Nicaragua: las paradojas de la historia | El Nuevo Siglo
Foto archivo AFP
Sábado, 21 de Julio de 2018
Giovanni Reyes

OCURRIÓ hace 39 años, fue un 19 de julio de 1979, cuando el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) ingresó triunfante en Managua, la capital de este castigado país centroamericano. Hacía dos días antes, el 17 de julio de 1979, el presidente hasta ese momento, el militar Anastasio Somoza Debayle (1925-1980) había tomado un avión, dejando el poder político y huyendo con algunas de sus pertenencias.  Aquello había sido el punto de quiebre, el de inflexión. Con ello los militares nicaragüenses de ese entonces huyeron, y triunfó la Revolución Sandinista en el país.

 

Muchas dictaduras

 

Es bueno tener esto en mente dado el rasgo que le es propio a Nicaragua como pequeño país centroamericano que ha tenido que soportar muchos años de dictaduras, de carencias de oportunidades y de mínimas condiciones de desarrollo económico y social.  Efectivamente, la dinastía militar y represiva de los Somoza arranca desde 1934 con la presidencia virtualmente vitalicia de Anastasio Somoza García.

Fue “Tacho Papá” quien gobernó hasta que fue asesinado en 1956, a partir de allí lo hizo su primer hijo, Luis Somoza Debayle, de 1956 a 1963.  Y a partir de 1967 hasta 1972, y luego de 1974 a ese 17 de julio de 1979, gobernó Anastasio Somoza Debayle. La dinastía de los Somoza ejerció su mando despótico sin abstinencias represivas de forma ininterrumpida; era la familia de mayores posesiones como parte del grupo social dominante en la sociedad nicaragüense. Las empresas de este clan incluían desde urbanizaciones, exportaciones de productos tradicionales, no tradicionales, fábricas de enseres domésticos, amplia posesión de tierras y de edificios urbanos, casi todo lo imaginable.

Fue contra esta dinastía que se levantó el FSLN.  Es de subrayar esto, porque los acontecimientos de julio de 1979 en Nicaragua, abrían un esperanzador compás de posibilidades para esta nación. Lo que se anhelaba y que forma parte de una agenda siempre pospuesta de desarrollo para muchos de los países latinoamericanos, lo que corresponde a fomentar el empleo, la creación de empresas, el emprendimiento de proyectos y la innovación en los procesos productivos.

De lo que se trata es de generar un desarrollo que sea tan incluyente como equitativo en lo social, con participación genuinamente democrática. Un desarrollo sustentable en lo ecológico.  Todo ello basado en la formación y educación de calidad y con cobertura, del talento humano, del preciado recurso que constituyen las personas en toda sociedad, su recurso más valioso.

A partir de 1979 se generaron logros, por supuesto, pero el gobierno de Reconstrucción Nacional –que encabezó Daniel Ortega- perdió las votaciones de 1990. No obstante, luego del 10 de enero de 2007, de nuevo Ortega ocupa la primera magistratura de la nación. Es imprescindible tener esta perspectiva presente, dado que el Ortega de hoy encarna una trágica paradoja de la historia, actúa de manera similar a lo que él mismo combatió con anterioridad.

Ahora el escenario es de desolación, de muerte, de sangrienta represión a partir del ejército, policía y fuerzas paramilitares que hasta ahora controla el mismo Presidente de Nicaragua. El escritor nicaragüense Sergio Ramírez –Premio Cervantes 2017- lo precisa de esta manera: “Ayer es Hoy Multiplicado”. Es el retorno de la represión, de la sangre derramándose marcando las calles donde los jóvenes están muriendo.

Hasta ahora se contabilizan no menos de 320 asesinados ¿Qué cantidad de muertos debe ocurrir para que la comunidad internacional pueda efectivamente hacer algo?  ¿Cuántos? ¿500, o mil tal vez? En Guatemala, para citar un país también centroamericano, el enfrentamiento armado se cobró la vida de no menos de 240,000 ciudadanos. Ríos Mont, presidente de facto y militar condenado por genocidio, hizo desaparecer 412 aldeas. La feroz represión, como constante histórica se atrincheraba en acciones militares, mientras que no solo no se atendían los problemas de pobreza, sino que los mismos se exacerbaban.

Se trata del guion de una trama ya conocida. El problema es que Ortega en su momento, hace ya casi 40 años, representó el liderazgo de una esperanza. Nadie en su sano juicio desea la muerte de personas que tienen como mínimo derecho humano el derecho a la existencia misma. No es de olvidar que en el caso de esta situación en Nicaragua, las protestas pacíficas dieron inicio el 18 de abril pasado. Se protestaba contra reformas que el gobierno de Ortega trataba de hacer a las condiciones del seguro social. 

Pero en la dinámica se fueron imponiendo las intransigencias, las actitudes inflexibles y las ordenes, cómo no, de reprimir a los manifestantes.  Esto lleva al examen de la legitimidad de los gobiernos.  Se puede tener la base legítima de lo legal, del cumplimento de la ley, de hacerse del poder público mediante los votos.  Es cierto. Se trata en este caso de la legitimidad formal.

 

Legitimidad concreta

 

Sin embargo, hay otra legitimidad más de contenido, de conformidad con la aplicación de la teoría respectiva formulada en 1973 por Jürgen Habermas. La legitimidad de fondo es el desempeño como producto de acciones de gobiernos. Se requiere de instituciones incluyentes, que posibiliten que los diferentes grupos poblacionales se integren al esfuerzo del desarrollo. Argumento que también desarrollan los profesores Acemoglu y Robinson desde Harvard, en su libro “Porque Fracasan los Países” (2012).   

Es precisamente esa legitimidad concreta, de contenido, la que está en cuestionamiento con los últimos y trágicos acontecimientos de Nicaragua. Véase como hasta ahora, la situación se ha ido desbordando y amenaza con generar toda una confrontación civil que nadie medianamente cuerdo desea. Más muertos, sólo pueden complicar el escenario. Ahora, incluso, grupos de choque identificados como parte del oficialismo, han atacado a la Iglesia Católica que se ha ofrecido como mediadora. Se reporta que a inicios de julio de este año, un grupo de estudiantes que protestaban, buscaron refugio en una iglesia. Hasta allí llegaron los uniformados, abrieron fuego y mataron a dos de los jóvenes.

Todo esto recuerda la cruenta lucha sandinista. Es de recordar cómo el 10 de enero de 1978 ocurrió la muerte de Pedro Joaquín Chamorro (1924 -1978) director jefe del periódico de oposición que le hizo frente a la dinastía de los Somoza, el diario La Prensa.  Su asesinato se sumó a los factores desencadenantes, aún más si eso era posible, de la conflictiva situación que vivía el país centroamericano.

La pregunta es que ante toda esa lucha, todo ese sacrificio, de innumerables asesinados en la Nicaragua de ayer y de hoy ¿para qué?  La responsabilidad de Ortega es la de generar un escenario político que de manera inmediata impida seguir con la represión. Más muertos y más sangre no van a ayudar a evitar conflictos con escalas de mayor magnitud en Nicaragua.

Mientras más cruenta la represión, más dura la contra-respuesta de las víctimas.  Lo vemos en la historia, lo vemos ahora en Venezuela, en la represión de otros países ya sea que los mismos se llamen Filipinas, Turquía, Colombia, Brasil, o México. Como mínimo, es de evitar el retorno sangriento de la historia, el ser víctimas de estas paradojas crueles que las sociedades se imponen.

Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard Profesor, Facultad de Administración de la Universidad del Rosario. El contenido de este artículo es de entera responsabilidad del autor por lo que no compromete a entidad o institución alguna.