La revocatoria populista | El Nuevo Siglo
Martes, 11 de Julio de 2017

Nada más riesgoso para la democracia que la distorsión de sus propios instrumentos. Ello conlleva una anomalía de marca mayor que termina por erosionar su razón de ser y su fluidez como fórmula de gobierno. Es lo que pasa, ciertamente, con el tema de la revocatoria de los alcaldes, convertida en una espada de Damocles del sistema democrático y un obstáculo para el buen gobierno y la marcha administrativa regional y municipal, en particular de Bogotá.

La figura de la revocatoria no puede, por supuesto, verse por separado del engranaje de la administración pública. Ella fue, de algún modo, solo una consecuencia de la elección popular de alcaldes, en buena hora establecida por Álvaro Gómez Hurtado, cuando muchos lo tildaron, en especial ciertos sectores del partido Liberal, de entregarle demasiadas facultades al pueblo. Pero su propuesta salió avante y ella es, por descontado, uno de los sustentos básicos de la democracia colombiana.

Álvaro Gómez, desde luego, no se quedó exclusivamente ahí en su propósito de vigorizar el sistema democrático de base. Aparte de la elección popular de alcaldes estableció la planeación democrática con el fin de disciplinar los recursos públicos y evitar el derroche y el desenfoque del presupuesto correspondiente. Pero también ello se hizo a objeto de que los candidatos triunfantes, a nivel municipal, regional y nacional, encausaran las propuestas que habían hecho durante la campaña en los planes formales, a través de las normativas concomitantes. Fruto de esto, precisamente, se obligó, durante la justa electoral, al voto programático, o sea los compromisos que, en caso de su victoria, cada aspirante debía establecer luego en la política pública propia del catálogo de inversiones adoptadas obligatoriamente en los Planes de Desarrollo respectivos.

No es, pues, la revocatoria de los alcaldes posible desconociendo los requisitos anteriores. Es decir, en primer lugar, que ella es solamente viable en caso de que el burgomaestre correspondiente no esté cumpliendo con el voto programático. Para ello tiene, a su vez, que demostrarse que sus propuestas de campaña no han sido incluidas en el Plan de Desarrollo de la zona o, si lo fueron, que no se estén llevando a cabo. Por lo demás, si esto llegare a ocurrir, en los concejos municipales, en particular el de Bogotá, viene a los efectos la figura de la moción de observación. Bastaría en ese caso, entonces, en citar a los secretarios de Hacienda y de Desarrollo para llamar la atención de la Administración sobre el eventual incumplimiento, inclusive proponiendo, al final del debate, la destitución de los funcionarios.

Como se ve, la revocatoria es solo parte de un sistema general, complementario de la elección popular de alcaldes. Dejarla como una rueda suelta, sin prestar atención a lo anteriormente dicho, es abrir los canales para el populismo y la demagogia, que nunca fue el objetivo.

El caso de Bogotá, como se dijo, es palmario en la materia. No basta con haber recogido unas firmas para la dicha revocatoria del alcalde Enrique Peñalosa, sino la comprobación fehaciente de que está incumpliendo su voto programático y que no ha hecho gala, también, de llevar a cabo los programas a que se comprometió en la primera normativa de la ciudad que es, precisamente, el Plan de Desarrollo, votado por las mayorías del Concejo Distrital.

Tampoco que se sepa se ha elevado moción de observación alguna contra la administración bogotana, al respecto. Por el contrario, lo que ha hecho el gobierno distrital, paso a paso, es cumplir con las propuestas que consiguieron las mayorías electorales y que no pueden ser desconocidas, así como así, por revocatorias que no tienen ni pies ni cabeza.

La oposición tiene todas las garantías, así mismo,  para llevarse a cabo en el Concejo distrital. Nadie la ha impedido y nadie la ha obstaculizado. Otra cosa es que sea inaudible e insuficiente porque, precisamente, los ciudadanos no votaron por ella, sino por cambiar casi unánimemente el modelo de ciudad. Las autoridades electorales, por lo tanto, deberían enseriarse y entender a cabalidad lo que significa la revocatoria institucional. Cualquier otra cosa es prestarse, como se dijo, al populismo, mientras que la ciudad lo que necesita es orden y coherencia frente al caos heredado.

 

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