Crónica. Meoz de Cúcuta atendió 4.835 venezolanos | El Nuevo Siglo
Jueves, 20 de Julio de 2017
Pablo Uribe Ruan
Eduardo cruzó toda Venezuela en búsqueda de medicamentos para su hija diagnosticada con leucemia. Al no encontrarlos, decidió cruzar la frontera. Lo mismo hicieron Adriana y Yileth. Sin excepción, han recibido atención. Pero esperan que se haga efectiva la tutela que interpusieron.

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Enviado especial de EL NUEVO SIGLO
CÚCUTA 

Todo comenzó por un supuesto cuadro de chicunguña. A la hija de Eduardo López, tres meses de nacida, la fiebre no le bajaba y el color de su cuerpo era de un amarillo jabonero; malos indicios, sin duda. Una semana antes, dormía sobre su regazo, hasta que le diagnosticaron leucemia. Frío por  la angustia, Eduardo no tuvo otra opción que tomar sus maletas, conseguir unos bolívares y cruzar la frontera hacia Colombia. 

Acostumbrado a los relatos de sus familiares, Eduardo se vino a la tierra donde nació su mamá. “Pasamos el puente en una silla de ruedas; me cobraron 8.000 bolívares”, cuenta, ensimismado en el dolor superado y el dolor por venir. En diez días, sin pronunciar otra palabra que: medicamentos, recorrió Caracas y San Cristóbal, pero no consiguió la fórmula necesaria para su bebé.

Lo único que tenía, aparte de sus pertenencias, era una carta escrita por una médica que unos días antes le había dicho “váyase para Colombia” y entonces decidió venirse para enfrentar este reto. Tomó un taxi en Villa del Rosario y llegó al hospital Erasmo Meoz, en Cúcuta, único de la región de categoría 2 y 3 (regional y de referencia). 
Con más de diez pisos enchapados en ladrillo, al nororiente de la ciudad, se encuentra este edificio donde Juan Agustín Ramírez, su director, cuenta que  han llegado 4.835 pacientes venezolanos entre septiembre de 2015 a junio de 2017. En 2016, Ramírez explica que se registraron en total 2.294 pacientes y en estos primeros seis meses llevan 1.985. Ante el aumento de la crisis sociopolítica del vecino país, se estima que lleguen muchos más al final de este año.

En el Erasmo Meoz se atiende, sin excepción alguna,  al que sea y por el tiempo que sea. El número de venezolanos, de ser una excepción, se convirtió en la regla. Anteriormente, “venían pacientes por accidente de tránsito, pero cuando se cierra la frontera, nosotros empezamos a ver que ya era otro cuento diferente”, dice el director. Pero ya ni vienen por eso, porque el paso vehicular en la frontera está prohibido, sólo se puede a pie. Eduardo, por eso, pasó a su niña en silla de ruedas. 

Más vivo en tiempos de crisis, el voz a voz ha hecho que en Venezuela se conozca cada vez que se inaugura un nuevo departamento en el Erasmo Meoz. Un día, de la nada, bajo el acogedor viento del valle cucuteño, empezó a llegar gente porque habían inaugurado oncología. Semanas después, se conoció que varios eran venezolanos. 

Pero no sólo hay pacientes que vienen por cáncer. “Llegan con un tiro, con una hepatitis” y los atienden, también. Es una obligación confusamente legal y ante todo humana.  “No es tan fácil como haga lo básico y tírelo por allá” en el puente, dice Ramírez. 

El decreto 866, de 2017,  que “reglamentó el Sector Salud para las atenciones iniciales de urgencia de nacionales de los países fronterizos”, exige la prestación del servicio en la etapa “inicial” de la urgencia. Y, ¿si es una enfermedad cuyo tratamiento requiere más que la estabilización del paciente? 

Las autoridades del hospital simplemente las atienden, sea por lo que sea. En una extremada delgadez, Adriana, una enfermera de Barcelona, logró que María Alejandra, su hija de nueve meses, sea estabilizada por desnutrición.

“El sueldo no da. En el embarazo era casi imposible conseguir los alimentos. Una leche cuesta 30.000 bolívares y es casi lo que es el salario mínimo semanal”, cuenta. Es enfermera, pero de poco le sirvió.  Conectada a una sonda que le suministra suero, su hija recibe la energía mínima que necesita para no caer en un cuadro de malnutrición. 

Adriana sólo lleva dos días en el hospital, pero es muy probable que su instancia sea más larga. A diferencia suya, hay varios pacientes que llevan un mes. El director Ramírez explica que desde septiembre de 2015 a la fecha han gastado “5.000 millones de pesos” en atención a los venezolanos.  

Es una obligación confusamente legal y ante todo humana.  “No es tan fácil como haga lo básico y tírelo por allá” en el puente, dice Ramírez

El ministro de salud, Alejandro Gaviria, ha dicho que los recursos para el pago de atención a venezolanos provienen de una “subcuenta del Fosyga por 10 mil millones de pesos”. Inicialmente las autoridades nacionales dejaron esa responsabilidad en las entidades regionales. Pero el reclamo fue tan grande que  prefirieron asumir el costo. 

Los venezolanos, al igual que muchos colombianos, deben recurrir a la acción de tutela para reclamar un servicio o un medicamento. Yelith Saavedra cuenta, con su bebé en brazos diagnosticado con meningitis crónica, que interpuso una tutela asesorada por abogados del hospital y la Defensoría del Pueblo. Lleva un mes “esperando a que venga el infectólogo”, mientras pasa el tiempo entre el bullicio del ventilador y las telenovelas mexicanas. 

El caso de Yelith, sin embargo, no es tan común. Al no tener EPS, algunos venezolanos logran que la tutela se haga efectiva, dentro del tiempo dispuesto para esta acción  (diez días). Esto se explica, según un funcionario de la clínica, porque en el caso de los colombianos las EPS tratan de dilatar el proceso. 

En el Erasmo Meoz algunos colombianos han intentado identificarse como venezolanos para recibir mejor atención, supuestamente. “Hay gente que dice: yo soy venezolano. Pero como ya tenemos el registro dactilar” se sabe quién es la persona, dice un funcionario.  

El hospital no hace diferencias entre uno y otro. Los atiende de igual manera, así su capacidad esté desbordada, como hace dos meses y medio, cuenta un funcionario, cuando “tocó declarar la alerta amarilla” por el incremento de “las maternas”, que pasaron de cuatro al  mes, 1 por semana,  a 140. El hacinamiento alcanzó el 200%, sobre todo en el materno perinatal y en pediatría. 

Aunque el hospital no sólo atiende embarazos o recién nacidos. En urgencias, con una voz débil por la falta de aliento, Rosmaría hidrata su cuerpo con suero fisiológico. Llegó hace siete meses a Cúcuta, pero hace 15 días le diagnosticaron VIH. Con los ojos alicaídos, deja claro que el servicio que ha recibido ha sido muy bueno. “No me lo esperaba,  y eso que dicen que a los venezolanos no nos quieren”, cuenta.  

Entre acento y acento, el oído termina por confundirse. Hay veces habla alguien de Cúcuta, pero parece como si fuera de San Cristóbal -pese al leve toque caribeño-. Treinta años atrás -incluso menos-, los pasillos del Hospital Central, de San Cristóbal, Venezuela, estaban llenos de colombianos, como los del Erasmo Meoz de venezolanos ahora, reafirmando eso que dijo un señor afuera del hospital: “eso de la frontera es puro cuento”. 

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