EDITORIAL. A propósito de un discurso | El Nuevo Siglo
Foto El Nuevo Siglo - Cristian Álvarez
Jueves, 20 de Julio de 2017

*Los egos paradójicos

*Se necesita mayor vigor democrático

 

Es una lástima que el discurso de ayer ante el Congreso, del señor presidente Juan Manuel Santos, prohijando la tranquilidad política y favoreciendo un ambiente de distensión, hubiera caído finalmente en los dardos velados, fomentando, por el contrario, la exacerbación. Porque está bien, por supuesto, suscitar el pacifismo, convocar al amor, proponer una Colombia por encima de las vanidades, de los partidos y de los egos, como lo hizo textualmente en el hemiciclo parlamentario. Pero al mismo tiempo la palabra pierde impacto y vigencia cuando la imposibilidad de lograr lo anterior aparece, única y exclusivamente, como culpa y responsabilidad de los demás y en ningún caso de un gobierno que, como todo el mundo sabe, también ha sido partícipe, y en no poca medida, de la intemperancia.

Para que una democracia cumpla su cometido se requiere, principalmente, el engranaje de dos eslabones para mantener su naturaleza. De un lado está el consenso, es decir, el consentimiento que viene dado de antemano sobre sus elementos esenciales como la separación de las ramas del poder público, la libertad y el orden establecidos en el equilibrio de derechos y deberes debidamente consignados en la ley, y las atribuciones estatales atinentes al amparo, la dignidad y el desarrollo de los ciudadanos dentro de los límites correspondientes. Diríamos que es un “consenso estructural”. Pero de otro lado, como un componente equiparable y de la misma fuerza, está el disenso, o sea, el desencuentro de factores ideológicos y programáticos por medio de los cuales se discute la orientación nacional, el destino de los recursos públicos y en general sobre la marcha de la sociedad, sin cuyo debate no habría, en modo alguno, el impacto nutritivo que es esencial a la democracia y que ciertamente se manifiesta a través de las discrepancias conceptuales y los modos de ver la vida. En ese caso diríamos el “disenso funcional”.

De allí, precisamente, que la definición de sistema democrático no quepa dentro de ningún unanimismo ideológico por cuanto ello es exactamente su antípoda, haciendo de la democracia un mecanismo disfuncional. De hecho, dentro de las democracias más vigorosas suele darse, por el contrario, el denominado esquema de gobierno-oposición. De esta manera el sistema democrático siempre tiene reservas alternativas al gobierno de turno para su permanencia y que precisamente se garantiza en esa rotación institucional.

Sin embargo muchos tienden, bien por falta de costumbre, bien por carencia de cultura democrática, a definir la divergencia política de polarización, como si ello fuera una disminución de sus características. No obstante, el término oposición lleva por descontado un componente de beligerancia ideológica porque se trata, justamente, de oponer un programa de gobierno al que se desenvuelve en el poder, lo mismo que encarna elementos emocionales connaturales porque la política no solamente se alimenta de ideas, sino también de actitudes y estilos personales. Al final, todo depende del resultado de las urnas.

Hoy, en Colombia, suele hablarse de polarización, como si ello fuera extraño y no determinante de la democracia. Pero, al contrario, lo que hoy existe en el país es una muestra, ante los mismos nacionales y frente al mundo, de que hay un sistema democrático en pleno funcionamiento. Basta con ver cómo, frente a todos los pronósticos, se llevó a cabo un plebiscito que denegó el llamado acuerdo del Colón. Y ello es claro ejemplo de que en Colombia es posible discrepar, por parte de la ciudadanía, aun contra los dictámenes del gobierno. Fue en ese momento y en vista de tal resultado cuando pudo haberse logrado un consenso sobre materia tan vital como la paz. No obstante y la verdad sea dicha el gobierno, pese a ciertos maquillajes, recurrió al disenso para imponer sus criterios por encima de la voluntad popular.

En ese caso está bien, desde luego, llamar a que la división ideológica, no solo en cuanto a la forma en que se hizo la paz, sino en materias actualmente tan delicadas como el declive económico, el auge de la cocaína y los escándalos de corrupción, se tramite dentro de los linderos adecuados. Pero ello no puede ser óbice para evitar el debido escrutinio público, el refrescamiento de las ideas y mucho menos tratando de dejar la viga en el ojo ajeno sin reparar nada en el propio.

Por el contrario, en las circunstancias actuales, lo que el país requiere es mayor vigor democrático. Y tenerle miedo a ello, además inspirándose en llamados que no se compadecen con lo actuado, es fomentar una democracia sosa y anémica que no cabe en estos momentos históricos.    

 

Síganos en nuestras redes sociales:

@Elnuevosiglo en Twitter

@diarionuevosiglo en Facebook

Periódico El Nuevo Siglo en Linkedin