Alerta por amenazas sobre Mypimes latinas | El Nuevo Siglo
Foto archivo Agence France Press
Domingo, 28 de Agosto de 2016
Giovanni Reyes

Tomando en consideración el número de empresas existentes en América Latina, la inmensa mayor parte de ellas, más del 90 por ciento, son micro, pequeñas y medianas unidades de producción.  De ellas, se estima que al menos un 95 por ciento no sobrevivirían más allá de los siete años en el mercado.  Se trata pues de un indicador que nos muestra el sentido de emprendimiento -muy importante- en la región, pero también la gran vulnerabilidad a que están expuestas estas empresas.

Esa vulnerabilidad actúa con mayor énfasis en las empresas en la medida que las mismas son pequeñas, debido a que en lugar de depender del capital fijo, de las inversiones que dan solvencia, las empresas chicas dependen de la rotación de los inventarios para mantenerse a flote en los circuitos de competitividad y de nichos de mercado específicos.

Es indudable que el sentido de perdurabilidad es uno de los componentes que se encuentran en la médula del desarrollo que todos deseamos.  Un desarrollo sustentable tanto en lo económico como en lo ecológico, a la vez que equitativo en lo social.  Un desarrollo que sea un eficaz medio para lograr sociedades en donde los beneficios -más allá de los buenos desempeños macroeconómicos- de manera creciente, puedan llegar a todos los estratos poblacionales.

En efecto, el empleo que se generan en las empresas es uno de los tres enlaces clave entre el crecimiento económico y el desarrollo humano.  Los otros dos vínculos serían: (i) la presencia de una efectiva y eficaz red de protección y de seguridad social, y (ii) la asistencia y funcionamiento de las instituciones.  Esto último orientado fundamentalmente a generar una mejor distribución de educación, capacitación y oportunidades laborales en todos los sectores sociales, además de promover la productividad y las inversiones en la economía real.

Como parte de un rasgo estructural, las pequeñas empresas, dado su poca capacidad de producción y su presencia en el mercado, son “tomadoras de precios”, no pueden tener posiciones hegemónicas o dominantes en los diferentes sistemas económicos.  Esos lugares están reservados para las grandes empresas o corporaciones.  De allí que las empresas pequeñas se encuentren más vulnerables, más a merced de las condiciones del entorno.

Esa vulnerabilidad opera en condiciones en donde normalmente existe baja capacidad de gestión y gerencia, en medios donde predomina la incertidumbre y la volatilidad, además de escasos recursos productivos.  Las empresas chicas, no cuentan por lo general con accesos rápidos a recursos financieros frescos, dado que -entre otras razones- carecen de gran cantidad de activos fijos.  Esto último si es propio de las empresas grandes y de allí su mayor tendencia a mantenerse en el mercado.

En América Latina el escenario general consiste en que las pequeñas empresas que son, como se ha referido, en términos abrumadores, la mayor parte de las unidades de producción en la región, enfrentan tres grandes desafíos para su desempeño, tal y como lo han señalado estudios que incluyen los realizados por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) el Banco Mundial (BM) y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).

Grandes obstáculos

Estos tres grandes obstáculos se concentran en: (i) poco acceso a créditos productivos; (ii) condicionantes fiscales que restringen la demanda agregada interna de los mercados; y (iii) en algunos países más que en otros, tipos de cambio apreciados o sobrevaluados; aunque últimamente las monedas de algunas naciones han tendido a la depreciación.

En cuanto al no acceso fluido a créditos, es evidente que en particular a partir de la reducción de funciones y actividades de los gobiernos, se ha restringido mucho la actividad de los bancos de desarrollo.  Existen algunas excepciones, -tales como Costa Rica, Uruguay y hasta cierto punto Panamá– en donde influye el factor de constituir un centro financiero mundial. 

En Venezuela, los créditos populares abundan, pero allí el problema es la sostenibilidad del modelo y, no menos importante, en determinar si esos créditos están efectivamente impulsando la producción o si se insertan más bien en la lógica de una economía extractiva, mono-productora que se encuentra inmersa en el rentismo petrolero. 

Aparte de la condición al borde de crisis humanitaria que se tiene, Venezuela se ha ido convirtiendo, de manera sostenida, en una “economía de puerto”, es decir que se especializa en una producción o servicio mientras importa el resto de bienes. No tener acceso a créditos blandos coloca en mayor condición de insostenibilidad a las pequeñas empresas.  De esa cuenta, este tipo de unidades de producción se ven forzadas a utilizar fondos generados por tarjetas de crédito en donde las tasas de interés son significativamente más altas.  Se compromete así la permanencia de los negocios.

En cuanto a las condiciones fiscales, se trata de uno de los nudos de política económica más importantes.  Por lo general los sistemas impositivos no son eficaces en el cobro, ni tan transparentes en el gasto, ni –y esto es vital para la demanda de las sociedades- progresivo en su estructura.  Esto último se caracteriza por la tendencia de que son los más pobres, los que proporcionalmente, en términos marginales, pagan más contribuciones fiscales.  Influye en ello la presencia dominante de impuestos regresivos como el IVA. Ese es uno de los factores para que no existan mercados internos muy desarrollados. 

El tercer factor, el de las fluctuaciones de tipo de cambio de las monedas se evidencia en especial en países como Argentina, Brasil, Colombia, y Uruguay.  Aquí la tendencia es que estos tipos de cambio muy apreciados, de “monedas fuertes”, realmente constituyen monedas débiles para exportar. 

En conclusión, no superar obstáculos de acceso a crédito, a ampliación de mercados internos y de fluctuación de las monedas, hará que la dinámica económica de los países comprometa la perdurabilidad de las pequeñas y medianas empresas latinoamericanas.  Con ello los países permanecen en círculos dinámicos, que se retroalimentan a sí mismos en el subdesarrollo, el empleo no se amplía y se promueve con eficacia que grandes conglomerados sociales continúen en la pobreza y la indigencia, subsistiendo, “a como Dios ayude” en las precarias condiciones de los mercados marginales, informales, o de “economía subterránea”.

(*) Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor de la Universidad del Rosario.