De Angostura, ¡a mucho honor! | El Nuevo Siglo
Sábado, 15 de Julio de 2017

Pocas veces, en la historia venezolana, se ha dado una iniquidad tan evidente y grande contra el pueblo hermano como en esta etapa tiránica y oscura de Nicolás Maduro, por lo demás soportada en el más aleve cinismo histórico y político. Ni siquiera ello en las épocas de Hugo Chávez, porque en realidad tampoco es dable reputar a Maduro, para ser sinceros, de su legatario ya que, como todo el mundo sabe, los verdaderos mentores de su ascenso fueron los hermanos Castro. Lo que Maduro, en su complejo de inferioridad, ha sabido encarnar con creces, desestimando todas las nociones excelsas derivadas de aquella patria indisoluble de la patria colombiana.

Porque por supuesto no hay en el  jefe del sultanato tropical un ápice de Bolívar, Miranda y Bello. Por el contrario, todo en él recuerda las satrapías que Venezuela hubo de sufrir con Boves, Monteverde y el mismo José Antonio Páez, entre tantas otras de cuño posterior. Esa es, por descontado, una de las grandes tragedias de Venezuela: capaz sin duda de producir lo mejor de América Latina, como a la vez la antípoda, casi siempre en forma de caricatura. En todo caso, bastaría con recordarle a Maduro aquella admonición del Libertador según la cual quien comete la infamia de volver las armas contra el pueblo está en el peor escalafón de las traiciones. Ese es, a no dudarlo, el puesto de Maduro frente al pensamiento bolivariano auténtico.

Ha dicho el sátrapa, en algunos de sus dislates recientes fruto de sus complejos enfermizos, que el presidente Santos debería arrodillarse ante Venezuela, porque Colombia nació del Congreso de Angostura. Parece que está triste, don Maduro, porque de repente, al oscilar el péndulo, perdió a uno de sus mejores amigos. Pero a los colombianos nos tiene sin cuidado cuáles sean las relaciones personales y el anecdotario que en su momento los llevó a los prolongados abrazos fraternales. Suficiente, por igual, poner sobre el tapete otra frase del Libertador al respecto: “es una manía miserable el querer mandar a todo trance”.

Por otra parte, frente al Congreso de Angostura, se podría decir, si acaso fuera necesario, que aquel fue resultado de la traición del fallido Congreso de Cariaco (después disminuido como “congresillo”), donde el propósito, proclamado por parte de ciertos jefes  venezolanos, fue reducir al Libertador y crear unas instituciones de mampara, aprovechando que llevaba tiempo sin ganar un combate. Era, de algún modo, el culmen de la misma pretensión que se tuvo desde los albores de la independencia, con la creación del ejército oriental, en cabeza de Santiago Mariño, cuyo fundamento consistía en anticiparse al ejército occidental del Libertador, configurado básicamente con oficiales y tropas granadinas, entre ellos Girardot, Urdaneta, Ricaurte, Delhuyar, Vélez, Ortega y Maza, base de la Campaña Admirable y de la primera liberación de Caracas, a fin de unificar ambos países que los otros no querían. Y decimos Rafael Urdaneta, porque si bien nacido en Maracaibo residía desde los doce años en Bogotá y hacía parte de las Milicias Nacionales, siendo enviado, al lado de los demás, por Antonio Nariño y Camilo Torres para combatir con Simón Bolívar, nombrado a los efectos comandante general del ejército granadino luego de su brillante manifiesto cartagenero y la liberación de la zona hasta Cúcuta, mientras Nariño partía para lo mismo a Popayán y Quito, con la idea en ciernes de seguir al Perú.

Sin resultados determinantes en los siguientes años, por la llegada de Morillo, Francisco de Paula Santander y el bisoño Córdoba se dirigieron, a instancias de Urdaneta, del enclave en Casanare al de Angostura, en Guayana, conseguido valerosamente por Piar, luego fusilado por el Libertador con el juicio pertinente, en parte como reflejo de la traición de Cariaco. De inmediato, y por la presión inglesa de tener algún tipo de instituciones para autorizar las legiones extranjeras, el Libertador cita al Congreso de Angostura. Allí nace la ley fundamental que une a la Nueva Granada y Venezuela en la República de Colombia. Pero lo más importante entonces está en la estrategia militar trazada por Bolívar y Santander, nuevo jefe de Estado Mayor de la revolución, para dar un salto sorpresivo por los Andes y tomarse a Bogotá.

Así lo hacen a partir de las batallas del Pantano de Vargas y Boyacá, con la invaluable participación de Anzoátegui, Córdoba y las legiones británicas,  tras de lo cual los españoles firman el armisticio de Santa Ana, Morillo vuelve a España, se pone fin a la “guerra a muerte” y se regulariza la contienda, en caso de reiniciarse, a través del derecho de gentes. Lo demás, de Carabobo a Ayacucho, es consecuencia. De manera que sí, claro que sí, somos todos hijos de Angostura, Vargas y Boyacá, ¡a mucho honor!   

 

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