedades capitalistas liberales, democráticas e imperialistas, se nutrieron de una variada y amplia forma de explotación humana que se extendió desde diversas formas de servidumbre a las explícitas negaciones de humanidad con la esclavitud institucionalizada y formal. Su irrupción y debilitamiento, su movilidad geográfica por el mundo, de acuerdo a las necesidades de corporaciones, negociantes y poderes públicos, y en función de especializaciones productivas que alimentaban mercados regionales y mundiales, nos colocan ante un desafío singular.

Además de apuntar a las causalidades más objetivas y explícitas ligadas a la precariedad laboral, la vulnerabilidad social, las dinámicas socio-espaciales de exclusión y a las construcciones culturales que oficializan la negación, surge la perturbadora evidencia de la condición humana, una vez más, en escalas diferenciadas, en medio de relaciones de poder muy desiguales, desde lo íntimo y familiar, hasta las ambiciosas arquitecturas de Estados y corporaciones de nuestros días.

Este reconocimiento multidimensional del cautiverio humano histórico y contemporáneo no puede ser abordado ni combatido sin la sinergia y el compromiso global. Pero la sociedad global realmente existente golpea la confianza mutua entre los principales actores y los agentes responsables, en primera instancia, de construir y garantizar la integridad moral y física de los seres humanos.

* Historiador, Especialista en Geopolítica. Docente e investigador del Departamento de Historia y Geografía, Pontificia Universidad Javeriana. Miembro del CEAAMI (Centro de Estudios de Asia, África y Mundo Islámico).