Muerte gris | El Nuevo Siglo
Viernes, 28 de Julio de 2017

El JAMA Psychiatry, una de publicaciones científicas más importantes del mundo en temas de salud mental, informa  que el 75% de las personas adictas a la heroína, empezó su desenfrenada carrera consumiendo opiáceos por prescripción médica.

En Estados Unidos, las fórmulas para estos productos legales (legal no es sinónimo de ético) se han triplicado en 15 años; Maryland se declaró en estado de emergencia por el incremento de adictos, y cinco  grandes laboratorios farmacéuticos fabricantes de opioides, han tenido demandas de la Fiscalía por fomentar la drogadicción.

Con el 5% de la población mundial, Estados Unidos consume el 80% de los opiáceos formulados. Según el Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas, el  año pasado la primera causa de mortalidad en menores de 50 años fue la sobredosis; y durante el 2016, ese país enterró por culpa de los opiáceos prescritos y proscritos, más muertos que los causados durante 19 años de guerra en Vietnam.

La Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, afirma que las personas con mayor nivel socioeconómico son más susceptibles a probar distintas drogas, pero son los pobres quienes tienen más riesgo de quedar adictos. La desgracia se ensaña con los mismos; esclavitud multilateral, círculos viciosos de ignorancia, pobreza física y emocional,  oficios denigrantes en las distintas caras de la marginación.

La vida y la muerte nos mandan mensajes de injusticia, y miramos para otro lado: que nada perturbe nuestra farsa, y la idiotez social siga su “comedia de las equivocaciones”.

Decepcionados de los medicamentos para humanos, hombres y mujeres en sus décadas más productivas, consumen narcóticos para  elefantes. No es alegoría: El carfentanil es un medicamento diez mil veces más fuerte que la morfina; una mínima dosis duerme a un elefante que pese siete toneladas, y ése es el producto elegido por  dictos extremos, para mezclarlo con  heroína y consumirse en la llamada “muerte gris”.

Con honrosas excepciones como  Portugal, las políticas de prevención de la drogadicción han fallado. El consumo se disparó y de nada sirvió que se dañaran las últimas cosechas de amapola en el país que produce el 85% del opio del planeta: Afganistán.

Ante el fracaso de la prevención, 38 estados de los Estados Unidos tienen regulada la aplicación de un producto que revierte de manera inmediata la depresión respiratoria causada por la heroína. Cuesta US$ 40, y bomberos y policías lo llevan en su bolsillo para devolver de la muerte a las víctimas de sobredosis.

Pero en Middletown -una pequeña ciudad del condado de Buttler, Ohio- dos nefastos personajes juegan al justiciero: el concejal republicano Daniel Picard y el Sheriff Richard  Jones (el que lleva   dos pistolas y adora una metralleta de 1946, de 600 balas por minuto) pretenden definir a quién darle el medicamento  y  quién no merece ser resucitado. Que aprendan los reincidentes: la policía de Middletown no tiene por qué andar salvando adictos.

No es  película; es el mundo siglo XXI, con un montón de tristezas reales, desnudas, en las calles y en los cementerios.

 

ariasgloria@hotmail.com