Los tres temores | El Nuevo Siglo
Domingo, 14 de Agosto de 2016

No será una sinecura la que tendrán en sus manos el diplomático francés Jean Arnault y el general argentino Javier Pérez Aquino, cabezas visibles de la Misión Política Especial que intervendrá en el monitoreo y verificación del cese al fuego y de hostilidades bilateral y definitivo y del proceso de dejación de armas por parte de las Farc, tan pronto se firme y perfeccione el Acuerdo Final entre esa organización armada y el Gobierno colombiano.

Los desafíos que enfrentarán no son para nada deleznables.  Para empezar, hay un problema de dimensión y proporciones.  La labor de la Misión cubrirá virtualmente todo el territorio nacional.  Se dice fácilmente que habrá únicamente 23 Zonas Veredales Transitorias de Normalización y 8 Puntos Transitorios de Normalización, y que el agregado de sus áreas tendrá una “extensión razonable”.  Pero basta echar un vistazo al mapa de Colombia para constatar que, desde Puerto Asís en Putumayo hasta Cumaribo en Vichada, se extiende un corredor que atraviesa el país de un extremo a otro.  Eso sin mencionar que todo proceso de desarme y desmovilización es siempre mucho más que la sumatoria de sus partes y de los espacios de concentración temporal de los combatientes.

En segundo lugar, la Misión no es inmune a la incertidumbre que se cierne sobre la propia negociación de cara a la refrendación popular de lo que se acuerde en La Habana.  El señor Arnault ha insistido en que la Misión no tiene por objeto la “imposición de la paz”, y que tiene su origen en la voluntad expresa y convergente de las partes.  Pero no es tan ingenuo como para desconocer que la falta de un consenso político y social interno que le dé suficiente legitimación al proceso, podría poner en entredicho también a la Misión y al papel de la ONU durante el post-acuerdo.  (No hay que olvidar que muchos sectores recelan de su presencia, ante el temor —no del todo infundado— de que ésta pueda prolongarse a despecho del plazo establecido en la Resolución 2261).

Por último, tanto Arnault como Pérez saben que puede ser mucho más sencillo adelantar un trabajo como el suyo contra el telón de fondo de un Estado muy débil o incluso fallido, mientras que en el caso colombiano tendrán que lidiar simultáneamente tanto con el vacío como con la hipertrofia institucional.  Mejor dicho:  con lo peor de ambos mundos, en una vasta geografía, y en un país que sigue sin ponerse de acuerdo sobre lo que quiere ni sobre la forma de alcanzarlo.

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales