Alertas de Vargas Lleras | El Nuevo Siglo
Lunes, 29 de Agosto de 2016

Puesto el acuerdo de La Habana a disposición de todos los colombianos, cuatro parecen ser las principales corrientes que se abren en torno de lo convenido con las Farc y que comienzan a  gravitar tanto con respecto a la votación del plebiscito como al posicionamiento político futuro.

En principio, están las dos posturas ya conocidas: una, la del llamado uribismo, según la cual hay que votar No, a fin de ajustar y renegociar un mejor pacto en las semanas siguientes; otra, la del Sí irrestricto, cuyo vocero principal es Humberto de la Calle, acorde con quien el cartapacio es imperfecto, pero fue lo mejor que se pudo conseguir dentro de las posibilidades y, por tanto, es inmodificable y absoluto. 

No obstante, entre ambos extremos surgieron, el fin de semana, otras dos posiciones. La primera, la del vicepresidente Germán Vargas Lleras, según la cual el acuerdo es positivo para el país, específicamente en cuanto al desarme de las Farc, pero no así en cuanto al ámbito excesivo de la justicia transicional, la eliminación retroactiva de la cosa juzgada, la vigencia indefinida de la jurisdicción especial y el alarmante despeje de la Rama Judicial, todo lo cual, sin ajustes, puede ser motivo de graves consecuencias institucionales posteriores y caldo de cultivo para las injusticias. Así como, en general, se refiere también a la aguda crisis fiscal y a la incertidumbre para cumplir a cabalidad con las cláusulas acordadas.

Al otro lado del espectro, a su vez, se situó Gustavo Petro, quien aparece de primero en las encuestas entre los sectores de izquierda, para quien el convenio es apenas una hoja de ruta mecanicista para el desmonte de las Farc, pero carece de verdadero alcance político y no produce modificación estructural alguna de importancia como tampoco concita una paz innovadora que proporcione una trayectoria estable y duradera. Para lo cual, asimismo, considera que la falencia todavía es superable a través de la convocatoria a una Asamblea Constituyente, cuyo primer paso debería ser una papeleta informal a incluirse en la votación del plebiscito.

El Vicepresidente piensa, de su parte, que el ajuste del Tribunal Especial y la jurisdicción correspondiente debe darse en el Congreso, una vez se ponga en marcha el denominado “fast track”, en caso de aprobarse el plebiscito. De tal modo, pone la lupa en la reglamentación que el Gobierno pueda presentar al Parlamento, al que en todo caso Vargas Lleras le reserva la soberanía para concentrar principalmente el ámbito de la jurisdicción en investigar y procesar a los autores de las conductas sistemáticas propias de los delitos atroces causados por parte de la guerrilla y los grandes financiadores. En esa dirección parecería anunciarse que una cosa es el plebiscito y otra las discusiones que se lleven a cabo en el Congreso en el desarrollo del acuerdo. Y, fuere lo que sea, el Vicepresidente fue perentorio en pedirle a la Corte Suprema de Justicia una opinión más vigorosa y activa en torno al desplazamiento de sus facultades y funciones.    

Dicho lo anterior, el expresidente César Gaviria se vino lanza en ristre contra el Vicepresidente por lo que llamó su Sí condicionado al plebiscito, tanto que dijo que parecería estar en el No. Es como si ello lo hubiera dicho el propio Jefe de Estado, puesto que se sabe que Gaviria es la única voz autorizada del presidente Juan Manuel Santos en estas materias. Incluso, habiendo sido Gaviria quien propuso inicialmente una fórmula de impunidad generalizada y cambiar la naturaleza del proceso para involucrar a toda la sociedad, parecía defendiendo una idea suya más que de los negociadores habaneros. Y acusó temerariamente al Vicepresidente de estar fomentando la sublevación de la Rama Judicial, lo que demuestra dos cosas.

Una, que es ya tradicional la intemperancia del expresidente en todo lo que no se ajuste exactamente a sus opiniones y sus quereres. Y dos, que no ha entendido un ápice la naturaleza de la coalición entre Santos y Vargas Lleras, que permitió la reelección del primero, fundamentada en el respeto y la autonomía y verificada sobre una división del trabajo concertada. La relación de los dos máximos dirigentes del país se ha mantenido inalterable y nítida, pese al fustigamiento de las jerarquías liberales y alguno que otro turiferario de La U,  para pescar en un río revuelto al que no han podido darle curso.

Obviamente, Vargas Lleras no se asusta con espantajos. Simplemente esa era su opinión, gústele a Gaviria o no le guste.