EDITORIAL: ¿Faltó decapitar al virrey Amar? | El Nuevo Siglo
Foto cortesía Museos de Colombia
Viernes, 21 de Julio de 2017

La historia como simple anécdota

Verdadera celebración del 20 de julio

A propósito del 20 de julio pasado fueron múltiples y variadas las crónicas sobre la independencia. Al respecto, sin embargo, vale decir que casi a modo de liturgia se repitió la misma noción colorida y algo coloquial. Una versión reiterada anualmente que dibuja el episodio del florero de Llorente, en la capital del virreinato, como un hecho accidental y de poca monta. Del cual, a su vez y acaso por arte de birlibirloque, emergió la libertad.

Es cierto, por decirlo así, que el asunto en sí mismo puede ser menor y hasta risible frente a las consecuencias que tuvo. Pero ello nace de observarlo a la luz de la anécdota y no del fenómeno independentista que, si bien todavía no había cobrado cuerpo, subyacía en el espíritu de los tiempos en curso.

Nadie dudaría, al menos no nosotros, que 1810 es el año por excelencia de la revolución hispanoamericana. Y si bien ello se dio sin ser un acto premeditado y coherente fue el primer acontecimiento nítido de una nacionalidad en formación. Que por lo demás ya venía pronunciándose en diversas materias, tanto políticas y periodísticas como científicas y sociales. De modo que no es el florero de Llorente, en lo absoluto, un hecho desconectado del ambiente previo como tampoco de lo sucedido en otras provincias granadinas y más allá.

Inclusive hoy el término “florero de Llorente” traduce rebosar la copa. Lo que, asimismo, indica que anticipadamente venían dándose situaciones que llevaron a esa explosión no tan repentina.

En el caso granadino, es decir, colombiano, los elementos premonitorios de esa nacionalidad emergente se habían fijado con mayor solvencia que en el resto de Latinoamérica. En primer lugar hay que exaltar la rebelión de los Comuneros surgida en el Socorro, en 1782. Incluso el suceso fue el primer episodio eminentemente político, contra la administración alcabalera, en las colonias hispanoamericanas pues los demás, como el de Condorcanqui en el Cuzco, en 1781, se habían dado exclusivamente en el entorno racial. Más tarde los visos nacionalistas granadinos cobraron mayor vigor en el círculo científico y político de la Expedición Botánica, asentada en la capital, único experimento demostradamente exitoso entre otros del mismo tenor de la Ilustración española, en América, en el que pudo avizorarse la posibilidad de afincar una nueva nación en la riqueza de los recursos propios, al contrario del monopolio mercantilista que pretendían los Borbones ibéricos. Y es en ese hábitat que, también en Bogotá, se produjo posteriormente, como resultado de la revolución francesa, la traducción de los Derechos del Hombre, por Antonio Nariño, documento que sirvió de base, en 1792, para expandir la idea de la libertad, con el escándalo amañado y la prisión infame a que luego fue sometido el prócer.

Mucho antes de 1810, pues, venían surgiendo circunstancias típicamente colombianas, difíciles de encontrar en otros lugares. Cuando llega 1808, a raíz del permiso que el rey Carlos IV, a través de su ministro Godoy, da a Napoleón para que atraviese España a fin de invadir a Portugal, el pueblo español se rebela y el monarca debe abdicar en favor de su hijo Fernando VII. No obstante, Bonaparte tiene otras ideas. Somete a ambos y obliga a que le sean entregados a su hermano los derechos sobre España y las Indias. Se enciende la guerra civil en la Península y al nuevo mundo llegan, paulatinamente, enviados para adherir al régimen bonapartista.

El estallido de la crisis, cuando se propagan esas noticias por América Latina, se produce en 1810. Si bien la primera ciudad en protestar es Quito, en 1809, más tarde se suceden hechos similares en sitios como Cartagena, Caracas, Socorro, Pamplona, Cúcuta, Neiva, Tunja, Cali y Bogotá. Es en ese teatro que se produce el florero de Llorente, fruto en realidad del acumulado intelectual y emocional que se venía fraguado de antaño. Se depone al virrey Amar y Borbón, de veladas inclinaciones napoleónicas. Algunos en el cabildo bogotano proponen decapitarlo, al estilo de Luis XVI en la revolución francesa y como símbolo del nuevo estado de cosas, pero finalmente es desterrado.

Quizás algunos, aun hoy, hubieran necesitado de ese simbolismo radical para la mejor comprensión de los acontecimientos. A nosotros nos basta con tomar el florero de Llorente en su verdadera dimensión nacionalista y emancipadora. Fue allí que, aun con sus vericuetos laberínticos, como es obvio de la historia que no nace adulta, comenzó propiamente la revolución colombiana por la libertad. Fue entonces que se sembraron las semillas de la soberanía y la identidad nacional. No sobra recordarlo. Y celebrarlo en su magnitud legítima. (JGU)         

 

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