La guerra contra Álvaro Uribe (I) | El Nuevo Siglo
Domingo, 29 de Julio de 2018

En Colombia se vive una dura lucha por el poder, en la cual los sectores de izquierda que no han podido conquistarlo por la vía de las armas ni de las urnas y libran una feroz disputa contra las fuerzas del orden desde el terreno del Derecho y los tribunales. En gran parte, la justicia está politizada, en cuanto al lado de notables e imparciales magistrados figuran otros al servicio de los que intentan dinamitar el sistema, como un gran sector de funcionarios de menor rango. Al tiempo que la contaminación por cuenta de la corrupción salpica en su momento hasta las cabezas de la Corte Suprema, en sonados casos que se investigan y estremecen a la opinión pública.

Los más implacables ataques contra Álvaro Uribe provienen desde cuando era gobernador de Antioquia y debió enfrentar el intento de las Farc de controlar la estratégica zona del Urabá mediante el terrorismo y la violencia. Su padre muere en un feroz ataque de esa guerrilla. Al mismo tiempo, ese conflicto sería determinante para que al romperse el diálogo oficial, en el gobierno de Andrés Pastrana con las Farc, Uribe, al representar el orden y el imperio de la ley, se convierta en candidato presidencial imbatible y objetivo de los implacables ataques de la izquierda. El pueblo que había apoyado la negociación de paz del Caguán, reclamaba la victoria militar contra los alzados en armas que derramaron torrentes de sangre colombiana en las zonas de la periferia de un país agobiado por los atentados y amenazas terroristas.

Uribe, por dos mandatos presidenciales y con apoyo del Plan Colombia, con Estados Unidos, libra fiera persecución contra la subversión y consigue reducirla a sus madrigueras, incluso con el concurso de su ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, quien daba cuenta de los partes de victoria y bombardeos por los medios de comunicación. Uribe, para culminar la contienda contra las Farc, aspira a un tercer mandato presidencial que se aborta en la instancia judicial al resultar contrario a la Constitución, lo que, como candidato continuista, catapulta a Santos. Entre tanto, las Farc se financian con negocios ilícitos y se fortalece.

El presidente Juan Manuel Santos marca distancia con su antecesor desde su posesión. Se repite en alguna manera el caso de Francisco Javier Saldúa, quien elegido presidente por Rafael Núñez, se entrega a los radicales. El estadista nacionalista, que tenía empacados los baúles para retornar a Cartagena, aplaza su partida y desde el Congreso de la República, en 1880, lo combate al punto que no consigue armar gabinete, ni que le aprueben el presupuesto, frustración que, finalmente, lo lleva a la impotencia, ruina moral y la muerte súbita.

Uribe, con otra Constitución y situación política, debe pasar dos mandatos presidenciales en el asfalto para llevar a Iván Duque a la Casa de Nariño, lo que estaba cantado por las mayorías en las encuestas, que afirmaban que votarían “por el que dijera Uribe”.  

El caso de Saldúa no es nuevo entre nosotros. Santander, elegido vicepresidente por el Libertador, se amaña en el poder y delira en su ambición desmedida por salir del gran hombre. En magnifico discurso de Julio Arboleda, al dar posesión como presidente del Congreso a Manuel María Mallarino, le dice: ¨que no os alucine este relámpago de dicha –si dicha puede llamarse- que en esta nación, valiente y orgullosa, tan fácil es pasar del destierro al solio, como del solio a la barra del Senado”. Así, nadie puede llamarse a engaño al conocer la campaña jurídico-política contra Uribe, caudillo de la derecha colombiana.

Y Arboleda, agrega, entre otras notables sentencias: “La fortuna ha hecho girar en rueda caprichosa con una rapidez sorprendente, como para lo efímero, acá en la tierra, de los triunfos de la vanagloria, y hasta de la misma desgracia y para enseñarnos que, sin son indignos de un ánimo elevado el abatimiento y la humillación en los tiempos adversos, no lo son menos el orgullo y la injusticia en las épocas breves y excepcionales de nuestra prosperidad”

Y es del caso citar de nuevo a Arboleda, cuando con elevada sugestión dice a los gobernantes que: “Los actos del justo son solo eternos, porque cuando la memoria y la gratitud de los hombres les niegan su asilo, la Divinidad los acoge”.

En el caso de la persecución de influyentes togados contra Álvaro Uribe se debe a la explosiva mezcla de la política con lo judicial, que deja sin imparcialidad, ni neutralidad al encargado de impartir justicia, para convertirse en un monstruo, en un verdugo político. Basta recordar que es universalmente reconocido que quien instruye un caso y después se reincorpora al tribunal, con su posible parcialidad contamina a los colegas. Lo que es más grave en cuanto los jueces son titulares del poder del Estado. Este hecho que aquí se da es una más de las pruebas de la dimensión de la conjura contra Álvaro Uribe, puesto que al llamarlo a indagatoria buscan mermar su influjo político, debilitar a Duque y, en especial, cerrar el paso a la prédica de reformar la justicia y las cortes.

Las marchas de solidaridad de hoy para con Álvaro Uribe mostrarán al mundo que el pueblo rechaza la injusticia y se solidariza con el estadista en apuros.