Daniel Somoza | El Nuevo Siglo
Martes, 17 de Julio de 2018

Más de 350 civiles –jóvenes estudiantes en su mayoría- han sido asesinados en lo que va corrido del 2018 por el régimen de Daniel Ortega. El Presidente de Nicaragua cada vez se parece más, en maneras y estilo, al derrocado Anastasio Somoza al que el Frente Sandinista de Liberación Nacional logró sacar en 1979 del poder omnímodo que ejercía en esa pequeña nación centroamericana.

Ortega, el nuevo Somoza nicaragüense, ha decidido apelar a la pura y dura represión para mantenerse en el poder a pesar de la absoluta ilegitimidad a la que lo ha conducido la corrupción, el absolutismo y el nepotismo con el que ha venido cubriendo todos los cargos públicos de ese país.

Es curioso, por decir lo menos, como el neosomocismo de Ortega está recorriendo casi exactamente los mismos pasos que Anastasio Somoza agotó para unificar todas las fuerzas opositoras de la Nicaragua de 1979, hasta lograr su derrocamiento.

La Iglesia Católica, que en la revolución nicaragüense de 1979 fue clave a través de las figuras emblemáticas de los hermanos Cardenal, Fernando y Ernesto, y que tomó la opción de los pobres como correspondía en esa época a la Teología de la Liberación y en esta a la doctrina social de la Iglesia, está nuevamente en el ojo del huracán. Y, a diferencia de otros países donde se ha alineado con lo más retrogrado de la sociedad, en Nicaragua la Iglesia está del lado de los jóvenes y de los campesinos que el régimen está asesinando impunemente.

Dos recientes incidentes muestran que, tal como ocurrió con Somoza, Daniel Ortega también ha “logrado” con sus abusos y su despotismo poner a la Iglesia en su contra. El acoso de paramilitares y policías a la Parroquia de la “Divina Misericordia” donde se refugiaban estudiantes y campesinos y la agresión física a Monseñor Abelardo Mata, Obispo de la Diócesis de Estelí, cuando transitaba por Nindirí (Masaya), prueban hasta qué punto se ha degradado la relación entre el neosomocismo de Ortega y la Iglesia Católica.

Tal como en 1979. No falta sino que Ortega y su gobierno ordenen y ejecuten el asesinato de un director de algún medio de comunicación, como ocurrió con el de Pedro Joaquín Chamorro en tiempos de Somoza, para que repita la historia  del dictador al que terminó pareciéndose.

 

Pero hay algo que sí no está ocurriendo como en 1979, y es la condena internacional de los crímenes del régimen nicaragüense. Puede ser porque Ortega es un dictador de izquierda, pero si es absolutamente frustrante el silencio en el que están transcurriendo los crímenes contra los dirigentes estudiantiles y campesinos de Nicaragua. Es casi igual al que cubre el de los líderes sociales en Colombia.

Y a propósito de Colombia, lo otro que sorprende es el silencio de nuestra Cancillería. La crisis interna de un gobierno hostil al mando de un país amigo, debería ser una oportunidad geopolítica que nos obliga a no ser simples espectadores pasivos de la crisis de nuestro adversario.

Siempre es bueno tener claro que hay países amigos, pero gobiernos enemigos.  

@Quinternatte