Geografía: prisión y oportunidad | El Nuevo Siglo
Domingo, 30 de Julio de 2017

La fuerza de la globalización -ese aplanamiento del mundo que muy bien describe en uno de sus libros Tom Friedman, columnista del New York Times- supone en lo esencial dos cosas, tan fáciles de enunciar, como complejas en su naturaleza y en sus implicaciones.  Estas son, en términos del antropólogo francés Marc Augé, la aceleración del tiempo y la compresión del espacio.

Acaso la aceleración del tiempo haya hecho de las sociedades contemporáneas una imagen del conejo blanco del país aquel de las maravillas, cuya única certidumbre parece ser la de estar llegando tarde.  Por otro lado, la compresión del espacio ha hecho salvables prácticamente todas las distancias (gracias al facilidad de las comunicaciones), ha creado una falsa impresión de ubicuidad (alimentada por la creciente conectividad), y ha estimulado el desdén por la geografía como factor condicionante de los fenómenos sociales, culturales, e incluso también, de la política internacional.

Frente a los entusiastas de la “irrelevancia” de la geografía, algunas voces siguen advirtiendo sobre los riesgos de creer en semejante espejismo.  El naturalista y antropólogo Jared Diamond, por ejemplo, ha subrayado en “Sociedades comparadas” la importancia que tiene la geografía a la hora de explicar tanto la pobreza o la riqueza de las naciones como su desarrollo institucional.  Acaso los humanos no sean animales territoriales, pero no cabe duda de que son seres localizados, y en consecuencia, también lo son las sociedades en las que se organizan.  La geografía, en su sentido más amplio, es imprescindible para entender el surgimiento, auge y caída de las civilizaciones, las capacidades de las que han derivado su poderío y expansión (o su confinamiento), y las vulnerabilidades que las han desvelado y a la postre, acelerado su declive.

La reflexión es la misma que comparte en “Prisioneros de la geografía” el británico Tim Marshall, corresponsal de guerra y experto empírico en geopolítica y relaciones internacionales.  “El paisaje” -dice- “ha aprisionado a (los) líderes, dejándoles menos opciones y espacio para maniobrar del que uno podría pensar… Los líderes, las ideas, la tecnología y otros factores juegan un gran papel en el desarrollo de los acontecimientos, pero son temporales”.

Pero ser prisioneros de la geografía no significa estar condenados por ella.  La geografía es también una oportunidad, aunque muchas veces, una oportunidad hecha de desafíos por superar.

Hace casi 40 años el historiador colombiano Jaime Jaramillo Uribe recordaba que “(F)ragoroso, áspero, doblado y enfermo, son los adjetivos usados por los cronistas de la conquista para caracterizar el territorio de lo que será el Nuevo Reino de Granada”.  Esas características han definido, incluso antes de que existiera como tal, la relación de Colombia con su territorio.  Explican tanto la variación en los acentos; el relativo confinamiento de las minorías étnicas; la concentración de la actividad económica, el poder político y el peso demográfico; y el vacío en el que han medrado, en diversos momentos de la historia, instituciones “para-estatales”.

Para Colombia, en fin, la relación con el territorio nunca ha sido un asunto fácil.  Nació a la vida independiente sin saber muy bien hasta dónde llegaban sus confines, y aún hoy no tiene claridad sobre ello -como lo ejemplifica el contencioso marítimo con Nicaragua, aún pendiente de resolverse (y no sólo ante la Corte Internacional de Justicia).  Hizo del “despojo” o “pérdida” de Panamá uno de sus mitos fundacionales, y se sigue lamentando por territorios que acaso jamás fueron suyos-.  La fragmentación regional retrasó mucho tiempo la formación de élites verdaderamente nacionales; y la fractura espacial, la integración de un mercado nacional que pudiera luego proyectarse al mundo.  Con esa misma lógica se habla hoy de “paz territorial”, con la esperanza de que, ahora sí, el país (no sólo el Estado) llegue a entenderse con su territorio.

Pero eso no ocurrirá de manera espontánea.  Hay que tomarse en serio la geografía para aprovecharla.  Hacia adentro, en primer lugar.  Y hacia afuera, hacia el resto del mundo. 

*Analista y director académico del Instituto H. Echavarría