Turismo o demagogia | El Nuevo Siglo
Viernes, 27 de Julio de 2018

Claramente, Bogotá es una de las ciudades llamadas a ser polo de desarrollo turístico. Para no ir muy lejos tenemos la iglesia de San Francisco, el Museo de Oro, el barrio de la Candelaria, la Iglesia de San Ignacio y su Capilla del Padre Paramo, la Iglesia Museo de Santa Clara, el Museo de la casa del Marques de San Jorge, Monserrate, bellos rincones coloniales, restaurantes y hoteles de primera… También tenemos la cercanía a la Catedral de Sal de Zipaquirá.

Tristemente parece que algunos de sus alcaldes han hecho lo posible por espantar a los turistas. El esperpento de haber pasado el Trasmilenio  por la Avenida Caracas, acabando con esa avenida, es un buen ejemplo; otros resultados de la improvisación son el caos del tráfico, el pico y placa, la inseguridad, la polución, y las demás obras que se van inventado para mostrar su mediocridad y capacidad de improvisar, sin tener en cuenta que lo que les corresponde hacer es desafiar los siglos. Mientras tenemos la fetidez de excrementos humanos en la carrera quinta, a dos cuadras del Capitolio Nacional y una de la Cancillería (Palacio de San Carlos).

La ridiculez de pasar el Trasmilenio por el histórico Camino Real (hoy carrera séptima) es otro ejemplo de la irresponsabilidades en cuestión, siendo verdad sabida que el Trasmilenio es una muestra de lo que no se debe repetir, por mil razones. Otra metida de pata es un metro elevado: no saben lo que este fue en la tercera avenida de Manhattan; o que la preciosa Park Avenue, de esta isla, es la cubierta de vías ferreas y que Boston tuvo metro subterráneo a fines del siglo XIX. ¿Qué tal los asombrosos museos en las estaciones del metro de Moscú?

También hay otros proyectos que claman al cielo como la famosa ciclovía alrededor de la represa del Tominé (propiedad de Bogotá, por la que se hundió a Guatavita) que en vez de convertir las tierras que la rodean en canchas de golf que atraigan a miles de turistas extranjeros que saben gastar y agradecer generosamente. También cuidando la vegetación que rodea la represa para atraer a los observadores de aves que gastan más dos billones de dólares anuales en sus viajes. ¿Cuántos hoteles de primera se podrían construir? ¿Cuánto empleo se podría generar? Por otro lado, sería un “gol  olímpico” convertir los caminos veredales de este municipio, que ya existen, en rutas para ciclo montañismo, preparando como corresponde, a los campesinos para atender a los deportistas según los estándares internacionales de turismo.

En fin, duele ver que muchos alcaldes -gracias a la pobreza de la educación reduccionista que recibieron en Colombia- no entienden la diferencia entre un estadista y un demagogo, y que sus proyectos son cortoplacistas, para hacer méritos con los electores, sin previsión y respeto por su ciudad, los ciudadanos y su historia. Pero ¿cómo esperar algo más de una educación que iguala a los alumnos por lo bajo, que tiene como fin las notas, no el saber, no el bien, no buscar la verdad?