Cuando la música toca y transforma la vida de una oficinista | El Nuevo Siglo
Cortesía
Miércoles, 18 de Julio de 2018

La música, la ciudad y la lluvia son tres de los personajes de la historia que habla sobre la solitaria Amelia y que en su bitácora de vida no tiene el volver a enamorarse ya que divide el tiempo entre su trabajo al que está completamente entregada y el cuidado de su progenitora, quien sufre de Alzheimer.

Sin embargo, por esas cosas del destino, el amor vuelve a tocar a su puerta, específicamente el de su oficina, a la que llega siempre angustiada tras vivir el “caos” cotidiano de viajar en Transmilenio, cuidarse de los habitantes de calle y de los ladrones.

Esta es la trama que el escritor y cineasta Andrés Burgos devela en su libro Clases de baile para oficinistas y quién en diálogo con EL NUEVO SIGLO nos explicó las intenciones de esta obra:

EL NUEVO SIGLO: ¿Cuál es el tema de Clases de baile para oficinistas?

ANDRÉS BURGOS: Es una historia de amor, casi una comedia romántica bogotana que habla sobre Amalia, una mujer tímida y un poco dura, quien trabaja como secretaria del dueño de una empresa familiar, montada en un edificio de manera un poco improvisada, como son muchas empresas en Colombia, y que lleva una vida completamente sencilla, predecible, incluso aburrida. Es madre soltera, tiene una hija en Estados Unidos, su mamá tiene problemas de Alzhéimer y a quien tiene que cuidar. Un día llega un señor encargado de hacer un mantenimiento a un switch en las oficinas, él es un tipo de provincia de otra región colombiana, imprudente, metiche, hablador, y ella que se incomoda por todo, en esta ocasión más que incomodarse se siente atraída hacia él. Sin embargo, dado su carácter reclusivo, es incapaz de decir las cosas directamente y lo que hace es que empieza a hacer daños en la dependencia para que este hombre tenga que venir más a menudo y pasar tiempo con ella.

ENS: Usted habla de la oficina como un “revólver a punto de disparar” ¿cuál era el objetivo de esto?

AB: Yo lo que quería hacer en algún momento con mi protagonista y con la historia era crear un retrato bogotano, entonces era también como hacerle el seguimiento a una secretaria, desde que sale de su casa, en un barrio como el de muchos que hay en la ciudad, se monta a un Transmilenio lleno y luego tiene que caminar por la 63, por la Caracas apretando el bolso contra el pecho, teniendo miedo de los ñeros, esquivando charcos y en fin… toda esa aventura bogotana en el día a día que hace que  llegar a la oficina es como llegar a un refugio, donde se piensa “este es mi territorio, este es el lugar en el que me manejo, las cosas tienen mi orden y no es el caos de afuera”.

La idea era también retratar un poco como mucha gente que vive en Bogotá, que nació y creció en la ciudad tiene una relación en la que se mueven como si fueran presas que tiene que pasar de una madriguera a otra para que no se lo coman los depredadores. Una relación de miedo con la urbe y los espacios, pero no llevado de una manera dramática sino contada como el acontecimiento del día a día en la calle bogotana. Sales y huele a frito pero también huele a berrinche, tienes que esquivar un charco, pero a la vez hay que tener cuidado que el taxi no te bañe cuando pise el charco, que se te va acercar un ñero a decirte que necesita plata para comida y no pa’ vicio. Yo vi en todas esas cosas cotidianas una gran aventura y eso era lo que quería contar.

 ENS: ¿Considera que el ser cineasta le ayuda a qué el lenguaje usado en los libros sea más visual?

AB: Pues yo no sé si me ayude de una manera más visual, tal vez sí. Pero sobre todo lo que me hace es ayudar a entender un rumbo más claro de la historia. Me gustan las historias con dramaturgia con esa secuencia, donde hay acciones evidentes, aunque en el caso de la literatura pues la idea no es vaciar el lenguaje cinematográfico a un libro, pues no justificaría la existencia de la historia en dos plataformas diferentes y sería una redundancia; sino que una vez que la formación cinematográfica me establece ese mapa, ese punto a llegar, dedicarme por completo a la libertad total que implica la literatura, que en este caso es irse por las ramas, ver disposiciones delirantes, juegos, mamar gallo y básicamente era lo que me interesaba a mí del libro. Más que contar la historia es poder meterme con unos temas, unas reflexiones y observaciones bastante elegantes sobre el día a día, sobre la relación de los colombianos puertas hacia adentro y la relación de nosotros mismos con el goce, que está muy dado en este caso con las fiestas y la música.

ENS: ¿Cuál es el objetivo de la narración?

AB: Esta es una historia bogotana, la ciudad y la lluvia son personajes permanentes de la historia y van en contraposición del relato en sí, del núcleo de la novela que es el que a mí me interesa, que es la narración de puertas para adentro, la intimidad. Es asomarme a esas vidas de gente que no es necesariamente cercana, que puede tener cierta cercanía geográfica, y a mí lo que me gusta es como mirar más allá. Esta secretaria brava del jefe, la que no te permite la entrada a hablar con él, la que te podría embolatar los papeles que quieres que lleguen allá. Qué hay más allá de esa señora furiosa a la que se le teme, cómo son sus amores, su vida, qué la preocupa, qué hace en la casa, cual es la música que oye, cuando llora, cuando se ríe. Un poco es la curiosidad en el otro, el chisme resumiría yo.

Contar la historia era una excusa para encontrar los espacios para narrar cosas de las que yo quería hablar. Quería discutir del Joe Arroyo, de la música chucu, del merengue dominicano, de las fiestas colombianas caseras, del diciembre del trópico.  

ENS: ¿Para usted qué es Bogotá?

AB: Bogotá fue la ciudad que me acogió durante gran parte de mi vida y fue la ciudad que me mostró una cara más allá de la evidente, la fachada en la que muchas veces nos quedamos haciendo juicios, la del caos, la dificultad, el gris, la distancia, los apuros y esta ciudad tiene algo más para mostrar, una calidez, un humor, una forma de relacionarse, un modo de reírse frente a la vida a partir de incluso las cosas más duras, con un humor negro y una ironía propia que nunca he visto en otras regiones colombianas. Por eso la historia de Amelia iba muy paralela con esto que yo quería, una mujer que en apariencia fuera el cliché de muchas mujeres bogotanas, y que luego poco a poco nos fuéramos asomando, más allá bajáramos los prejuicios y fuéramos encontrando un montón de elementos que nos conmovieran, que nos hicieran reír y que nos hermanaran con ese personaje. Que es en últimas también fue mi recorrido dentro de la ciudad.